Diálogos

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Textos y dibujos: Wilfredo Carrizales

1

Diálogos

—¿Qué haces allí acuclillado en la orilla del río?

—Contemplo a esa mujer desnuda que muerta está debajo del agua, entre las piedras. Tiene los ojos abiertos y mira con insistencia hacia el firmamento.

—¿La mataste tú?

—Hubiera querido. Es tan hermosa. Su rubia cabellera ondea con la corriente del agua y su cuerpo parece tan ingrávido. Su vello púbico es como una anémona que instila oro.

—Seguro que tú llevas varias horas allí, embelesado, absorto en su contemplación.

—Me conoces muy bien. Espero a que los peces comiencen a mordisquearle los pezones para yo tener una brutal erección.

—Deseo que también logres tus acostumbradas visiones.

—Gracias. Presagio una extraordinaria estadía.

 

2

—La muchacha comenzó a desnudarse. Pensé que mentías cuando me lo contaste.

—Jamás te hubiera traído a este observatorio bajo engaño. Quería que compartieras conmigo la estética de su déshabiller de aficionada.

—Me da la impresión de que lo ejecuta con profesionalismo o que lo hubiera ensayado muchas veces.

—Yo creo más bien que le sale de manera natural. Sus movimientos son espontáneos, como si estuviese frente a un espejo y ella fuera la única espectadora.

—Desde esta ventana de tu cuarto, ¿ella no puede descubrirnos? Tú no has apagado las lámparas.

—Jamás podría descubrirnos. Ella es ciega y anhela enceguecer a los fisgones con el esplendor de su cuerpo en trance artístico y sublime.

—¿Cuántas noches llevas disfrutando de esta función nocturna de insólita armonía?

—Apenas unas siete noches. Me costó mucho convencerla de que lo hiciera ubicada frente a su ventanal. Mañana le haré llegar un frasco de perfume que le prometí.

—¿Podremos oler ese aroma?

—Sí. Mañana nos apoyaremos en el alféizar de su ventana y en silencio abrevaremos en su cuerpo oloroso y anochecido.

 

3

—¿Viste la cantidad de lobos que pasaron frente a nosotros?

—¿Cuáles lobos? Estamos en medio de la ciudad.

—Lobos citadinos deben ser, entonces.

—Yo no los vi, lo cual no quiere decir que no existan.

—Abre bien los ojos. Estoy seguro que otra manada aparecerá en cualquier momento.

—¿No serán perros fantasmas que sólo tú puedes ver?

—No. Son lobos. Descomunales, fieros, hediondos a sangre fresca.

—Vamos a ocultarnos para poder visualizarlos mejor.

—Siento que surgirán desde cualquier rincón o emergerán de las cloacas.

—Nos asustarán, pero no nos harán daño. Llevamos años arrastrando cadáveres como para que ahora unos cuantos lobos nos lo impidan.

—Ellos no quieren obstaculizar nuestra labor. Más bien, sin proponérselo, nos otorgarán protección al alejar a los noctámbulos.

—Escucha. Ya se oyen sus aullidos. Sentémonos y recibamos su aparición como una fiesta grandiosa de los poderes sublimes.

—Confundámonos con ellos. Dejemos también que nuestra perversidad se ponga de manifiesto.

 

4

—¿Ves a aquel caballo manchado que pasta en la pradera?

—¿El que mueve la cola con insistencia?

—Sí, ese. Es capaz de montar a veinte yeguas en una sola tarde y luego quedar tan campante.

—¿Podemos acercarnos un poco más para verlo mejor? Quiero detallarlo y averiguar su estirpe.

—Es riesgoso acercársele demasiado. Ya ha matado a unos cuantos peones.

—Ese animal no es de este mundo. Mírale las pupilas: inyectadas en fluido púrpura y la crin levantada con insólita energía. ¿Me permites que le dé un tiro para que te sorprendas con su invulnerabilidad?

—Primero vamos a subirnos a ese árbol y desde allí lo apuntas mejor con tu rifle. Apúntale directamente a la frente.

—No, quiero dispararle desde aquí, con una rodilla en tierra.

