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Diálogo entre unas gemelas separadas por una silla

Texto y fotografía: Wilfredo Carrizales

Diálogo entre unas gemelas separadas por una silla

Las gemelas avanzaban en silencio por la calzada. Venían desnudas, pues acababan de tomar el sol mañanero. Al llegar al ámbito de rojo fogueo decidieron tomar asiento en unas altas banquetas. Para no llamar la atención cada una colocó una ramita sobre su pubis con la intención de ocultarlo. Entre las dos hermanas quedó una silla destinada a un hipotético entrevistador. De inmediato ellas comenzaron a pensar de qué mejor manera iniciar un diálogo en aquellas extraordinarias condiciones.

Gemela 1: Intuyo que detrás de las paredes hay fotógrafos escondidos tomándonos instantáneas. ¿Qué piensas tú? ¿Nos quedamos en esta posición para que hagan bien su trabajo documental?

Gemela 2: En realidad a mí no me interesan mucho los fotógrafos. Que hagan lo que mejor les plazca. Particularmente siento interés por los artistas. Ellos son capaces de transformar mi cuerpo en algo completamente irreal. Pienso en Francis Bacon. ¿Te imaginas lo que haría con mi figura?

Gemela 1: Te mutaría en una mujer hinchada, evanescente o con las carnes abiertas, expuestas al polvo y a las moscas. ¿Eso te gustaría?

Gemela 2: Me fascina elucubrar que algún día pueda hacerlo. Sería para mí la felicidad plena y gritaría como una de sus criaturas aullantes dentro de un cuarto color naranja.

Gemela 1: Yo logro entender tu deseo, pero, ¿por qué tiene tanta importancia para ti?

Gemela 2: Hay una moción en mi espíritu que debe ser fijada a una tela y sé que sólo Bacon puede lograrlo. A veces me concibo como un animal salvaje con mi boca siendo diseccionada.

Gemela 1: Evidentemente disfrutas de las posibles distorsiones que pueda sufrir tu cuerpo. Y no me refiero únicamente a la transformación que lleve a cabo un artista.

Gemela 2: Sí, tú me conoces. Has indagado dentro de mí. Preciso galopar sobre un piso estropeado hasta hacerme daño y luego exponerme así como modelo para un artista de gran talla, no para un chapucero.

Gemela 1: Nunca te he preguntado si tienes interés por el cine.

Gemela 2: Me cautivan Kusturica, Fellini y Tinto Brass.

Gemela 1: ¡Qué gustos tan dispares! A mí la única película que me ha conmovido hasta los cimientos ha sido El imperio de los sentidos, de Oshima... Aunque tú y yo somos gemelas nuestras aficiones e inclinaciones son diametralmente opuestas. Sin embargo...

En ese momento un grupo de chiquillos alborotadores irrumpió en la escena y cortó el diálogo. Los traviesos niños comenzaron a dar gritos y a reírse ruidosamente, pero las gemelas permanecieron impasibles, como si estuvieran pintadas sobre un lienzo. Los golfos, en vista de que no les prestaron atención, se marcharon, no sin antes lanzar algunas pedorretas. Entonces las gemelas pudieron continuar el diálogo.

Gemela 1: Algunas veces me siento afectada por tus cambiantes puntos de vista. Cuando no es el sonido, es el color... Tu lenguaje suele llenarse de tantas cosas. Incluso en ocasiones ríes y lloras de manera intermitente.

Gemela 2: No puedo evitarlo. Increíblemente vivo de este modo. ¿Sabes? En algunos sueños me encuentro con Charles Chaplin y le explico mi simpatía por él y terminamos haciendo el amor o sobre unas vías férreas o encima de un montón de escombros en mitad de una ciudad desconocida.

Gemela 1: Existe una especie de ósmosis entre tú y los personajes desarraigados, desplazados, perdedores...

Gemela 2: Sí, acaso sea la verdad de mis tiempos. Yo tengo la impresión de que mi vida es una película que se proyecta en una gran pantalla y que miran cientos de miles de personas simultáneamente en todo el mundo.

Gemela 1: No creo que tú hayas leído a Einstein...

Gemela 2: Yo a quien leí de niña fue a Eisenstein, pero luego sentí que estaba explotando mis sentimientos y mi ingenuidad y me aparté bruscamente de él... Buñuel también me capturó brevemente con algunas de sus imágenes y luego también fue a parar al tinglado de los desechos.

