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Frotamientos en las orillas del estío

Textos y frottages: Wilfredo Carrizales

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Frotamientos en las orillas del estío

Frotamiento, una acción en la claridad del día para que un peine carde la maleza y quede el amarillo relumbrando por un costado. Frotamiento, palabra con un dejo de nostalgia por la loción que no se tuvo a mano. Frotamiento, vaivén de la mano en busca de la chispa sobre la sustancia del estío...

Y lo oculto sale desde el fondo del anonimato y se convierte en imagen y en razón para avanzar a través del espacio que se recluye. Ningún pájaro voló a conciencia por miedo a perturbar el nacimiento de un talismán con dientes para marcar los puntos y las líneas del mensaje. Una medicina debe llegar desde la resolana de un tiempo de vibraciones. Se arrastrarán las sombras bajo las apariencias de la imaginación y una envoltura acercará un masaje hasta su cuchillo que reposa después de la acusación.

 

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Frotamientos en las orillas del estío

Ni el espejismo basta para modelar las marcas trazadas encima de los postes de los dominios. A cada instante una puerta se abre al rojo de la plenitud. Un relámpago promete sabiduría acodado sobre los carbones que ya no convocan nieblas. La fricción apenas hiere, pero estimula el desafío y la rotación de los punzones. Del enfrentamiento emergerá un verdor que, al despertar, sentirá temor por las ascuas.

Como una tormenta en su pequeñez, así mismo la respiración de los ruidos se ceñirá a su alimento de ámbitos y fulgores. Nadie puede llamar prisionero al hito que se desenvuelve entre parámetros de texturas e incisiones propulsadas desde la vigilia.

Si lo que hierve, a fin de cuentas, es un espejo que rebota por todos sus flancos, entonces la falta de acuerdo saltará con su trote por arriba de las heridas hasta que desciendan las cicatrices.

 

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Frotamientos en las orillas del estío

Rodeada por formas que conocen la amenaza, la llave —o su parodia— se duele de su inhibición. Ella entonces se injerta a una paciencia que trata de alisarle los miedos. La desdicha no debe proseguir royéndole el rostro, propiedad ya del vacío, al parecer, para siempre.

El verano y sus ventanas que no se pueden contar necesitan de la ceremonia de la llave. ¿Dónde buscar al clavero que con manos embellecidas de óxidos acepte ser el centinela de las aperturas? Los calores descorren los velos y las mordeduras del verano se fragmentan por los espacios que procuran amparo.

Manchas, frotis, estigmas de la intemperie. Un resumen para contemplar y para envolverse con los tejidos de los pedestales y alcanzar lo enhiesto que clama un horizonte.

 

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Frotamientos en las orillas del estío

No queremos oír el fragor de laringes que falsean los significados. Los lapsos nos lastiman. Solamente la pesadumbre no puede apropiarse del sonido de la cercanía. Aúllan los rostros que carecen de tamaño y nada logran del halo que mezcla raíces con hojas en desespero. La oscuridad y el ocaso parten los destinos en mitades iguales.

A veces la ira congestiona sus pliegues. ¿Quiénes enmendarán los encierros que nos causan agujeros en las pupilas? En un cuarto de hora cualquier azar enciende su llama y de golpe nos vemos lanzados hacia la ceguera de las maldiciones.

¿Qué cosa por conocer es lo que deshabita las ramas por donde otrora bajaban las aguas de la fecundidad o semejante virtud a su tenor? Los reflejos explotan de suciedad, carcomidos por anillos que nunca obtuvieron el beneplácito de la duda o el légamo o los temblores.

 

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Frotamientos en las orillas del estío

Detrás de aquella tabla permanecen en trance los inclementes junto con el lignito y el fuego que opaca. El objetivo no es otro que el de mistificar las consignas de los vientos. Aun así la montaña se vale de su sustituto para absorber los secretos que intentan violentar las burbujas del éter rasguñado.

La muerte no sobrepasa los bordes que le indica el pregón del retorno. Fucila lo que se restriega con ahínco o con avidez. Acullá unas manos —acaso las mías o las nuestras— evaden las ligaduras y puntean las claves que robarán del aire sus escenarios de cortinas.

Se fruncen las arrugas en los semblantes del sur y un hecho de risas y de arenas se explaya a punta de bayonetas. Se despejó con la riada el cúmulo de historias donde los niños siempre se perdían y los ancianos pegaban sus mocos de los linderos de las madrugadas.