—Hazlo entonces sin más dilación. Mira, ya se dio cuenta de nuestra intención.

—Huyamos de prisa. Viene a todo galope y su falo en ristre vomita fuego.

—Lancémonos a la laguna y permanezcamos dentro de ella hasta que anochezca.

 

5

—Amada mía, sólo te quedan algunos minutos de vida. ¿Me escuchas con claridad?

—Sí... Puedo oírte... Me invade una paz indescriptible... Dame tus manos...

—Siento esa paz. Quiero que la compartas conmigo. Ya cavé la fosa afuera, al pie de los peldaños, y preparé la trampa con tierra. ¿Deseas un colchón hecho con tus flores silvestres preferidas?

—Sí... Necesito inhalar ese agradable aroma...

—Bien lo sé. El fondo de la fosa está tapizado con tus flores favoritas. Cabremos los dos muy cómodamente.

—¡Ah, viejo pícaro!... Lo planificaste todo a la perfección... Llévame allá... Siento que llegó el momento de sembrarnos...

—Te cargaré en mis brazos... Estás tan ligera. El viento marino podría arrebatarme tu cuerpo si él se lo propusiera.

—Camina... un poco más de... prisa... o no llegaré a tiempo...

—No temas. Te acuesto sobre estas cuerdas y te bajo lentamente... ¿Estás cómoda allí en el fondo?

—Comodísima... Baja tú también...

—Aquí estoy, musgo mío. ¿No te dije que la fosa era sumamente amplia? Cierra los ojos para que no les entre tierra. Ahora halo la cuerda para que la tierra caiga...Caiga... Caiga...Hasta la eternidad...

 

6

—¿Por qué caminamos sobre el agua y no nos hundimos?

—Porque somos leves, cera derretida del espectáculo del día.

—¿Podremos avanzar de esta manera, por horas y horas, y no iremos a parar al fondo del agua?

—Pierde cuidado. Nuestra esencia nos permite desplazarnos a cualquier velocidad que querramos. El agua es nuestro medio más preciado.

—¿Cuándo llegaremos a nuestro destino?

—Nunca.Vagaremos siempre de aquí para allá sin cesar. El movimiento perpetuo constituye nuestro reposo. También podemos ser de aire si nos lo proponemos.

—¿Ningún obstáculo se interpondrá en nuestro camino?

—¿Obstáculo? Esa palabra debes erradicarla de tu mente. Nosotros somos más fuertes que cualquier obstáculo. Nada nos arredra. Ni siquiera una imprevisible tormenta.

—A veces siento que somos una vela impulsada por un halo misterioso.

—Todo lo que sientes existe. Todo lo que pienses ya yo lo he pensado antes. Así nos conjugamos y crecemos, cada uno en su distancia.

 

7

—Cuando me masturbas de esta manera, sentado yo sobre tus piernas, el orgasmo viene acompañado de la visión de decenas de mariposas de todos los tamaños y colores. Vuelan raudas desde el vacío y chocan contra mi rostro sin producirme daño. Traen infinitas fragancias adheridas a sus alas.

—Me enorgullece escuchar eso. Yo siento que un enorme gusano de seda se desliza por entre mis manos y yo debo encapullarlo hasta que se abulte y estalle en incontables hilos que cuelgan de mis dedos.

—Quisiera que me masturbaras en todas las posiciones posibles para sentir el galope de caballos desbocados, el rugir de fieras en un oasis o el chapoteo de peces rojos en un estanque sin orillas.

—Te prometo masturbarte hasta que aparezcan todas las constelaciones de animales. Te prometo masturbarte con los ojos para que tu falo vea lo que yo no puedo ver. Te auguro los más increíbles espasmos mientras mi lengua baja y sube por tu montículo de miel.

 

8

—¿Ya tienes lista tu cámara fotográfica?

—Sí. Ahora, ¿qué debo hacer?

—Dispárale a cuanto se mueva en el cruce de avenidas. Dispara sin cesar. Captura a tus presas con audacia. Dispárales sin darles tiempo a reaccionar. Dispárales desde todas las direcciones.

