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Doce textos para un calendario infinito

1

De un vórtice vegetal surgen las formas que hacen girar a los animales que se sueñan. Las manos con su ancestral destreza no dejan nada al azar y las tiras extraídas del reino originario estrechamente se ajustan. Insólitas estructuras se yerguen y abren sus grandes bocas hacia el firmamento para que caigan en su interior las mejores estrellas.

Las manos sabias se tejen y entrecruzan el vacío para darle utilidad. Dentro de las cestas caben islas inmensas cual perlas, zafra de peces y maíces y frutos de las aves.

Se afana la tejedora y vela y asiste al parto de la fibra que alcanza el prodigio.

 

2

Las nubes chocaron contra el árbol de onoto. Las maraquitas sonaron y cayó una lluvia roja y también blanca. La tierra se asimiló al fuego y al albo relámpago. Luego se organizaron corros de manos y se curtieron con el agua y la greda y el oficio de la leña.

Surgieron de la arcilla panzas con orejas y enormes aberturas para albergar la cura de la sed y los cuerpos de tiernos niños como de yuca cocida.

Los días modelan las tinajas y en las noches arden los hornos con cientos de cocuyos escondidos y el sudor de los dedos alfareros se escurre entre las venas procreadas de la tierra.

 

3

Los diablos son flamas danzando desde anónimos carbones. Con sus cuernos hieren a las luces y amedrentan la llegada del solsticio. Sus ojos presuponen otra fertilidad. Los diablos olfatean el peligro que deambula soterrado. Muestran los colmillos en una trastienda de marfil y rubí. Se miran entre ellos y gimen y yarean. Mas de nada les vale.

Al caer la tarde, los diablos caen derrotados y, de rodillas, se someten a la única luz. Caen sus máscaras y vuelven a ser humanos. Entonces ríen y se abrazan. Juegan al todo.

Además un niño que es promesero se refleja en su maraca y el sol huele fuerte a junio.

 

4

La lancha se asolea y la quilla absorbe el bermellón de la playa caribeña. El mar la llama con su sonido de peñas que se desmenuzan. Los peces olerán el color de la pintura fresca y se salarán al frotarse contra los costados de la embarcación. ¿Habrá algas curiosas? ¿O los hipocampos encabritarán las olas a su conveniencia?

Los artesanos astilleros (antiguos carpinteros de ribera) van encajando a pulso el orden perfecto de las cuadernas y las maderas resuenan con el nombre de los árboles flotantes.

(Donde el Orinoco se vuelve garra, la candela endurece al tronco que se irá de viaje).

 

5

La mecedora de paleta aguarda por la abuela, por el amigo o por el huésped inesperado. En la sala de la casa reluce con su combinación esmerada de maderas. El sol mañanero la acepta como a su igual y le regala sombras que se hacen ventana.

Los beneméritos talladores dialogan previamente con las maderas y mutuamente se intercambian los secretos. Luego, las falanges se prolongan en gubias, en navajas o hierros cortantes y del árbol redivivo brotan flores y frutas de variadas especies. Si los niños colocan sobre las mesas sus deseos no faltarán ni los peines ni las perinolas.

 

6

En el telar se resume la vida con la urdimbre y su consiguiente trama. La lana se teje al compás del balido de las ovejas y la lanzadera las duerme en su redil de cobijas.

Los hilos se admiten cuando se desplazan con sus vástagos a lo largo del bastidor que conjuga los tiempos. Los hilos se dejan percutir y ellos se lanzan en un recorrido que finaliza calado. El telar no descansa: elonga interminablemente los arropantes viajes.

A la lana le gusta teñirse y se sumerge en el pozo donde mora el añil y donde juegan al escondido los colorantes alquímicos que le otorgarán una prístina personalidad.

 

7

Sobre las pieles la noche marca los pasadizos oscuros de sus misterios descifrables. Hay líneas que pueden torcerse al presentir el zigzag de las serpientes. ¿O acaso serán los meandros de los ríos en su lento trasegar? Los panare se visten de silencios.

La selva presta sus sellos y sus tintes para proseguir en los cuerpos la simbología de los atavismos. La geometría diseña figuras que tatúan y magnifican los privilegiados espacios de la epidermis. Una colección de seres estilizados se mecen en los chinchorros.

Hemos visto los círculos concéntricos y hemos sabido a qué conduce el infinito.

 

8

Las cuerdas se templan y someten a la caoba y al cedro a la música de las celebraciones. Se apresura San Antonio y arma el mejor tamunangue. Las cajas de resonancia se imponen del cuatro al seis y en su intermedio resalta un quinto o un requinto con su matemático ritmo.

El torno sabe cantar e improvisar coloraturas. Oye a la tambora, presta atención al pandero y de las maracas aprende el ruido eficaz del cielo. Se enfunda el torno y de su alma sale un amarillo que revolotea o un rosado correlón para ofrendar bien al santo.

 

9

Los difuntos deben partir envueltos con los colores de la tierra. Las ancianas conocen las franjas del camino por donde se alejarán los muertos. El reposo fecundo se obliga en la tradición. Bajo la resolana se teje la otra noche para buscar los extintos luceros.

Los hilos descienden del techo hasta el lugar del reposo del cuerpo. La masculinidad se destaca en lo verde y en el corpúsculo de sangre que del horizonte brota.

Retorna la trama con sus hilos y el paraíso imaginado desciende con su arco iris para que la sequedad del entorno sea un rebaño de cactos atrapando el polen perfecto.

 

10

El algodón se enchinchorra y la brisa del zaguán le trae la blancura del mediodía. Los cocuyos descansan del trabajo nocturno dentro del amplio hilado. El chinchorro se pinta con el carmín de la sonrisa de las tejedoras, mientras un agua se detiene en el jardín a meditar. De verticalidades se ensancha el brioso cogollo del despertar.

El pabilo ingresa en la cal y se revierte en esplendor. Entre horquetas se extiende y su crudeza se torna basta. La abuela cuida que la espesura atrape a las cercanas nubes. Ya en la tupida niebla las manos maestras extraerán la urdimbre que dará la razón.

 

11

Cuando llueve crecen más las tejas de las casas de campo. El agua baja dichosa ya que no ignora que en la caída será cascada y torbellino sobre las cabezas de los niños que en el patio retozan. Las tejas tampoco olvidan que una vez fueron tierra y ahora mojada emoción. Si los rayos del sol las calcinan, se tuercen y asimilan otro color.

Debajo de los tejados, las baldosas esperan a los chorros y les sacan chispas de acuarelas. De repente, las baldosas se vacían y una húmeda madera les colma la memoria.

El agua de lluvia gana circularidad y se oculta para estar fresca dentro de un vientre de tierra.

 

12

La naturaleza regala crinejas a quien las sepa torcer. Van apareciendo cestas en cuyo centro se escucha el batir de la palma contra la arena. (Los dátiles aportan dulzura a la dura confección). Van emergiendo sombreros con haces de oropel y costura.

Parten los caminantes y los sombreros son sus tejados movibles. Algunos se empinan y agudizan las alturas; otros giran en redondo a la búsqueda de su propio origen.

Los sombreros se levantan temprano y recogen a sus vástagos para que mejor ejerzan su oficio. De todas las topografías sacan los sombreros su constancia.