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Del cielo se disparan cantares

Textos y fotografías: Wilfredo Carrizales

Del cielo se disparan cantares

(A Ingrid Chicote)

El sol le está ganando la batalla al invierno y en lontananza se avizoran varios tratados de la caza de pájaros de fuego y por ende se hace necesario la previa disposición de jaulas y aljibes para que los cantares emulen los prodigios de la aurora.

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La anunciada ventolera restaña cualquier herida. Sus ágiles heraldos, las columbinas, marcan el derrotero seguro. Mis pasos se mueven al compás de una rosa de los vientos que exhala esencias hacia remotas y amigables comarcas. Si miras por encima de tus montañas me encontrarás sonriente tallando soles.

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Del cielo se disparan cantares

El esplendor de hoy se trepa a lomos de un elefante blanco que parió una nube por azar y para pasear a una manada de corpúsculos. Mi itinerario aún no comienza: el dragón todavía no ha despertado y desconozco qué anotó en su agenda de ayer. En todo caso, prometo canales con barquichuelos de acero, jardines mordidos por la escarcha y oropéndolas que juegan ajedrez con viejitos metidos dentro de jaulas que ruedan.

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Anoche volvió el frío por sus fueros y de vergüenza la oscuridad recurrió a su antiguo velo. Mas luego intuí que vendría un aguanieve y lo esperé bajo mi colcha de cambiantes colores. Ahora el sol en su cenit proclama su albedrío y seca, con lentitud, los recuerdos inconstantes de prematuras eras. Mientras la luz escarba en mi biblioteca yo la sigo a compases de música apropiada y le hago saber que algún antiguo rapsoda debe andar flotando en este espacio tan mío y tan de ella. ¡La vida es una suposición con matices de veracidad y acercamientos de sueños! Me concierto, entonces, en tal meditar y digo ¡albricias! y una respiración extraña me resuena en el calcañar.

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De la anunciada, con petardos de nocturnancia, transición del otoño al invierno sólo he disfrutado unos escasos días de tibieza con el astro del rey en cuarentena. El confiado tiempo ha vuelto a caer en las garras de hielo del invernadero. El otoño tuvo que marcharse sin terminar de hacer sus maletas y con cuentas sin cancelar.

Alguien debe estar observándome por algún desconocido resquicio: siento el sonido acelerado de sus pulmones y el golpeteo de su sangre contra una textura de hojarasca vencida. Le daré la bienvenida cuando muestre su cuerpo y la ingravidez de su estatura.

La noche se refugia en mí y encuentro unos cuervos fugaces que construían su nido sin conocimiento de causa. Antes de que aparezca la próxima luna preñada amaestraré a una liebre y la pondré a dormir junto a la clepsidra que me sirve de almohada.

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Del cielo se disparan cantares

La ciudad me convoca con sus vientos de cristales que suenan en las carrocerías y en los anuncios de un tiempo que consume monedas como si devorase espantapájaros de nieve. Desde mi ventana libero a mis pequeñas quimeras para que salgan a hacer de las suyas y retornen en sueños cuando mi cabellera viaje en pos de las mareas resueltas.

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La noche que se esclarece retumba dentro de mi diafragma con un tropiezo de amperios, mientras los aerolitos regresan por sus privilegios al pabellón de las euforias. Si me despierto temprano encontraré aún destellos que los seres nocherniegos habrán dejado para mí como recompensa por mi constancia en el desvelo. Me sabré distinto y agradecido y traspasaré el umbral de las dudas.

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Del cielo se disparan cantares

En sueños extiendo mi mano bajo la cama y descorcho una botella de vino amarillo. Me embriago no más que con el aroma. Mi espíritu sale a buscar remotas edades donde sienta afinidad. Por instantes temo que no regrese, pero escucho lejano su retozo y me despreocupo. Coloco el cuaderno de apuntes en guardia y escribo con sudor la crónica de los avatares que presagia el acarreo de los acasos.

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La madrugada aligeró mis pasos oníricos y finalmente desemboqué en la casa inmensa de Remedios Varo. La encontré a ella zurciendo un laúd sobre sus muslos, mientras un ángel con alas de lienzo hacía cabriolas alrededor del ámbito. Tomé prestado un triciclo con forma de caballo y lo llevé a pastar primero a la pradera y luego de saciarse y relinchar a más no poder, lo monté y me condujo en un santiamén hasta el país de las mujeres que permanentemente viven asomadas por las ventanas.

