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El gallo de pelea

Texto y fotografías: Wilfredo Carrizales

(a Igor Barreto)

El gallo de pelea

Ninguno ha muerto por demasía, pero la acumulación de tatuajes le provee de las leyes para la trascendencia.

Dentro del mismo redondel no da dos veces el paso acertado. Cuando el plumaje fuego trae, la brisa pone el comienzo. Ninguno retiene el soplido.

Alrededor de las apariencias no es costumbre encontrar alguno. El gallo de pelea crece de noche y resulta una semejanza el aserto.

¿Ante qué se le desborda el goce? Frente al objeto contrario: rival emplumado pronto a caer de rojo pedernal y espuelazo.

Dispone sus pasiones con aprestos de combate y la posibilidad de triunfo se calcula en cada estado. Se precisa un ánimo envolvente.

Su canto lleva un mensaje de nefasto desencanto. Precave de la secuencia y del acarreo de la muerte. En el tiempo se distribuye el goteo de la sangre en la arena ya manchada.

Si persiste en el canto su nacimiento vuelve al aire; su audacia, al agua cortante; su destino, a la tierra que prodiga; su soberbia, al comienzo donde una vez fue nido.

Tan pronto como se presenta a sí mismo, su fiereza se concentra en un espejo y no pierde el aplomo, porque él se impone con su estatura nebular.

El gallo de pelea

A su enemigo lo sabe muerto antes del duelo. Los rayos de sol serpentean y se asientan en su espinazo.

Un trago de aguardiente ordena su cabeza y le anula el posible cacareo. La cresta busca la dirección donde le duele la flama.

Tiene los huesos fundados en una singular simetría. Siempre que pelea gana y la victoria le enjoya el luto ajeno.

Su luz sigue siendo la del este. Sí. Él debe alzarse sobre sus propios actos, porque cuando arribe al oeste seguro será un pedazo de astro abatido.

No lo despista la oscuridad, ni el ropaje de neblina, ni las sombras que aniquilan. Él mira con fijeza y no teme porque puede, porque largo siente el coraje. Tan largo como necesario fuese.

Hay una disciplina de amarillo en su entrenamiento cotidiano. Hace mucho que el candor dejó su lugar a la ausencia de miedo.

El gallo se sabe ahíto en la adecuada carrera, mas no descuida el exterminio de los ídolos que le imponen. Carece de excusas para no trepar al cobertizo que el hombre le alza.

Escucha, con atención; escucha el goteo de la constancia. Se le abre el apetito y lo calma con una caminada. Es mejor sudar que posar gordo para el mundo.

En parte alguna se oculta. Su ojo corre mucho más rápido que su vista. Bajo su plumaje la carne va resuelta. A veces ni tiempo tiene para contemplar una mísera rosa.

Se hace el silencio. Mañana lo espera una inevitable pelea. El sabor de la derrota le duplica la duda. ¿Dónde tragaré más espuelas? ¿En el sueño de esta noche o en el círculo ruidoso que no acallan las apuestas?

El gallo de pelea