—¿Puedo acostarme en el piso y dispararles desde allí, a pesar de lo incómodo de la posición?

—Dispara sin contemplación. La incomodidad no existe, sólo es un estado del alma. No olvides que tu máquina fotográfica no es una prótesis: ella es la prolongación real de todos tus sentidos. Ella escudriña, palpa, husmea, trepana, saborea y huele por ti para que tú experimentes lo mismo.

—Aquí voy. Luego expondré ante tus ojos los ejemplares cazados en este safari que el azar dispuso.

—Dispara y no hables. Dispara sin piedad. Dispara hasta que desbarates la lógica de las presas. Dispara con la precisión de un ave de rapiña. Dispara y atrapa de inmediato a los escurridizos. Dispara y vive. Dispara y sueña. Haz de tu disparo una convulsión en la retina.

 

9

—Señorita, ¿qué hace usted orinando sobre esas flores?

—He descubierto que cuando se las moja de esta manera exhalan su perfume con mayor intensidad. Venga. Orine aquí usted también.

—(...).

—No. De pie, no. Tiene que agacharse.

—¿Puedo quitarme el pantalón? Temo mancharlo.

—Hágalo, si así está más a gusto.

—¡Ah! Realmente es cierto lo que dice. ¡Qué aroma tan penetrante y sutil! ¿Cómo se percató de este fenómeno?

—Un día por casualidad paseaba con mi perro por este jardín y, de improviso, él levantó la pata y comenzó a orinar sobre las flores. De inmediato se sintió el extraordinario olor.

—Dan ganas de quedarse aquí para siempre.

Nada se lo impide. Yo ya he orinado unas cinco veces y no pienso marcharme tan pronto.

—La acompañaré entonces unos minutos. Si no le molesta.

—En lo absoluto. Tenía deseos de conversar con alguien como usted.

—¿Como yo? ¿Qué tengo yo de especial?

—Alguien que cuida tan cabalmente de su pantalón.

—¡Ah, eso! Es una costumbre adquirida desde niño... Lo lamento, pero debo retirarme. Me aguardan en mi oficina. Fue un placer conocerla. Le dejaré mi pañuelo para que se seque usted.

—Muchas gracias. Es usted muy amable.

 

10

Diálogos

—Disculpe, ¿tiene un cigarro?

—Creo que me quedan dos.

—Fumémoslos. ¿Le parece bien?

—Sí. Déme fuego, por favor. No tengo cerillas.

—(...) Antes de atreverme a acercarme, le estuve observando durante un largo rato. ¿Qué miraba con tanta atención en el agua sucia del puerto?

—A esa mujer que flota allí.

—¿La estranguló o acuchilló usted?

—Oh, no. Me hubiera gustado hacerlo, pero alguien se me adelantó.

—¿Quién era?

—Lo ignoro. Por su vestimenta y el color de su cabellera parece una extranjera.

—¿Cómo sabía usted que ella estaría aquí?

—No lo sabía. Simplemente el azar me condujo hasta acá y luego descubrí el cuerpo balanceado por las olas.

—¿Qué marca de cigarros fuma usted?

—¿Cómo?

—Este cigarro carece de marca, pero su tabaco es de buena calidad.

—Los compro en un estanco especial... Según las apariencias va a llover pronto.

—Mejor nos retiramos y dejamos que la mujer retorne a su lugar de origen.

—Considero que así será. Me marcho. Que tenga usted buena suerte.

—Buenas tardes, señor, y que continúe en estado de gracia.

 

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—La noche en esta ciudad parece fabricada con alcohol y metal. Las estrellas no se mueven.

—He tenido esa impresión desde que llegamos. ¿De qué estará hecha la oscuridad de aquí?

—De manos y cuerpos rotos de perdedores.

—Muy acertadamente. Las cosas permanecen escondidas y no resulta fácil visualizarlas.

—Estoy interesado en la anatomía de la urbe, pero su dimensión es tan grande que se me escapa como fenómeno factual. ¿Has pensado en ello?

—Con mi experiencia no he podido ni siquiera acercarme a una realidad entrevista.