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El gallo oculto y muy cercano ya cantó el ingreso de la alborada que se extravió. El tren que va rumbo al mediodía pasó pitando por encima de la alfombra del estudio. Los personajes de los libros se asustaron y después rieron de su infantil nerviosismo. Ya estoy a punto de finalizar la confección de una cometa donde iniciaré una jornada que me conducirá al fondo del espejo de súbito florecido.

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Del cielo se disparan cantares

Entre susurros las marionetas me recomiendan que retome el sueño imprevistamente interrumpido. Les haré caso y dejaré en remojo la máscara que usaré esta madrugada para enfrentarme a las tempestades hostiles del septentrión. Debo proteger a como dé lugar los retoños de sauce que se avistan bajo mi ombligo. Más tarde, al abrir de nuevo los ojos, recordaré haber escrito un texto breve que se leyó en una utópica dinastía y lo caligrafiaré en las paredes del jardín que aloja rocas parlanchinas.

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Los lápices reposan después de un largo ajetreo. Ademanes de sonámbulos parecen gravitar en el entorno. ¿Habrá escarabajos que se dejen envolver por la esperanza del grafito en funciones? La respuesta deberá hallarse tras el biombo que se mancha con lo oculto de los calendarios.

Mientras tanto resulta grato emprender una aventura que transporte hasta los linderos de la disyuntiva.

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Del cielo se disparan cantares

Los relojes intentan cercarme valiéndose de agujas, tuercas y malicia. Los empujo al borde del destino y optan por desistir de sus maniobras. Entonces aleteo entre las sombras a la espera de mi oportunidad de emprender vuelo hacia la isla que embellezco con la memoria y con ejemplares de botánica. Todas las aves acuden a mi ventana a estampar augurios. Les lanzo espigas y los madrigales se escuchan hasta más allá de los hitos de la trashumancia.

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Las fechas han comenzado a poblarse de maravillas: gente que abre mercados con el agitar de sus manos; automóviles que se alarman con la presencia de perros vagabundos; golpeteos en los muros que crían gusanos del desespero; obreros que hacen ruido con sus labios de tenazas; niños que son sacados a pasear con bozales de cartón; pordioseros que duermen bajo un cielo que se quita las nubes a paletadas... En fin: un pálpito inmenso que hace más tangible la vida que nunca se arredra ante las pesadillas.

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Mi asistente lagartija está atenta a cuanto suceda dentro de mis libros. Recoge con sumo cuidado el menor cambio producido en los contenidos. Su cuerpo multicolor me informa de los matices de las mutaciones y me pone alerta acerca de los trastornos metereológicos y sociales. Ella se creó a sí misma y desde que se instaló bajo mi mesa sólo come letras, impresiones e imágenes. Gracias a su autocontrol no crece y se mantiene en un tamaño apenas discernible que le permite pasar desapercibida. Sus ojos inteligentes a veces miran por mí y descubren a tiempo los errores que se aproximan adelante.

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Del cielo se disparan cantares

Encuentro la dirección del centro y me reconozco en el fragmento más frotado. Progreso hacia el interior de mi propia imagen y deambulo por sus aceras de cristal y orlas. Me cohesiono a través de una visión imperturbable. Me confiero una energía para componer la tipología de los semejantes. Dibujo un sombrero en el aire y me lo pongo, tácito, y pulso el resorte que inaugura la ceremonia de la medianoche. En un instante infinito inmortalizo una sonrisa que luego se delinea en el enorme rostro del cielo.

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Caen historias procedentes del techo curvado del firmamento. Los niños las recogen y arman carpas con ellas. El invierno interviene cada vez más y arremete de improviso con muelas heladas y ventoleras. Entonces procede amurallarse tras las vendimias del hogar y arroparse con los aromas que se van desprendiendo de las garrafas donde se permea la alquimia.

En tales ocasiones vale la pena vestirse con ropas de algodón teñidas con tintas y pigmentos del mañana y directamente mezclarse con las lejanías que propugnan saberes en los territorios señalados por los muertos.

