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Textos sin enmiendas

Textos y fotografías: Wilfredo Carrizales

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Textos sin enmiendas

Hoy está lloviendo y toda la vista externa se ha tornado borrosa, confusa. Los truenos y relámpagos van y vienen como tinta mojada sobre papel con aceite. Si alzo la cabeza para contemplar la tormenta, en seguida debo bajarla por temor a que me caiga un pedazo de estruendo. ¿Qué hacer entonces? Me pongo a escribir para no cambiar nada, mientras tanto escucho el golpeteo de las gotas de lluvia sobre el cristal de la ventana y cierro los ojos para respirar a plenitud.

Ahora no hay bocas parlanchinas en los alrededores. El ordenador ha adquirido una muy gozosa condición y el mapamundi colgado de un clavo muestra las fosas por donde algún día se hundirán nuestros huesos inservibles.

Un aroma artístico atraviesa el recuerdo de otras tempestades y no puedo evitar tener una contundente erección. Mi alma se asoma, por breves instantes, hacia el cuerpo del mundo en peligro y cuenta las capas que lo constituyen. Mi “cabeza pensante” juguetea sin propósito con algunos vocablos y ciertos personajes del pasado se allegan para mirarse al espejo que se empaña de prisa y no se seca.

 

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Los precios de los paraguas se han elevado. Sólo me queda reflexionar acerca de la lejanía de la ley de la oferta y la demanda. Tal parece que un tornillo puede hacer realidad el sueño de tener bonos en una peletería. Directamente los pensamientos se dirigen hacia una escena donde todo se crea con no más desearlo.

El origen de mi espíritu comienza a elucidarse. Bien puede ser una sesuda investigación de un cuerpo detectivesco o el informe detallado de un pariente muy cercano. El asunto necesita una rápida resolución. No estoy para más dilaciones.

(Abajo, en la avenida mojada, unos fulanos buscan una historia que compense sus propias frustraciones. Sus corazones palpitan a deshora y olvidan con frecuencia que sobre sus espaldas empapadas la humanidad va haciendo un balance de sus pérdidas y ganancias).

 

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Textos sin enmiendas

Innumerables dudas chapalean en los charcos de la memoria. De veras el espectáculo de los negocios se proyecta sobre las pantallas más prestigiosas de la ciudad. Es mejor elucubrar acerca de la audacia de los ladrones y ser consciente de la liberación de las formas del hurto. Las jeremiadas no valen en este contexto.

Yo hesito y no puedo hincharme. ¿Tengo en la actualidad relación con qué? ¿Por qué no siento el desplazamiento tácito de las hormigas entre las sobras del pan del desayuno? La tontería se va apoderando de mi cerebro. Tengo que enmendar mi raciocinio y adecuarlo a un lenguaje crítico, no críptico. Deposito la lupa encima de su correspondiente mampostería y la observo cómo aumenta su nivel de seducción, cómo encaja a la perfección en el dispositivo para que el ojo se entretenga y fabrique sus propias ilusiones.

Constato sin sorpresa que la hipocondría no avanza y que el aproximamiento a la crónica diaria es lo que me sume en la inefable exultación por demás inocultable.

 

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Pretendo en todo momento expresar lo que la volición permea. Nunca la vida nortea como es debido. Airado, exploto y luego farfullo. La represión de los sentidos sucede con una incidental aptitud que la hace asaz patética.

Desde el oriente se contornean las aristas que otorgan los misterios para que se preserven los privilegios y las impersonales fantasías. La contaminación ya ha llegado hasta la intimidad y la vulgaridad se impone y habla con fuerza en primera persona.

El sabor de antaño está tendido sobre la vía del tren y la estrechez de las convenciones no religa nada detrás de las puertas estrafalarias. Los símbolos llegan a ser un producto para las carreras y un motivo para adecuar las cuentas bancarias. La fatalidad se impone a la vida como las valvas a la arena que adormece. Las reacciones se sellan con los reglamentos del trabajo y la serenidad de la existencia ataja lo imperturbable de la disciplina.

 

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Textos sin enmiendas

El agente, con intelecto, liquida a las almas. Los sicarios y sus aliados rebuscan en la perfectibilidad de la naturaleza. Los padres universalizan las causas de la orfandad y se apropian de las virtudes que se exhiben en las vitrinas. Se indica lo singular para robustecer la perfidia. Todo se deriva de la matriz excepcional: los hombres y los generales, los solos y los innombrables, los sedientos y los generadores, los que se asimilan a los animales y los que rebuznan por las cosas... Nada escapa a la inferioridad de las inteligencias. Los fantasmas se ilustran con el positivismo redivivo.

 

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Nuestro anonimato interviene en las potencialidades de los respetos impuestos. Quien secunde su representación será el requirente de la determinada audacia. Y a holgar llaman con pertinencia y plausibilidad. ¿Cuántos son los quiénes y son tan omnipotentes como para abstraerse de las especies mundanas? Hay que activar las invenciones inmateriales y plasmar las condiciones para que las partes alícuotas se conviertan en las sustancias que menudean.

Todavía dicen los filósofos escasos que debemos habituarnos al quietismo y al lunatismo. Señalan con estupor que los lobos dominan y que los salmos de nada sirven frente a los espolones de la expoliación.

 

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Textos sin enmiendas

Y se ciñen los apellidos a las muecas solas del devenir y fallan en el intento por reponerse, mas los entretenimientos los rodean.

