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Figueresciones

Textos e ilustraciones: Wilfredo Carrizales

I

La horqueta quiere apuntalar el cuerpo que se derrumba. Un cuchillo corta un pedazo de glúteo y un hueso cae sobre un cojín para elucubrar otra textura.

Todas las manos del mundo halan unas tetas para que produzcan una leche ácida y feliz.

 

II

El horizonte es sólo arena y su firmamento, un leve reflejo de una ribera no discernida.

La que observa puede cagar un niño anónimo y su esperanza va en las sombras bosquejadas por relojes rectilíneos.

 

III

Figueresciones

De los huesos el hombre se nutre y un jamón se sostiene en el equilibrio de la desmesura.

El hombre trasvasa su aliento a una hogaza de pan y el espacio encuentra un acomodo que apenas le conviene.

 

IV

Es que el violín emite mejor su angustia cuando es planchado. Chirría para que los huesos coman con su cuchara. (En los pies se estremecen unas rodajas que suenan en clave de sol).

Dos amantes alargan sus besos hasta el extremo de la pericia. Un nudo de pelos llega tarde a la cena servil.

 

V

El automóvil se deshace. Frente a nuestros ojos, su estructura de fluidos.

Las columnas que lo protegían acabaron como lágrimas de la playa.

En otro sueño, el automóvil continúa su desvanecimiento, pero su gasolina arde en el paisaje que no se ha establecido.

 

VI

Figueresciones

Ese caballo estaba furioso. Se le notaba en la dentadura cariada. Además, la crin escapó de la peluquería y así ningún amansador puede.

El jinete quebró lanzas y meditó su segura derrota. Sin embargo, el monumento de su gloria se elevaba detrás de él.

 

VII

La clavícula devora a los otros huesos. Nunca eructa, ya ceñida a los buenos modales.

Los huesos escarban en las hendiduras y hebras de carne enarbolan el prestigio de antiguos mataderos.

 

VIII

Figueresciones

De nuevo la cuchara y el hueso. Hay un puré que destroza la sumisión de cualquier manzana.

El hambre procrea, de una cuchara, otra desmejorada. Ambas se reparten la osamenta y un diminuto cementerio sale a flote.

 

IX

¡Ah! ¡El árbol! Negro asentamiento del terreno que se vació.

El cuchillo sabe que la hogaza de pan debe alcanzar para satisfacer al aliento famélico.

Un tintero hiede a zapatilla y se descuelga. Un traje de carne se desquita y encuentra sus clavos propiciantes.

 

X

Tenía que proceder de esa manera. Arrancó su rostro y, posado sobre la palma de su mano, se dedicó a escudriñarlo. Luego, discutió con él acerca de la pérdida de la vergüenza o la inutilidad de la filosofía.

 

XI

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Después de dejar los huesos limpios y lamidos, padre e hijo se dedicaron a observar la cópula de dos gigantescos garbanzos.

El padre preguntaba y su hijo le respondía. Sus sombras eran dos libros más, cerrados al margen de las líneas de la tarde.

 

XII

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No se cansa de cercenarse los senos. Es evidente que goza porque no sangra.

Ahora emplea dos cuchillos y un pan le sirve de guía.

Para evitar innecesarios calentamientos, introduce un muñón dentro de un vaso de vino y una oración arrodillada comienza a oler a un pedazo de carne frita.

 

XIII

Napoleón, el de la buena parte, arribó con sus caballos y su sol sudado y boquiflojo.

Las campesinas recogían tenedores y cucharas que servirían como almuerzos.

Ya, por entonces, los muertos con susurros en el pecho aclamaban al Emperador.

 

XIV

No vale la pena pasar tantas horas en la observación de un pájaro apenas delineado y moribundo.

Sería mejor trazarle sus coordenadas en el suelo y que resuelva sus meriendas con apenas un leve picoteo en el suelo.

 

XV

Aquel fémur lo posee todo: la estaca donde reposa su pene, el zueco de madera para mear y el saco con el oro de las gracias.

Si una dama se acerca implorante hay que deducir que es ciega o tiene poco tacto o le falta sesera.

(En lontananza, otro padre con otro hijo apuntan hacia la clara certeza del ser humano en declive).

 

XVI

Figueresciones

Levantó la flor: faro en su anatómico oficio.

Sus nalgas provocaban hilaridad, a pesar de las turgencias y el contoneo.

Por eso se mereció clavos óseos en los costados y un pedestal de queso que flotaba en la leche de sus pesadillas.

 

XVII

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Los dos fantasmas gravitaban en el vaho de la mortecina que, inútil, se prolongaba.

Y es que los fantasmas ululaban con sus campanillas y de sus cilios colgaban responsos para la matización de las muertes prometidas.

 

XVIII

¡Lo único que faltaba sobre la mesa! ¡El reloj vulvar penetrado por la hoja del cuchillo salaz y un pene seco y gimiente!

Ahora la cuchara hipa con la vértebra aromatizada y el recordado mendrugo de pan se derrite en su mantequilla geométrica.

 

XIX

Aseguramos que se trataba de nabos y que el horcón que los sostenía iba írrito y sin pasmo.

El cuerpo quiso armarse de nuevo con panes duros, huesos y pellejos.

(Un niño con su aro extrajo su carajo óseo y no lo puso a mear por respeto a su señor que oraba echado encima de su gangrena).

 

XX

Figueresciones

Reposa la cuchara verbal, pero no los cuerpos. Éstos se alargan con sus panes benditos y se embisten hasta penetrarse y lograr la sangre que mistifica. (La hora es la de siempre y la marca un muslo de pollo ávido).

Un pan de munición arribó tardío y mereció un hueso largo para su extenso orgullo.

Del costado de uno de los cuerpos (el más sebastiano de todos), el costillar busca la humedad de los metales y una masa amorfa eyacula encima de su pierna.

Figueres, 14 de octubre de 2007. Plaza de Dalí y Gala.