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Del cielo se disparan cantares

Llegó el azul fecundado de premura. Llenó con su energía mis pupilas somnolientas. Debí sumergirme dentro de la sustancia prístina del café. Busqué en su interior un posible misterio o lo abstruso de su enmascarada presencia.

Una muchacha quien vivía al amparo de los poemas me trajo una serenata vespertina. Abrí mi ventana para que penetrara su canto y el rasgueo tímido de su guitarra. Me vestí de arlequín y fui su rebatiña de besos y temblores. La vida se reinventó sana y con vigor, muy lejos de la locura del Cristo sangrante.

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Rasco mi cabeza y caen sobre el escritorio los retazos de sueños. Los recojo y los cuelgo del mapa que se moviliza sin brújula ni sextante. ¡A fe que las encrucijadas paren sus mulos por cesárea! Abrazo con fervor a mis animales de almas textiles y les propongo fundar un falansterio privado donde vivamos siempre entre trueques de sonrisas y abluciones de espigas. ¡Este atardecer imperfecto promete colmarse de frutos embriagados en los recintos!

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Penetro al interior de una cítara como si ingresase a una vagina temblorosa y adentro encuentro a unos musicantes que se alumbran con una tea e interpretan canciones del misticismo del alba y de las sórdidas tabernas. Me apodero de la alegría y de los odres de vino y esbozo audaz una sonata para la luz de la luna comida.

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Del cielo se disparan cantares

Me conmueve la intimidad del jazz y entrambos espigamos al amor hasta límites proverbiales. Nuestro canon tiende un corro de fantasías y prepara un picnic donde la hierba arda con urgencias de mediodía. Allende el ritmo de la naturaleza se escucha un galopar de corceles barrocos que mejoran lo romántico que aún resta en el desconcierto de las hibernaciones con los grillos en ausencia.

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El saludo del ocaso aún resuena en mis pupilas. Bebo sus jugos y me ciño sus brazaletes y cinturones para mejor remontar el vuelo de la lucidez. Pediré lotos secos al estanque antes de que el reloj de cabecera suba a su buhardilla. Mi mirada se irá con la insuficiencia de luz y tras los recodos de un marfil traido de no sé nunca, la evocación constante de la infancia recreará una mansión harto apacible.

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Los automóviles de las metrópolis me persiguen. Me escabullo entre las siluetas de las avenidas. Alumbro mi entorno con un fanal y desoriento a quienes me acosan. Con audacia cambio las señales de tráfico y los semáforos se reúnen en la locura. Parece que arribó el tiempo de trastocarlo todo. La vida se estaba haciendo aburrida y los policías se dormían en las esquinas.

Construiré nidales, a ras del suelo, para los córvidos, ya que, por poseer yo múltiples ojos, no le temo a las cuencas vacías. Desde el fondo de un desconocido arcano emergerá un silencio que aplastará a todas las soberbias en el reino de las autopistas.

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La electricidad surgió de la risa de un fantasma que no había comido durante años. Desde entonces, cada vez que alguien ríe, los que están próximos huyen aterrados y esconden sus cabezas en los hornos de cocer pan. Las harinas de otros costales le cuesta una balanza al dueño de los quintales. Por eso resulta práctico el juego de envite y azar: los dados siguen las secuencias trazadas por los naipes y la lotería de animalitos se refugia en el primer zoológico que se establezca en cualquier vereda.

Abundan tales consejas, tales rumores, tales comentarios de esquina y barbería.

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De los planetas anhelo sus sinfonías; de las centellas, su persistencia; de los eclipses, su variedad de eventos en la oscuridad... Acaricio la larga cabellera de la festividad del hemisferio boreal y crezco una milla en un instante. De pronto, el insecto más efímero simula introducirse en los anales de la inmortalidad. Deduzco que ese proceder es el que mejor le conviene. Recojo mis huellas y las guardo dentro de una caja vacía que contuvo girasoles alocados. Me acogeré a la referencia que el cronista anónimo haga de mí. Total: ¿acaso no izo el perfume que fue y me abstraigo en la imposible enfermedad de los polizones que se ceban en los barcos idos a pique?