Cuerpo designado

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Cuerpo designado

Textos y dibujo: Wilfredo Carrizales

Cuerpo designado para confabularse con las corrientes que segmentan el tiempo sin espacio y los sitios cóncavos del devenir.

Cuerpo ilimitado en su extensión y que produce sonidos de calidades más allá de su entorno.

Cuerpo siempre enhiesto, constituido por materias que flotan sobre la suma de sus partes.

Cuerpo de honda cordura, opuesto a las extremidades del derroche, pero proclive al hartazgo de las emociones y los tremores.

Cuerpo torciéndose en la desmesura de la desnudez, a la hora cuando los cueros viven bajo la inminencia de un peligro que se curte.

Cuerpo entallado y dispuesto para el baño en las temporadas del asombro o en las estaciones que se satisfacen de exigencias en las cumbres.

Cuerpo acuchillado, taladrado para la lectura, abierto para el lanzamiento hacia la aventura del delito y sus tejidos.

Cuerpo que le habla a los volúmenes sin textos y que establece singulares cánones en los aparatos de papel.

Cuerpo como excepción de la ley de gravedad, nunca ahíto, nunca rotatorio, mas por siempre ligado a la mudanza de las coloraturas.

Cuerpo del tamaño de la espesura de sus fluidos, menos grande que una estatua de guardia, pero favorable a la garantía del grito.

Cuerpo que fluye, gota a gota, desde su ancestral erotismo y al que lo azota la entidad del deseo y la pulsión de lo crudo.

Cuerpo alejado, por convicción, del fuero del cadáver y de su sombra que serpea fuera de los límites de lo escabroso.

Cuerpo considerado tras las posibilidades del emblema, en tránsito hacia el espectáculo brutal del tatuaje.

Cuerpo hambriento y hablante dentro de los silogismos del gorgoteo de la sangre o los ruidos briosos de los poros.

Cuerpo semejante a una chapa de raspada música y entonado debajo de la greba del pentagrama.

Cuerpo independiente en sentido inverso, orientado hacia el culmen del orgasmo, aunque la gama del orden se le escape por instantes.

Cuerpo agregado a su cornisa, adjunto a los sinsabores del transcurrir, acostado en su letargo para quitarse el hollejo de las noches insomnes.

Cuerpo que tiende a fundirse en otro cuerpo y que hala las cuerdas de su entresijo, sabedor y capaz de hacer brotar las texturas de los aromas esplendentes.

Cuerpo poseedor de una colmena de caracteres, donde se enmarañan las pluralidades de los quejidos.

Cuerpo irracional, facultado para enflaquecer y nutrirse de salacidad y para batirse en el interior de la enervación: perpetua cesión del canto del animal que provoca.

Cuerpo algebraico, de infinito tacto vulvar, desollado por sábanas libérrimas detrás de los ejes del sudor.

Cuerpo destinado a un paraje lleno de falos de costumbres fervorosas y dispuestos a secretar los lípidos de sus fases tempranas.

Cuerpo en emergencia, sin puertas, pero con postigos, anfitrión por unanimidad del discurso erógeno y del rubor que enaltece.

Cuerpo renacido en el ludibrio, experto en el juego de las gavias de músculos y temple, dador de consecuencias para el gozo.

Cuerpo emérito, vestido con su desnudez y que fondea al máximo en los placeres que aún se prohíben.

Cuerpo amarrado a su argollón, transformado por sus espasmos y erudito y segregado por el vaivén de las incidencias hormonales.

Cuerpo a la intemperie, ostentando las carnes de la infidelidad, pues es portador de las señales que lo obligan a cumplir el mandato de natura.

Cuerpo empapelado, circunscrito a la pulpa que se mastica con amplia salivación, ebrio, golpe a golpe y cuchilla a cuchilla.

Cuerpo ilusionado en su desidia y que capotea la amarillez del desánimo con una carga de huesos que se vapulean.

Cuerpo distribuido entre innumerables manos de cierzo, espejeante y esquivo, ermitaño hasta la abundancia, pleno de odres.

Cuerpo que se magulla en el interior de su industria de lujuria y que se anuda a perpetuidad a la alquimia del trasvase.

Cuerpo erguido sobre sus dos puntas y que hace sonar su trompa de ovarios y que se cuadra con sus vórtices profanos para alongar la espesura.

Cuerpo en rebatiña, dador insigne de cuescos, aullando por sus oquedades de cuñas, mecido por el alboroto salado que exhala el pubis.

Cuerpo en escape a través de las válvulas del verano, proscrito de las mejores mieles, exiliado en los parajes donde solo la mordacidad revienta.

Cuerpo soluble en el café de la tenacidad y boyante con su figura de cuervo mezquino y absuelto bajo la constelación de los piojos.

Cuerpo que se cuida de moriencia y que se cuestiona a mediodía para evitar que la parte ganada al disturbio sea profanada por el chillido de las ratas.

Cuerpo de presencia retratada, de aislamiento y reprensión, de limosna sin prójimo. Cuerpo agujereado por la sevicia que repentinamente acude con su arma de doble punta.

Cuerpo dedicado al espíritu del fuego, echado de espaldas sobre su horno, sazonado con especias recabadas en las cuevas del suicidio.

Cuerpo viviendo en su estar, cómodo hasta la partida bautismal, redondeado con frutas de pezones, dulce y timorato, transverso con la culata para la pereza.

Cuerpo un poco esmirriado, a causa de la degolladura del ombligo. No obstante, cuerpo insumiso porque elude el pago de impuestos y versifica la infamia de las moscas.

Cuerpo reproducido a cabalidad en su mitad superior y que se funda en sus acontecimientos más palpables y que frecuenta hacinamientos de caderas con derechos de franquicias.

Cuerpo en una guardarraya a la espera de un patíbulo de hachas; cuerpo previamente amortajado; cuerpo lanzado al muladar del vacío; cuerpo zarza, ligero de fieltro.

Cuerpo separado de su escobajo, de su suciedad, sin posibilidad de redimirse, ausente por cuenta propia, medrando con zapatos de trucaje.

Cuerpo que se alza en su levadura y que huele a pan en su azimut y que se asolea para exhibir sus quemaduras y que trajina el olvido para albergar a conciencia su costra.

Cuerpo de la contumacia y del chisporroteo y de la clavícula en flor. Este cuerpo nada en suavidad monacal y no se hiere por casualidad y sus efluvios son consagrados por mujeres embozadas y el placer que lo identifica lo hace yacer con la espalda encorvada.

Cuerpo maravillado bajo su propio peso, bajo su personal orgullo. Cuerpo que se eslabona al misterio del sexo para sacarle filo y hacerlo brillar cada mañana.