—El lugar que ocupa esta ciudad no tiene nada que ver con el entorno. La abstracción se incrementa según penetras en ella.

—¿Y qué me dices de su nombre?

—Recuerda a un plano o a una superficie desprovista de relieves. En todo caso, su cognomento no es nada relevante.

—¿Has notado la manera como se mueven sus habitantes?

—Se reconoce en ellos figuras aisladas que se vuelven más voluminosas a medida que avanzan. Admito que me está entrando pavor. ¿No será mejor abandonar este sitio?

—De acuerdo. Tomaremos a toda velocidad por la carretera que nos trajo hasta aquí y pasaremos la noche al descampado.

 

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—Tus efectos se inflamaron durante un incendio y no hubo manera de salvarlos.

—No puedo interpretar acertadamente tus palabras.

—Digo que todas tus cosas —enseres, objetos, libros— se quemaron cuando ocurrió un fuego en tu departamento.

—¿Cuándo sucedió eso? Tengo la sensación de que me estás informando acerca de un suceso que acaeció hace mucho tiempo atrás.

—La semana pasada, pero tuve que esperar hasta hoy domingo para venir a decírtelo.

—¿Qué pasó con mis “criaturas”?

—Todas huyeron. Ninguna pereció. Al menos eso fue lo que me informó el jefe de bomberos.

—¿Tú crees que el incendio haya sido provocado? Tú sabes, mis enemigos no son pocos.

—Es posible, aunque no se encontró evidencia de ello. El veredicto fue que se debió a un cortocircuito.

—¡Qué cortocircuito ni qué mierda tirada!

—No grites o el guardia te obligará a regresar a tu celda. Apenas restan escasos minutos. ¿Necesitas que te traiga algo especial la próxima visita?

—Tráeme unos pósteres eróticos. Los que están en las paredes de mi “suite” ya están todos manchados y ahuecados.

—Cuenta con ellos. Además te traeré una caja de Pandora.

—Vale. Chao.

 

13

—¿Me puedo sentar aquí a tu lado?

—¿De dónde vienes?

—De cualquier parte y de ninguna.

—¿A qué le huyes? Tienes cara de prófugo.

—Le huyo al futuro, pero siempre me lo encuentro adelante. Ya no tengo pasado.

—¿Quieres un trago de aguardiente? La noche es larga y no es seguro que venga el tren.

—Gracias... ¡Ah, está muy bueno! ¿Cómo es eso de que no es segura la llegada del tren? ¿Acaso no hay horario?

—Existe un horario, pero nunca se cumple. Yo mismo no sé si espero un tren o estoy sólo aquí para beberme esta botella mientras el silencio lo absorbe todo.

—¿Cómo se supone que se llama este maldito lugar?

—”La vuelta de la campana”.

—¡Vaya, qué ridículo nombre! Quien se lo puso debió tener alma de predicador o algo así. ¿Tú eres de por aquí?

—Soy algo así como un ser itinerante. A veces me considero lugareño; otras veces, forastero.

—Nos parecemos bastante, según veo. Y ahora, ¿adónde te diriges? Si es que te diriges a algún sitio.

—Voy adonde tú vayas. Soy tu sombra y te estaba aguardando.

 

14

—Me opongo a que pinte usted a mi mujer desnuda.

—Pero ella se ofreció a posar sin ropa para mí. Yo no la obligué ni le ofrecí dinero. Es su decisión.

—Le repito que desapruebo ese proceder.

—Dígaselo usted a ella directamente. Está ahí adentro tendida boca arriba en una cama, aguardando que comience el trabajo.

—No me atrevo a entrar allí. Me sacaría los ojos. Por eso le ruego que la convenza usted que desista de esa locura.

—Caballero, yo no puedo hacer lo que me pide. Ella sólo espera por mí para que la traslade a la tela. Está muy entusiasmada con el resultado de su desnudo.

—¿Cuánto dinero quiere usted para que cambie de opinión?

