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El insecto vegetal

Texto y dibujo/collage: Wilfredo Carrizales

El insecto vegetal

El insecto vegetal construye sus jardines al vaivén del cuerpo de los amantes
Que se acumulan tras los setos con los deseos desplegados por el alba.
Él sueña entre las nostalgias de flores de la demencia
Y sus chirridos absuelven las topografías que son heridas a mansalva.
De lugar a lugar el sospechoso xilófago exuda su clorofila
Y hace prisioneros a los paisajes que se condensan fuera de la niebla.
El insecto vegetal mea, abiertamente, en los escenarios de sus trampas
Y un diminuto diluvio fluye hasta el fondo de su viaje sin itinerario.
Cuando presiente el hervor de la entomología,
Él simula dormir sobre la hierba y se convierte en hoja ciega.
Después establece duraderos vínculos con arañas que rehílan
Al contacto con pies femeninos descalzos.
Ni es díptero ni parásito el insecto vegetal
Y sin embargo se alimenta más con el aguijón de abajo,
Ya que le hace dar un vuelco a la sangre de la víctima.
Es rey el insecto vegetal y torna pálidas a las raíces
Y las devuelve a las horas del ayer para que sean juzgadas.
Sus manos y nariz son lanzas que insomnes trepanan las pieles
Y producen ronchas de un verdor cercano al moribundo cieno.
Sus excrementos no son de agua; tampoco de fuego.
Solamente expulsa una tierra glauca como balance de lo infecto.
No le hace falta el vuelo al insecto vegetal:
Él busca el espacio con anteojeras de hiedras
Y se precipita luego dentro de las oquedades
Donde los torbellinos forman encantadas vidas.
Chupa sin temor a las frutas del ocaso
Y con inaudita paciencia disuelve el polen de los acantilados
Y corteja a todas las enfermedades desde una distancia harto temible
E imprime sus huellas sobre los troncos como tatuajes de llagas.
Dicen que llegado el invierno se recluye el insecto vegetal
Dentro de ondas de naftalina y allí teje, despacio,
La eternidad que pugna por avanzar de última.
Él, ya recluso, oscila entre un apego a su propio zumbido
O al contagio de un estigma que imagina con la mirada.
Si se cuela alguna ráfaga fría a su refugio,
El insecto vegetal se vuelve un solo soplo
Y fija su ausencia con un capullo de nervios.
Su madre lo llama desde anónimas tinieblas
Y le recuerda que debe amanecer cual ramito de menta,
Mientras los sombríos faroles arrastran las distancias
Que los separan del cortejo del pacto familiar.
El insecto vegetal surgirá de nuevo entero y engrandecido
Y se lanzará ávido tras las epidermis que huelan
A canutos de primavera o a uvas roídas
Por los musgos que anuncian a las crisálidas.