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Poemas en una ciudad hibernal

Textos e ilustraciones: Wilfredo Carrizales

1

Poemas en una ciudad hibernal

Entro en la ciudad
y un silencio de oro
me cuenta historias de fantasmas.

Me endurezco
junto a la ciudad.
Juego con las ondas de mi cabello.
Pienso en ella,
la mujer que viaja en mí,
pero no demasiado.

Abrazo a su sombra
y temo perderme
en el peligro que representa.


2

Estoy sentimental
y desde esta distancia
obro en ti.

Tú nos necesitas,
a mí y a la evidencia,
para explicarte.

De lo contrario,
no serías tan fiel
a tu motilidad.

 

3

Poemas en una ciudad hibernal

Te imagino
con tu cola de algodón
y con el perdido yerro de llegada.

En un tono de bohemia
rompes los ritmos
y las cosas que aún
no has usado.

Estampa de jornada
sin la cola de algodón
y parecida cada vez más
a una muñeca de satén
que no puede superar
ser sólo una cosa.

 

4

La mañana se renueva y vive.
Cree tener un gran amor
y cuenta la sangre en su fluir.

El aire es de ginebra
y los cielos aguantan pedazos de azules.

Subes y subes.
No sabes qué quieres decir.
El tiempo se fuga
en tu libertad
que no se aprueba.

 

5

Poemas en una ciudad hibernal

Contigo en el ser del amor
el aquí se cae por desdén.

La mirada de lo amoroso
se sumerge con el sol
y la luna apenas atrapa colgajos.

Siempre fue mentira
que me traías bajo la piel.
El diablo perdió cuidado.

Allí, en ese otro lugar,
vuela lo maravilloso.
Ya tú eres un caso
para ti misma
y para la justa vía
que preparaste
con antelación a mi caída.

 

6

De ojos oscuros
era la tormenta
que en el agua de la ciudad
se disolvió.

Gorjeaba en mi mente
una esquirla de blusón.

Estuve místico
y machacaba a la noche
con un cuchillo y porcelana.

Sobre la línea de su corazón solo
enmascaré la urbanidad.

¿Por qué barruntaría
a la siguiente mañana
que los perros la asaltaban
y sus tetas eran pisoteadas
en las gradas anejas
a las hierbas?

 

7

Poemas en una ciudad hibernal

El agua de colonia
que usaba a discreción
olía a azúcar quemada.

Ella aspiraba a sonreír
a la medianoche.
Sólo lograba una trampa,
una falsa fiesta de dientes.

Esa mujer pretendía
haber inventado el amor
y su almohada gimiente
se bebía la mistela de su orgullo.

 

8

El pasaporte
quedó tirado sobre la cama.
Parecía una lengua de sapo
dormida en la intemperie.

En privado
ella rotaba y se relajaba.
Sus ojos alisaban estrellas;
sus dedos, la suerte mejoraban.

Nunca fue el tiempo
de la confirmación.
Achicada, ella quitaba
escamas a la inquietud.

 

9

Poemas en una ciudad hibernal

La ciudad charlaba
echada sobre su ruleta.
No olvidaba sus deseos caníbales.
Los aplaudía y agregaba mechas.

Los locos vivieron por mí.
Yo les vi la neblina en los ojos.
Mi dama cabeceaba al lado de mi alma.

La aurora trajo
noticias nada frescas.
La fémina se fue en un sedán
y un hombre la convirtió en su leona.

 

10

Sujeto a mi espalda
saqué afuera el frío de la ciudad.
Ya le desgarré su roído blúmer.

Dentro del oasis de la noche
me sometí a un viaje de cuartetos.
Yo era el predicante
y mi palabra,
un gueto en la equidistancia.

Torturé mi paladar
con horribles estricninas,
pero la comensal
al fin abrió las piernas.

 

11

Poemas en una ciudad hibernal

Los ángeles descendieron
en las calles
y dijeron adiós
a sus antiguas filiaciones.

En las calzadas
hay que ser precavidos
y cuidarse de las bellezas con candela.

Los decepcionados muchachos
fabrican un tipo de vida
en otras aceras.

No pocas estrellas caen
rotas por los niños que son hombres
escondidos en las mansiones.

Siempre existe alguien
que te está observando
a través de sus cristales
de putería y brinco fácil.

La ciudad aliña
las vidas
con especias de ubicuidad,
harto desdeñables y rústicas.

 

12

El hombre revisitó la ciudad
y cagó sesgado al margen
de una pared.

Todos los pensamientos
los trajo consigo;
también, las dudas.

De pie, en una esquina,
se tocaba en los bajos
en procura de una gardenia
u otra flor de salvaje correría.

Tarde en la noche
danzó con una dama
que alquilaba variados amores.

Al despedirse,
el hombre quiso ir
a donde iba ella.

Un chillido de pájaro
lo detuvo en la locación
de las sombras displicentes.

 

13

Poemas en una ciudad hibernal

La pareja avanzaba manchada.
Una luz interna la electrizaba a ella.
¡Cuán grande era el arte del fingimiento!

Desde la distancia
se hacía mención
a ciertos señores.
(Las pupilas del odio
horadaban la roca fría del breviario).

Resultó fácil el vuelo
de los hombres viejos.
Pronto los despacharon al hogar,
donde los aguardaban
amazonas sin gracia.
(La helada continuó pasando
y se quedó en la forma).

 

14

El poder del lamento
languidece como un bumerang.

Los guantes ni quitan ni ponen
adioses en las manos encerdadas.

Un pie y un sombrero
osan perturbar la paz de las cenas.

Es bueno que de nuevo
se cocine al yoísmo
en su salsa de orzuelos.

De dos docenas de rojos jamones
solamente  uno engalanaba la impudicia.

 

15

Poemas en una ciudad hibernal

Si la ciudad fuera una campana
yo la golpearía todo el día
con mi inusual badajo.

Chispas de amistad y belleza
le arrancaría y donaría
a los asilos famélicos de cuchillos.

Un pequeño can solicitó en romance
a mi famosa liebre de los prados.
Le llamé loco y alborotador.
Hoy lamento haberme conducido tan mal.

La ciudad acosa a los valetudinarios
y les cobra con creces
las estaciones vividas.

 

16

El humo se deslizaba por los cristales
de las vitrinas capeadas y posesas.

En los pasajes, el sur
se tornaba en oeste
y las orillas de las posibles aguas
se entumecían y expelían pavores.

En la ciudad surgió
un enorme barco de nubes.
Nadie lo olvidará,
excepto mis ojos cansados.

Una madre buscó un tiesto de tierra
para sembrar a su gusano dormido
y lo encontró en un cartel de turismo.

 

17

Negaremos a los juzgados, desesperadamente.
Robo, razón, rudimento. Glauco panorama.

La ola de las modas
corría dentro de sus zapatos
y la acompañaba un silbido que rondaba.

Atrás, en el día separado,
tosía la difteria del marchante.

Los puentes y los pepinos
servían para unir a la urbe
calada hasta los huesos de repuesto
y dispuesta siempre a saborear los helados.

 

18

El enchufe del invierno le convenía
a la ciudad perdida y ufóloga.

A ella se le dedicaban canciones
de cosechas de putas y matones.
Con el vino danzaban los no ebrios;
los borrachos se extraviaban en sus pasiones.

Cada noche había una última llamada
que se perdía en la lejanía del alba.

Alguien quiso vender su bote con ruedas.
Esto colmó la paciencia policial.
Al trasgresor obligaron a cantar el himno
que deja el hielo en las carteras oficiales.