—Me ofende, señor. No necesito su dinero ni el de su señora. Ahora más que nunca estoy determinado a llevar a cabo la tarea que me impuso su mujer. Usted es un tonto y no comprende nada. Le pido, no, le exijo que se marche de mi estudio.

—Se va a arrepentir de ejecutar ese desnudo. Después ella le pedirá otro y luego otro más y así hasta el infinito. Sé de lo que hablo...

—Adiós, señor. Cierre la puerta al salir, por favor.

 

15

—¿Crees que efectivamente vendrán?

—El mensaje cifrado decía que arribarían a las 23 horas en estas coordenadas. Han transcurrido sólo cinco minutos después de la hora fijada. Tengo el presentimiento de que pronto llegarán.

—¿Cómo te los imaginas a ellos y a su nave?

—A veces los visualizo altos y delgados, con los ojos muy grandes y sin pelo. Otras veces los entreveo como enanos que se mueven graciosamente bamboleando los brazos y las cabezas. De su nave no tengo ninguna visión. Tal vez sea enorme y en forma de rodillo. Son sólo conjeturas. Debemos aguardar.

—¿Has pensado en cómo nos entenderemos con ellos?

—Llegado el momento surgirá un lenguaje adecuado. Con respecto a esto no tengo preocupación alguna.

—Por si no volvía dejé sobre mi cama una nota para mi madre.

—¿Por qué hiciste tal cosa? Te precipitaste un poco.

—Ignoro por qué redacté aquella misiva. Estoy convencido de que no regresaremos a nuestras casas...

—¡Presta atención! ¿No escuchas un intenso zumbido? ¡Mira! Por allá, encima de aquellos árboles, se aproximan unas luces. ¡Son ellos! Vinieron al encuentro.

—No te muevas. Creo que ya nos vieron. Sí, ahora vienen por nosotros. Son diferentes a como los describiste...

 

16

—No me acuses de haber succionado a esos niños.

—Yo te vi hacerlo.

—¿Me viste hacer qué? ¿Confías en tus ojos?

—Estaba claro y sólo nos separaban unos cuantos metros. Tú estabas succionando a aquellos niños por los oídos.

—Les estaba contando chistes verdes. Eso es todo.

—Mientes descaradamente. Les estabas absorbiendo sus esencias y ellos permanecían inmóviles. Me imagino que estaban drogados o hipnotizados.

—Te aconsejo que no veas tantas series de ciencia ficción. Vas a acabar obnubilado o loco.

—No trates de evadir el asunto. Reconoce que chupaste la médula del grupo de infantes. Yo no se lo comentaré a nadie. Te lo prometo. Únicamente quiero saber cómo adquiriste tal técnica.

—No insistas. Estás divagando. Hablando de cosas que sólo existen en tu imaginación. ¿Succionar a niños por los oídos? ¡Qué insólita elucubración!

—Fui a conversar con uno de los niños. Con el que tengo más confianza y amistad. Ya no es el mismo. Está transformado, como ido. Me aseveró que ahora se siente muy liviano. La memoria ya no le pesa.

—Acércate un poco. Deseo confesarte algo.

—Ese brillo en tus pupilas no me gusta. Tramas una mala cosa contra mí. Olvídate de mi persona. No existo. Nunca te vi haciendo nada.

 

17

—En una ocasión te vi haciendo el ridículo. Ahora careces de autoridad para reprenderme.

—Eres un muchacho y no comprendes mis motivos.

—Soy un bebé y como tal me defiendo. Creceré y te haré tragar tu prepotencia.

—Cálmate. No distorsiones las cosas. Más importante que el enojo es el buen humor. ¿Podrías entenderlo y no odiarme tanto?

—Ahora, de pronto, me he hecho grande y tengo voluntad de comprender tu drama. ¿Qué quieres escuchar de mis labios?

—Mantente al alcance de mis manos que saben castigar a los niños. Articula mensajes que no contengan veneno. Permanece fuera de la órbita del peligro. ¿Suficiente?

—En un incidente de calle lo primero que se me viene a la mente es qué harías tú si te vieras envuelto en aquella situación.

—Obviamente cruzaría mis brazos en la espalda y me pondría a tararear una canción popular.

