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El hombre del tiempo detenido

Texto y fotografía: Wilfredo Carrizales

El hombre del tiempo detenido

El hombre parecía provenir de días, de tiempos antiguos o de un tiempo fijado que no esperaría. (¿Acaso trabajaría a tiempo?). Disfrutaría de los manjares de las cuatro estaciones y algún día dejaría pasar la ocasión y experimentaría, con estado de ánimo cambiante, la tristeza plana y larga.

A menudo merodearía entre las lluvias y calcularía las diferencias horarias entre todos los sitios que habría habitado. En la hora correspondiente a su nacimiento sentiría que habría ocurrido un gran cambio. En ese momento nubes de un amarillo más que insólito se alternarían frente a su mirada. Vería su reloj de pulsera con aprensión y decidiría matar al tiempo, pero la caída imprevista de la tarde lo detendría con una fuerza insensata. El hombre se preguntaría: ¿cuánto tiempo habría necesitado para escribir un artículo que recogiera esa enseñanza?

El hombre giraría los ojos y pensaría: aún no ha llegado el momento. ¿El momento de qué? La situación se tornaría difícil y un desconocido enemigo respiraría muy cerca. Percibiría el tiempo desde su ángulo. La coyuntura siempre, constantemente, se le presentaría sin estar preparado, sin tener en cuenta sus propios intereses personales. La adversidad nunca lo habría enfermado, mas el comienzo impropio de la temporada de los trajes en boga lo turbaría hasta calarle los nervios y la armazón enhiesta de la carne.

El hombre no quiere comprender su época ni le interesa ningún comentario sobre la situación actual. Su prestigio y su talento han sido ignorados por las circunstancias de los periodos disciplinados por los escándalos. A duras penas transita su entorno estático. Su fecha tope no está marcada en almanaque alguno. El envejecimiento no es efectivo dentro del plazo que se propuso. Él se sabe un ser inadecuado para las condiciones que el destino le ha impuesto.

Ahora el hombre se propone instalar un nuevo horario que le permita colocar los puntos exactos sobre todos los tiempos. Con un cronómetro a sus pies —especie de azimut— trazará las líneas que lo convertirán en un personaje impracticable y cumplirá con la promesa que se hizo ya lustros atrás: se apropiará de todas las experiencias y las utilizará como contraseñas para identificar a los coleccionistas de sombras y tornillos e, inclusive, a los devoradores de claveles chinos bajo los cielos sacudidos por vectores de vientos y sinapismos.

El hombre hace un postrero esfuerzo y logra el endurecimiento acelerado de su memoria. En su lugar olvidado lo divisan ojos temerarios y de cuando en cuando un rumor como de fuelles rebota en las cavidades de su costillar sin tiempo.