Un poema acaso penetra con sus palabras citadas bajo las cintas parecidas a las rondas de las lenguas al sereno.

Como ya lo registró el magistrado, se cumple el sacrificio de los bueyes, porque los cerdos se fueron de vacaciones y las ovejas se pasaron de listas y se camuflaron en los prados.

Y yo me entero de que hay un mundo allá afuera que atruena y me despabila y que es capaz de conducirme a la más mortal de las hemorragias de los vocablos.

Ahora no tengo necesidad de encontrarme. Me siento a gusto en este disparadero donde las cosas y sus altibajos puntualizan la total carencia de mí.

Ellas, las imperfectibles, hacen de la pluviosidad un ornamento para quien esto escribe. Les ordeno que se avecinen a mí y sus creencias se resuelven en una maravilla verbal.

¡Tú la viste!, me dice la que me donó un confín y los truenos resuenan en el cuarto y el pobre cielo no sabe qué hacer ante tanto desorden.

Los corazones laten en la plenitud de sus fluidos y unos signos aparcelan las honduras y los fríos se retiran hasta el lugar de los exilios.

¿Qué le reclamo yo a la que duerme? Su poca fe en el engendramiento de un cosmos comprimido y en la suerte que corren los meses cuando se precipitan sin esperanza en los bordes de la calzada.

Así, trabo conocimiento con lo abstruso y señalo los puntos que me conmueven y aparto un espasmo para que tiemble solo dentro del mortero. (La presión del firmamento ha aumentado y mis pies gozan de las chorreras que aparejan los zapatos).

 

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La música del espanto, de los relámpagos y centellas. Y las alcobas recientes que se ocultan de la inevitabilidad de la oscuridad y de las grupas que el polvo enmohecido lanza por doquier. La sonoridad de las asambleas en el espacio, su única posesión, el literal sentido de la eclosión o un claro gangueo que enmudece el entorno.

Todas las actividades se corresponden con la complejidad de los arcanos. Los sirvientes prosiguen sus estudios y van al sauna y se embuchan con licores perversos y pisotean la astrología porque atropella sus vidas.

Las malandanzas del verbo y el campo maestro de los murciélagos y las esfinges amorososas por conveniencia y los pequeños cabrones alojados en las casas de las linternas rojas.

Más allá de las chimeneas, de los caminos del humo y del hollín, la dulzura se apaña con la tristeza y juntas financian las pestes que sobrevendrán.

En otras ocasiones los nervios se renuevan con bríos y sobre una mesa los panes y las cebollas se ponen a llorar por puro gusto, para pasar el rato y para que no haya escasez de humildad y buen tino.

La resolución me tienta y me tiene de pie. Espío a las mujeres de la “mala vida” y luego les hablo de los navíos que surcan improbables puertos y súbitamente me invitan a la cama y allí nos encontramos como dos náufragos a punto de amoldarnos al embate del furioso viento.

 

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Textos sin enmiendas

Suspiro y transpiro. Mis facultades me vigilan y me recuerdan que no intente sobrepasar los límites, las fronteras de la exclusión. Respondo con gracia a la obra de mi cuerpo y de mi cerebro. Me sujeto a la porción de atmósfera que me pertenece. Prudente, subtitulo el consomé que me trajo una desconocida vecina, temerosa de que yo falleciera por inanición. Dicen que los cálculos son más terrenales cuando los riñones se acostumbran al piso duro. Tal vez la diversidad del saber sea la esencia que lo preserva.

El verano se vuelve noticia y empieza a padecer el exceso de entrevistas. Las bellezas se tornan bárbaras y se hace necesario sacarlas al descampado durante una larga temporada. Alrededor, arriba y por donde caminan los viejos, los objetos se independizan y organizan sus imágenes para los museos al uso. Los sinónimos sufren y la mera pronunciación de su dolorida estancia les produce escalofríos y contusiones.

La correspondencia ha llegado. El Estado ha abolido la poesía y los poetas tendrán que vivir de sus menguadas rentas. La inmanencia de la vida prosaica se impone con sus arrebatos y con su inserción en el protocolo de las maneras degradadas.

La cosecha de gotas ha sido decretada en exclusividad para disfrute de los ganadores de concursos de adivinanzas y para los inquietos que evangelizan en los vagones del metro.

 

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Cruzo las calles con mi rostro ahora lampiño y descubro que desde detrás de las ventanas de vidrio muchos ojos negros me atisban. Rechino uno a uno mis dientes hasta el último. Me majo la máscara de la cotidianidad y empujo a mi sombra para que le imprima velocidad a sus gastadas alas. En un rincón de un edifico encuentro una silla vacía y poso mis nalgas sobre ella con calculado tiempo. ¡Qué similitud con épocas lejanas!

Me harto de estar sentado y me dirijo hacia un baldío donde puedo llegar a convertirme en un rey de los enseres muertos. La negrura no tarda en desplomarse sobre el lugar y aunque pugno por llorar las malditas lágrimas se me niegan y entonces opto por frotarme el pecho, mear profunda y delicadamente y sentir que mi próstata cumple a cabalidad sus funciones postvespertinas.

Agrupo mis sicologías en un señero lío y canto con la soberbia pulsión de mis carnes y todos los rincones antes sumidos en la oscuridad resplandecen con un vigor salvaje y con una obsecuencia de triunfadores.