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DesorejadoDesorejado

Texto y fotografía: Wilfredo Carrizales

Un mes antes, en plena precocidad,
en el asidero de la atención,
alado como un águila
y señalado en la oreja
para destinarlo a merecer,
el rey de armas, abrumado,
hundido, hecho espigas,
aceptó su terrenalidad.

Con ansia de alfabeto,
con todos y cada uno
de sus artículos, exempli gratia,
longitudes, ojos avizores y buharros,
se armó por todas partes
y se prendió a la pleamar del río
de oídas conocida
y se malquistó con vehemencia.

Por ser madrugador
obtenía frutos tempranos
y fervoroso penetraba
en el ensordecedor ruido
del desprendimiento de árboles
y se retiraba debajo de la tierra
para buscar lo prosaico de la vida
y a través de los cacharros
encontrar lo innoble de su conducta.

De buena fe, seriamente,
en la punta de la oreja
sintió el escozor de la espiga
y medio mundo percibió
el nacimiento del amianto
y el retiro del almagre
hasta la señal de la formalidad
que era perjudicial
para las madrugadas
y sus posibilidades de distorsión.