—El descaro constituye la ausencia de comunicación. Sicológicamente estás acorralado y espero verte inactivo dentro de poco. ¿Lo dudas?

—Reclúyete en tu cuarto y no hagas notar tu presencia. Hoy he tenido un día muy agitado y ya basta de conflictos.

 

18

—Afuera hay una mujer muy sucia que te busca.

—Hazla pasar. Tal vez sea una médium.

—Dice que sólo desea unas pocas monedas. No le interesa ver tu cara. Únicamente solicita tu dinero.

—Dale entonces lo que pide y que se largue.

—Me recomendó que te abandonara cuanto antes. ¿Cómo conociste a esa bruja?

—Es una historia muy larga y toca aspectos un tanto escabrosos. Preferiría no hacer mención de ese asunto pasado.

—¿Tiene relación con la época cuando fuiste juez?

—Exactamente. Mas no deseo rememorar ese episodio, si no te importa.

—Por lo menos dime quién es ella. ¿Siempre fue una mujer tan desaseada?

—Ella era mi consejera espiritual y su inteligencia brillaba con un potente fulgor. En una oportunidad realizó un viaje a su pueblo natal y al regreso venía transformada. Se sumió en el mutismo y dejó de prestarle atención al aseo personal. Tuve que despedirla...

—El olor a almizcle de su piel no ha cesado de perturbarme, pero lo que más me preocupa es porqué me urgió a abandonarte.

—Porque dentro de un corto lapso su rostro será el mío y entonces ya no podrás soportarme. ¿Lo podrías concebir?

 

19

—Tardaste una hora en escribir una carta tan breve.

—No quería cometer errores. Además el tiempo transcurrió como si estuviera en una cima.

—Eso posee un sentido negativo. Las lluvias son más abundantes a esa altura.

—Vendrá mayo y saldré a trotar por los prados. Hasta que me canse o hasta que desfallezca.

—Tiempo atrás me aseveraste que te fastidiaba andar a campo traviesa.

—Llegó la claridad y ahora pienso diferente.

—Mientras no vengas con ideas peregrinas que alteren la normalidad de nuestras vidas todo irá bien.

—Siempre intercalas eventos que no ocurrirán.

—Estamos a quince del mes y puedo referirme a cualquier suceso que llame mi atención.

—Cuando acabe mi vida me iré contigo.

—Durante la marcha me encontrarás comiendo y ya no sabrás si perdí el juicio.

—Según las medidas de tus palabras me distraeré con lo que vaya sucediendo.

—En cuanto seamos tres podremos partir y en los intervalos entre puente y puente habrá un plazo para las casualidades.

 

20

—¡A tiempo! La marcha de las cosas se confirmó.

—La costumbre me hace rabiar y tú lo sabes perfectamente. Por cierto, han desaparecido las nubes.

—Dispongámonos a distraernos. No necesitamos pensarlo.

—¡Vamos a ver! ¿A qué jugamos?

—A hacer los trajes sin causarles daños ni perjuicios.

—Pero mi padre ha muerto y se lo comieron los ratones.

—Entonces juguemos al queso contaminado.

—¿A ver qué escondes ahí? ¡Un pedazo de roquefort! Es estimado por todos. ¿Dónde lo conseguiste?

—Comenzó el juego y no respondo. Vino en el tren de las doce. Llegó en el bus de la una.

—Saliste del sueño como tarambana. Te dejó pálido el mucho dormir. Recuerda lo que nos aconseja el espejo.

—Debes... Tienes que... Vete a saber si el juego te interesa.

—Claro que me interesa. Mis manos hubieran querido ayudarte, pero estaban ocupadas luchando entre ellas.

—Me escarneces con tus silogismos. Sin embargo, te tolero porque completas mi existencia.

—No pretendo estorbar tu juego. ¿Y si articulamos nuestras emociones? ¿Y si dividimos el set?

—Démosle la importancia que se merece. ¿Te aventuras o te arriesgas?

—Me siento en la silla alta y me lanzo hacia tu albur.

—¡Que te la juegas! ¡Que el sol no pierde las llaves!