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Confesiones

Textos: Wilfredo Carrizales

Fotografías: Lu Nan

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Confesiones

CONFIESO que a escondidas talé un árbol con el temor de ser descubierto por los vecinos y denunciado a la policía. Comencé a extraer a mi Jesús del fondo del tronco a fuerza de hachazos que se prolongaron durante cinco noches febriles. El alba me sorprendió sentado sobre un taburete y Jesús parecía dormir, con los brazos extendidos, mientras yo lo sostenía con la mano libre para que no cayera hacia atrás y no se le deslizara el paño que cubría sus partes pudendas. Yo le escuché musitar mientras roncaba quedamente. Le presté atención a lo que decía y entendí que él se quejaba por no poder bajar los brazos. Me puse triste al oír aquello porque no me lo hizo saber desde el principio y yo hubiera podido tallarle los brazos pegados al cuerpo o descansando tranquilamente sobre su vientre. ¿Y ahora qué puedo hacer? En la actualidad no estoy en capacidad de salir a buscar otro tronco y esculpir a un gemelo que se le asemeje en todo, menos en la posición de los brazos que él ahora considera incómoda. No quiero despertarle. Prefiero que se quede dormido así para siempre y yo tampoco me moveré de aquí hasta que los dos seamos parte de una imagen que instruya a los catecúmenos.

 

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Confesiones

CONFIESO que fingí demencia durante aquellos años cuando los guardias rojos invadieron la aldea y comenzaron a destrozar los iconos y a golpear e injuriar a los creyentes. Yo empecé a vagar por las calles de la aldea y llevaba el crucifijo en una mano y el retrato de la virgen también y rezaba el rosario con vehemencia, de día y de noche, por toda la aldea y los guardias rojos no me molestaban. Yo creo que ellos me tenían miedo y la prohibición de rezar no me alcanzó y públicamente iba predicando y no conocí el sueño y tampoco comía ni bebía nada y a veces me detenía en un rincón y me recostaba de un muro de piedra y percibía que estaba sobre mi cama de ladrillos y el rosario me cubría toda y yo me sentía la persona más respetada, aunque no fuera así, pero con la importancia de esa creencia y la fe en mi virgen fui construyendo la iglesia para que algún día la vieran los desbocados aquellos, los desenfrenados, y se arrepintieran de sus blasfemias y yo podría conducirles al lugar donde obtuve mi bastón de luz que me ayudó a caminar entre tanta oscuridad.

 

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Confesiones

CONFIESO que la luz de esta vela no se extingue jamás. He envejecido aquí mirándola y no ha disminuido ni siquiera un poquito su incandescencia. La oscuridad me va cercando y la piel de mi rostro muestra los innumerables caminos que hicieron encrucijadas en mi vida. La cruz brilla tanto como la vela y mi Jesús crucificado se ha ido poniendo negro también para compartir conmigo este misterio y para comulgar en la fe del absoluto silencio. La esperma de esta vela no quema, porque se reabsorbe una y otra vez y es una vitalidad infinita la que la sustenta y la que me mantiene desde siempre a la espera del milagro que me haga ocupar a mí la cruz y a mi Jesús ser el portador inmanente de este cirio que alumbra desde este rincón para todos los confines del mundo.

 

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CONFIESO que soy pastora de una sola oveja y que ella le bala a Jesús porque lo siente cansado de tanto estar clavado en la cruz y que se pierda los baños de sol allá afuera. Yo finjo no escucharla para no tener que alejarla de mi lado, porque ella que es huérfana desde que nació me tomó por su madre y así hemos crecido las dos formando una pareja que afronta junta todas las dificultades. Mis vecinos no quieren creer que esta oveja sabe rezar, se compunge y tiene visiones que me transmite de vez en cuando. Yo siempre encuentro tiempo para venir a orar en compañía de ella, pues sé que su lana atrae del cielo un inaudito resplandor y con él nosotros tres, Jesús, yo y ella, podemos viajar al paraíso sin movernos de aquí.

 

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CONFIESO que saqué apresurado del altar a la imagen de la virgen por miedo a que la casa se derrumbara y le cayera encima. Yo no ignoro que tal decisión equivale a no reconocer el poder de la virgen para evitar una tragedia, pero en ocasiones los terremotos son más fuertes que ella y no quería exponerla a semejante contingencia. Mis parientes me vieron salir a toda prisa con ella en brazos y quedaron tan perplejos que no pudieron encontrar una manera de detenerme. Hasta olvidé ponerme los zapatos y tuve que caminar sobre piedras filosas que me hirieron los pies, pero la virgen impidió que derramase sangre y al percatarse de que yo empezaba a sentir frío se despojó de su manto y lo echó encima de mis hombros. Entonces, ¿cómo no voy a trasladarla a ella a un lugar más seguro para que siga velando por nosotros y produciendo sus milagros que son tan simples que apenas se notan, mas sin los cuales ya nosotros habríamos sucumbido ante las inclemencias del tiempo y de las otras gentes que no entienden nuestra fe ni nuestra forma de salir de la pobreza?

 

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Confesiones

CONFIESO que llevé por los campos al Jesús con su corazón sangrante para que fecundara las simientes y pudiéramos lograr excelentes cosechas y cuando tuviera que llover, lloviera, pero sin causar estragos ni mucho menos inundaciones. Jesús iba guiando mis pasos entre los terrones que a veces parecía que querían huir debajo de mis pies y estuvieron a punto de torcérmelos. Ignoro cómo hizo él para que los aldeanos permanecieran en sus casas y no salieran a rondar por allí mientras nosotros hacíamos nuestra labor. Tengo la impresión de que, a pesar de no haber un alma en los terrenos baldíos, alguien nos seguía muy de cerca. Hubo momentos en que creí escuchar a Jesús cuando amonestaba a alguna criatura que se nos quería lanzar encima. Al rato sus aullidos resonaban lejanos, entre la espesura del monte.