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Caballo en el agua

Textos y fotografías: Wilfredo Carrizales

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Caballo en el agua

El caballo traga el agua de la inundación. Quiere ser con ella, fluir en ella, reflejarse en su haber. El caballo sabe de una tumba anfibia y le hocica las aguas menguantes para su sanación.

Entró manchado el caballo y saldrá de albura con el crepúsculo en retorcimiento. Cierra los cascos el caballo y su sangre se hace cauce de ruptura, estiaje en la definitiva riada.

Odia el equino la tastana. Se permea el caballo y lleva el líquido hasta su heredanza. El agua se torna hábil entre sus patas. Aguallevada. Gorgoteo en la crin que se evidencia en la estela del espejo. Aguamanil que requieren sus belfos.

El agua se fortalece con el caballo duplicado. No se conciben aguaduras en el alma caballuna. La felicidad le pertenecía a enero en la fiesta que arrojó montura sobre el agua bendecida.

Absorbe el caballo las aguas en sus mitades. Se mezcla con los arbustos y las charcas aprueban su temporal mansedumbre. El equino no añora ni los tajos del aljibe ni los botijos sacudidos por torbellinos.

Al caballo no le interesa piafar con la invasión de los tábanos y la cosecha de mosquitos. Él rescata su nombre de la forma semejante a un sifón y se trasvasa a otro horizonte donde el chapoteo sea mayor.

 

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Caballo en el agua

Entre las aguas del matorral el caballo anuncia su antigüedad. Él es el resumen de todos sus ancestros. Solípedo, no tropieza ni cae en la solitud. Creció único y en su unicidad descifró los azares de las encrucijadas sumergidas.

El caballo come las ofrendas y nada le sabe a lodo. Una ligera brisa le deshace una niebla que tremola ante sus ojos. Él acierta en su realidad y lo rústico de su cabeceo no es más que una estría que comparte con el aniego.

Mientras escarba en el agua detenida, el caballo elucubra un enigma. ¿Se pudrirá en la espesura antes de que el incendio amargue la toponimia? Mueve la cola en correspondencia con la duda y luego siente el espesor de la abonanzada respuesta en el lomo sermoneado por el viento.

Alrededor del caballo las aguas se subsumen en la traición que se desliza en la soberbia. El caballo no se vuelve eco de los aleteos del subterráneo tiempo. Lo suyo son las décadas al margen de los latigazos y de aquellos insomnios que construían sus pestilentes establos en el ocaso.

En el pajonal que se ahoga el caballo encuentra hoyos que dominan su memoria. Un zumbido de destierro le aguijonea las orejas que se le borran a ratos. Este equino anhela el fasto de la estación lluviosa que desdibuja el mapa de lo inasible.

¿Y si de pronto la intransigencia del destino lo envuelve —al caballo— con su fluido y triunfa sobre su cordura?

 

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Caballo en el agua

El caballo se aleja un tanto y tantea el despliegue de su dominio en la versión desbordada. Otra vez las nubes lo amenazan con una epopeya de electricidad y tronidos. Al caballo le consta la intriga, pero se vale de su herbario para que el viaje de la tormenta sea un paso vadeable.

Las ansias del caballo son anchas como sus sombras. Él se expande sin llegar nunca al exilio. Desde su alzada los árboles se menoscaban con las vergüenzas de adentro y los delirios de lado. De costumbres a impensables asfixias el caballo se ajusta a través del plano que riela.

Las cinturas de los tallos se flexibilizan en el dulzor. El caballo rumia, perito, y las aventura en su panza. Los sabores lo acercan a la inmediatez soberana del agua.

El caballo superó las llagas y las entrampó en una distancia que no le duele aunque la contemple lloroso. La imagen erecta del équido sólo puede cortarla un ave de fraguado estilo.

Por el agua empozada el caballo recorre su pasado y encabrita la espuma que se escurre en el verdor reducido a hisopos. ¿Por qué del barro el caballo no toma la cambiante bufanda para su pescuezo de cólera profetizada?

La hendedura del olvido intenta cercar al caballo con su aguazal. Un relincho asperja las hierbas mojadas y mata al inventario de una penumbra que desea llevar al animal hasta el nivel del osario.

 

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Caballo en el agua

Poco a poco se retira el caballo. A pausas se interna en el aguaje y celebra el escorzo de los ramajes que redoblan sus exequias. Él tiene la certeza de que no puede ahogarse, pues se ha visto como hipocampo de simas y abismos. Mas avanza con tiento por en medio de las aguas afogadas.

El caballo tenía tantos años como andanzas las carretas. Cuando divisó por primera vez el agua de los socorros su vida la consagró a cocear las piedras que impedían el porvenir de los derrames. Caballo que creció en su aterida fábula. Sus corcoveos nunca han sido desaciertos en la intemperie que se demora debajo de las chispas tumefactas.

A los huesos del caballo los esparce un rocío que emerge cada día detrás de la vegetal tapia recostada de un otero. Con sus ojos de gozo, el caballo huele la piel del lucero naciente sin cambiarle la ceniza de su espita.

Se quedará el caballo en la postrera circunstancia, al margen de las ondas y los retoños putrefactos, y sudará con una vibración en el placer de la lluvia. Se moldeará su rostro a semejanza de un reloj de una sola atardecida.

Nos aguardará por siempre el caballo con un rompecabezas de agua y en el golpeadero de su contracorriente se lavarán las garzas sus cobardías de diques que no urgen aguantes.

El caballo en el agua consume su triunfo y se afirma en un trote que disipa cualquier movimiento. El caballo se inclina ante un hito que gotea y su historia trasciende inmune.

San Juan de los Cayos; enero de 2009 / Peking; julio de 2009.