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Los impostores

Texto y fotografía: Wilfredo Carrizales

Los impostores

Son de una especie que se mueve entre andamiajes
Donde la suplantación se convierte en alucinada travesía
Y la calumnia acorrala hasta los tobillos.
Los impostores maldicen con una sustancia de cuervos
Que recubre, imprescriptiblemente, el honor de las memorias,
Las obras labradas a fuego lento,
Las reputaciones que se han trenzado a la intemperie.
¿Acaso son las imposturas unos moldes
Fabricados a tientas, sin solución de continuidad?
Ellas buscan entristecer los destinos
Y van dando tumbos sobre las proyecciones de sombras
Y atruenan los oídos y el vértigo de las conciencias.
Los impostores engañan a quienes crean visiones
Y truecan llanuras por abismos
Y embaucan a los animados por las soledumbres
Y a los que destellan con locuras en los contrafuertes
Y a aquellos que palidecen tras el juego exiguo de la gloria.
El impostor maldice y sacude su ataúd,
Precipita los verbos en el caldero de la blasfemia
Y luego se bate en retirada
Con el olor del patíbulo a cuestas.
Todas esas son las penas del impostor
Y aun más porque faltan lugares y modos:
Tiñe de negrura cuanto envidia,
Su lamento interno le ensangrienta el devenir,
Se somete a sus cenizas aunque sean indelebles,
La piel se le espesa cuando la atraviesa la luz,
Arrastra una peste que duerme ilesa en sus costados,
Permanece con el veneno del lagarto rebotando en los labios,
Jamás supera la perplejidad de su fantasmagoría,
Se quiebra al momento que siente rodar el reverso de la moneda,
Se lamenta y se autodevora y continúa el lamento a perpetuidad.
Sí, los impostores acatan sus reglas
Y con sus dardos imponen un nuevo orden en los escenarios
Y nunca hacen enmudecer a sus oráculos,
Porque sus bocas necesitan ceñir las ilusiones
E imponer la oscurana sobre las arterias que perduran.
Los impostores apuestan para ganar
Y los perros lavan sus sentencias
Y los acompañan hasta que se funden sus estatuas
Y no se contagian con sus retazos de mortecina.
Por aquí, por allí, allende los habitáculos,
Llegan los impostores: ¡abridles cancha, señores!