Gemela 1: Aprecio mucho en ti tu carácter espontáneo y cerebral. Cuando inicias algo lo terminas, independientemente de lo que digan de ti. Pareces por instantes un personaje extraído de un filme de Godard. Yo quisiera que tú influyeras en mí, mas sé que es imposible. ¿Cómo podría yo asimilarte o absorber la energía fantástica de tu cerebro?

Gemela 2: La relación entre tú y yo es como la del pájaro que vuela dentro de una jaula reflejado en un espejo cóncavo.

Gemela 1: Esa es una comparación que merece llevarse al cine. ¿Te imaginas los contrastes, las interferencias, el misterio del argumento?

Gemela 2: Yo ayudaría en la realización de las escenas. Sería como pintar con pinceles dobles. Pondría mi completo coraje en ello y encontraría una carrera adecuada para enrumbar mi vida. Por el dinero no te preocupes. Se lo saco al manager de modas que hierve desde hace rato por meterme mano.

Gemela 1: Es obvio que los problemas reales para ti no existen. El caso consiste en que tú, a ojos vista, representas menos edad que yo. ¿Habrá un trabajo de arte del Inefable en ti?

Gemela 2: Quizá. Durante los oficios mundanos de mi adolescencia me topé unas cuantas veces con seres que no eran de este plano físico. Personalmente estoy convencida que ellos me repintaron...

Una caravana de vehículos y motocicletas atraviesan la calle donde están las gemelas. Comienzan a sonar las bocinas, con estruendo, y una tempestad de confeti cubre el espacio hasta trastornar a los colores primeramente allí asentados.

Gemela 1: ¿Tú has tratado de ejercer la profesión más vieja del mundo?

Gemela 2: Pero, ¿para qué? Prefiero emputecerme con estilo, en la vía adecuada, que se vea cual la antítesis de un decorado viviente que tienda hacia la suprema elegancia.

Gemela 1: Afortunadamente para ti la gente siempre te ayuda. Nunca te dejan caer. Nadie interfiere en tu trabajo, ni en tus creencias, ni en tus extravagancias.

Gemela 2: ¿Me envidias por ello o es una confesión de tu inferioridad?

Gemela 1: Es la aceptación de tu antifrustración. Un día te veré encumbrada, con un largo hilo atado a tus talones y tú aferrada a unas largas tijeras de oro.

Gemela 2: Por instantes tengo la ilusión de que la poeta eres tú. Atenta a las confidencias de lo extraño, imaginando reversiones de otra realidad, sumergiéndote en la corriente del arcano que te afecta...

Gemela 1: No te burles de mí. Sé que tengo mala fortuna. El último hombre con quien viví chapoteó en mis angustias. Diez años perdidos...

Gemela 2: Pronto acontecerá un suceso fausto que te ubicará en el nivel que te corresponde. Aunque tú y yo somos diferentes, logro captar la vibración de la aureola de tus futuras visiones.

Gemela 1: ¿Cuándo comenzaré a cambiar? ¿Cuál será mi nuevo nombre? ¿Con quiénes me relacionaré para que consideren mis fantasías? ¿Qué desconocida influencia se albergará entre mis sienes?

Gemela 2: Te aseguro que la música de Paul Klee vendrá a pulsar las cuerdas del violín de tu pubis. Te sorprenderá las inauditas conexiones que conocerás. Encontrarás los trazos adecuados a tu pulsación. Transcribirás el idioma de la estimulación. Emergerás, en fin, recompuesta.

Gemela 1: Todo eso quiero, empero lo que más anhelo es que Francis Bacon me pinte crucificada, imitando al cuadro de Cimabue sólo en la forma, porque yo prefiero sonreír, completamente desnuda, mientras brazos y piernas se agitan con erótico frenesí.

Gemela 2: ¡Sea!

Las gemelas cierran los ojos y quedan mudas, dando por concluido el diálogo. Continúan sentadas y meditabundas por un tiempo indefinido.

Un perro rijoso se acerca, husmeando. Olfatea las piernas de una y otra gemela y luego se arrima a la silla vacía, levanta una pata trasera y la mea copiosamente. De inmediato, aúlla largamente, con devoción, y después se marcha con la cola levantada.