¿Caballito trotador o gozador?

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Texto y dibujo: Wilfredo Carrizales

¿Caballito trotador o gozador?

Indudablemente que trotador y gozador al mismo tiempo y ácrata y antiautoritario y que se niega a que lo cabalguen falsos caballeros.

Su caballeriza no está en ninguna parte y se ubica, sin embargo, en mitad de un prado cruzado por un camino sinuoso donde, cuando llueve, vuelan en todas direcciones libélulas y zigzaguean adormiladas constelaciones.

El caballito esboza siempre una sonrisa y luego se pone su gualdrapa y encima de ella, la silla de montar con los estribos de plata. A las espuelas, la brida, el bozal y el fuete los arrumbó desde hace mucho en la hoyada de los malos recuerdos. Entonces relincha y piafa y desmenuza la escoria del suelo.

Cabalga tras los muros de la luna al observarse ésta de día y así descubre los ojos compuestos del satélite. Indómito, sacude con energía su cabeza y su crin despliega un tapiz a modo de arreglo vesperal.

Mira su imagen en el reflejo del agua y ve un naipe mayor que baraja su tolerancia. La omnisapiencia del caballito penetra el arcano que yace dentro del pálpito del lodo. Él establece su propia ordalía para demostrar la inocencia de los ruidos del llano.

En la barahúnda del amanecer sus ollares se abren para que penetren las isofonías manchadas de hierbas y encrucijadas. Allí le brota la paciencia y en los ijares le flamea una lujuria para oxigenar las formas de la yegua deseada.

La noche es su alimento, su apoyo de portales, su metamorfosis de los frutos dentro de los cascos. Va sediento a los charcos y los belfos tremolan, pausados, a la espera de una gota tornátil.

El caballito se enlaza para sentirse más errabundo. La gracia se puntea a fondo e imagina él en lontananza al caballete del pintor que se merece.

Se domestica, a conveniencia, si los cabestros traen fragancias de hipómanes. Su figura toda se vuelve una herradura y sobran los clavos en las chispas de ausencias.

Alguien dijo que era un caballito perdido y él se burló corriendo a un palacio desierto donde los salones se notaban inundados de pelambre, cerrazones y destiempos.

A veces emprende itinerarios a través del reborde de las cosas más inverosímiles. Regresa adueñado de las curvas febles y dispuesto a mutar la lamedura de los existentes signos. A punta de ingenio transgrede el liminal del periodo que lo vertebra.

No se rebaja a conocer la realidad. Prefiere inventarla a trancos, con la certeza de reaparecer genéticamente en el culmen de la evolución. De buen juicio, se aplica al valimiento de los équidos que se ensanchan bajo el sistema del arte.

Comoquiera que existe con sus valores expuestos corrige sus defectos al compás del lenguaje que no le causa pena. En cada corcovo aparece un nuevo copete y de tal manera indica el denuedo y la dentellada que dará a la cerradura maestra.

Caballea el caballito sobre la destartalada memoria de las crónicas de guerra. Se encadena a su destino y disipa lo marchito. A perpetuidad se caracteriza por las hojas tatuadas en su lomo y por emplearse perfectamente en exprimir las drupas que caen del legítimo origen del viento.