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Conglomerados

Texto e ilustraciones: Wilfredo Carrizales

Conglomerados

El alba presiona a los conglomerados que tardan en agregarse. Hoy acontece ya la evolución y se completa la representación. Durante las noches, los meses llamados julio o junio renacen a costa de sus predios. Nosotros arribamos sobre sus pieles para llegar a ser solitarios ejemplos. De inmediato, habremos concluido que los conglomerados existen y son únicos en las funciones.

Después de los estudios, de las experiencias apasionadas, ya nunca más se arrestarán las cargas en determinado momento. Los tipos múltiples proveerán y podrán haber similitudes, mas no imprevisiones que arrinconen a los ayeres y los hagan aglomerarse.

Los conglomerados pueden poseer varias características que los identifican fácilmente a la distancia:

  1. su estructura central está conformada por diversos cuerpos femeninos unidos por un cordón umbilical o clítoris protagónico y cabezas fálicas que danzan sin cesar alrededor del conjunto;
  2. un cuerpo multiforme ubicado en la zona media de un plano y lenguas antropofágicas que se auxilian mutuamente;
  3. animales vegetales con sexos arborescentes y frutos castradores;
  4. árboles de piedra que fornican permanentemente con humanos, de cuyos cuerpos han desaparecido las ranuras;
  5. ambiguos hermafroditas que acarician sus mamas con manos de doce dedos impregnados en aceite de huesos.

Las características de los conglomerados no son, de ninguna manera, definitivas. Con los días jóvenes van cambiando infinitamente. Se cree que el descubrimiento de tales conglomerados reviste una importancia capital para el posterior desarrollo de las uniones simbióticas. Aunque hay especialistas que consideran que todo fenómeno constituye, per se, un conglomerado en ciernes y, por ende, susceptible de observación, análisis y escrutinio.

Si nos imaginamos, por ejemplo, la vía cotidiana, somos capaces de afirmar que forma un “conglomerado” de cosas absurdas y sin un orden prevaleciente. También los viajes, desde esta óptica, pueden ser considerados “conglomerados”, pues ciertamente a ellos se van adhiriendo papeles, somnolencias, piedras de tránsito y estaciones que no se despegan.

Unos conglomerados que sufren a diario son las casas. Sus llaves se extravían en agujeros que distan mucho de ser cerraduras y las puertas y ventanas se desplazan hasta los mediodías para hacer de las refulgencias los pasadizos donde se amueca la muerte. Las casas ocupan todas las teorías de la sobrevivencia de los conglomerados al convertirse ellas en objetos preferidos de las volteretas que da la mente humana.

Un conglomerado de seres exonerados de plumas y rabos pertenece al reino de las mutaciones perfectas. Por ello, devienen en entes gravitatorios y penden de sus pensamientos en declive.

El más exquisito de los conglomerados se ajusta a la divulgada descripción: enormes ojos, patas de diversa procedencia, un cuello protuberante y colmado de sinuosidades y un rostro donde se encajan materiales de desecho.

Algunos conglomerados se definen por la cabeza y otros elementos subordinados a ella; otros conglomerados se ordenan según reglas no fijas y se van machihembrando a medida que sus deformes pies se parecen cada vez más a antenas de insectos; aun otros, los menos, prolongan sus cráneos hasta dimensiones inconcebibles y, ulteriormente, desde el interior de ellos huyen, en desbandada, pájaros de amasijos de ferretería.

Los cuerpos de los hombres perdidos o que deambulan se amontonan al final de las rutas y se transforman en conglomerados bastos, innombrables, ayudados por razones terráqueas. Los conglomerados parecen y son; son y bullen; bullen y se posicionan; se posicionan y pierden. Expulsan a sus extremidades harto atrofiadas y las facultan para crear disímiles conglomerados en el debut del descanso de los días, cuando los caballos pastan sobre las espaldas del infinito y las locomotoras se aprestan a embestir la matriz del horizonte con sus penes de obligada intolerancia.

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