Errancias oculares

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Textos y fotografías: Wilfredo Carrizales

Sombras

Errancias oculares

1

Sombras en la búsqueda de sus huesos. El espectador se oculta en la parte opuesta de su espejo. Apariencia en la prisión de las siluetas. El previsible eclipse dirá lo que se espera del amor terroso. Lo invisible levanta su imperio y de los ojos se desprende una semejanza de alcohol. Nos ensanchamos al vaivén de la hojarasca mordisqueada por las arañas. Un saludo se enarbola desde el asombro de la floresta. Todo posee una gracia que se entiende de esencia divina y el sitio de la negrura nos conmueve hasta el límite de las formas. O en el ánimo salta de adentro una frescura: prenda para que no ensucie el sitio donde el lucero oscuro ha de vivir.

 

2

Nos sentamos a descansar y las sombras vienen a protegernos. El indicio de unas formas geométricas nos convierte en espectadores de vagas inquietudes. No hay pesimismo en nuestro entorno, a pesar de los contrastes entre los claros y los oscuros. Los párpados tienden a mancharse si la iluminación les da de lleno. Pero las siluetas nos transportan y aparecemos con nuestras imperfecciones. Por instantes algo inefable nos inquieta: se diría que es una especie de ala que anda en busca de una mancha para sestear.

 

3

El pausado ardor de las sombras. La materia foliácea que se aplica sin escándalo a la escena. La forma de la caída de la tarde en las ramas que no anuncian su dormir. La inutilidad de la fotosíntesis en un tiempo que es sustituido por un testigo de la savia sin memoria. Las yemas luchando dentro de su ciclo desnudo. La espesura, las venas, los pámpanos, las articulaciones que no se adhieren a preservar el verdor. La oscuridad se ensaña con todo y unifica las nervaduras del azar.

 

4

Las sombras no causan duda y los vestigios del paso de la luz habían quedado marcados de manera indeleble. Detrás del muro alguien espiaba y se le cambiaba gradualmente el color de la tez. Como no tenía sombra sentía una acuciante incomodidad.

La mejor protección contra la acechanza siempre es un espejo cóncavo porque las miradas espías caen en el fondo y no pueden volver a salir.

De este lado del muro se manifestaba un fantasma que boxeaba consigo mismo. No era tenebroso, más bien simbólico y hasta simpático. Cuando se dejaba deslizar la oscuridad, el espectro permanecía en entrenamiento y producía un resplandor que encandilaba con intermitencias.

 

Habitanzas

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1

Un sesentón fuma un habano y se sirve de una sonrisa para expresar que pronto habrá flores en un cercano jarrón. En efecto, al poco rato, unas manos femeninas colocan unas flores silvestres dentro de un recipiente de arcilla. El sesentón expulsa abundante humo de su tabaco y el rostro se lo ocupa una sonrisa venida del centro de sus entrañas.

Las flores expelen un aroma de frescura, de campo abierto, de libertad que no conoce fronteras. Además sus colores hacen retroceder a la penumbra que mora en la habitación. El sesentón está feliz, se pone su sombrero gastado, de fieltro, y contempla brevemente el nuevo ámbito creado por el ramo de flores. Luego sale, pitando y echando humo y una locomotora no avanzaría tan rápido. Cuando él regrese por la noche habrá más flores aun y más amplia claridad.

 

2

La ventana se abre sin contratiempo. Aparece en el alféizar una jarra llena de té y unos frascos que contienen frutas en almíbar. Unas cajetillas de cigarrillos aguardan por algún furtivo o empedernido fumador. Más allá cuelga una estampa popular de una cuerda y luego la oscuridad lo absorbe todo y ningún otro objeto logra distinguirse.

Por la ventana se entra a la casa y ya en la casa decidimos asomarnos al exterior a través de la ventana. Ella no posee cerraduras, sólo ostenta un breve herraje que le da un toque de firmeza. Tampoco tiene cortinilla y por eso es muy fácil mirar y ser visto y que la brisa penetre por el vano y revuelva las cosas de adentro, utensilios y memorias. El postigo atrae la luz y una reverberación se asoma y los rostros que cruzan el minúsculo espacio ganan un asombro.

 

3

En la cocina cesó de salir humo y los recipientes muestran sus mejores aspectos. Nadie prepara alimentos aunque todavía se siente el olor de los guisos. El último fuego fue dedicado y le comunicó calor al tiempo emparedado.

Una vasija de té frío espera por los sedientos. El color del cobre dilata a las maderas que conforman la ventana. Sería maravilloso si cayeran chispas dentro de las cajas que pican las cucarachas.

De un clavo pende la imagen de un supuesto dios de la cocina. ¿Sabrá él usar la sartén y freír con esmero los trozos de carne? Sólo vemos que vigila y no pone manos a la obra. El aceite va en procura de su esplendor y crepita de impaciencia.

 

4

Ámbito de la lámpara que une distantes geografías y que permite a cualquier estera acomodarse según su necesidad. Desde un cacharro de aclarado barro nace un otro espacio con la premura del verde que se alarga.

Con lentitud flota una magnitud de imágenes que no se ciñen a un determinado recinto, sino que abarcan tardanzas y distracciones. La penetrabilidad de la luz es notable y no causa agobio. Los corpúsculos se dispersan en una huida casi inadvertida.

En la cavidad de las maderas presentes un cúmulo de signos habilita intervalos para esclarecer los misterios del vacío.

 

Floradas

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1

Las flores flotan y rompen la trama de la oscuridad que las cerca. Ellas se contienen unas a otras y en los tañidos de los pétalos se esconde un siglo de verticilos. No se sesgan las ilusiones, sino que se estancan dentro de la diurna complacencia. Un jardín en la umbría no se marchita porque posee guarnecidos flecos.

Entre alardes de pliegues sonoros las ambientadas flores existen para proponer jaspeados nocturnales. Unas candelillas de rosada inquietud se apasionan por preñar a los receptáculos que luego serán coronas.

En flor, el discurrir se ensancha; nada flaquea y un botón enfiesta el aire que se duplica.

 

2

Hay flores sencillas que nievan en su simplicidad. Mutan en borlillas para impresionar y a las abejas se les hace difícil libar. Las partes más ligeras de las flores dejan de menstruar y ganan en lozanía. Su juego consiste en encandecer con lo blanco sutil.

La acción de los estambres y el principio de todo apogeo vencen la coloración impuesta por la fuerza de la época. Repetidamente un sonido vibra encima de la aromancia que no se mustia. Se intuyen a las cavidades en la labiada complacencia del éxtasis que provee el adorno de la tarde.

A semejanza de un gatillo vegetal el pistilo dispara un polen que danza sostenido en un espacio que no es el original suyo. La adjudicación de la trama pasa por la dehiscencia y el estigma decide una lisonja o una promesa en la edad que lo descubre.

 

3

Escoge las flores y llámalas de diferentes maneras. No te enojes si no se levantan en seguida. Paséate entre ellas y luego siéntate a su lado con la confianza depositada en su consentimiento. Después podrás acostarte con ellas y les podrás leer cuentos para unas y otras.

No te ahogues; no te sientas morir si te sumergen en mezclados aromas. El sueño vendrá en tu auxilio con la premura debida. Enciende con tu aliento el centro de los pétalos y, a continuación, muerde, muerde hasta que el rojo zumo manche tus dientes y labios.

Condúcete satisfecho para que crezcas y acuérdate de los deliciosos mordiscos y alienta en tu pecho un jardín con las más sensuales rosas.