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Invierno

Textos y fotografías: Wilfredo Carrizales

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Invierno

En enero la planicie que me cita se alimenta de frío y de niebla. El agua se ha marchado a la zona del endurecimiento. Los árboles se visten con los pocos reflejos de un sol en franca mengua. La tierra le suplica al cielo por una casa donde se pueda encontrar abundancia de granos.

El invierno no tolera la presencia de nadie. Los pobres deben administrar muy bien su aceite y llenarse el corazón de borra de algodón. El fuego del hogar brilla como nunca en los ojos de las mujeres jóvenes. Hay que convencer al día para que no se marche tan pronto y deje su lugar a la noche sin estrellas.

Este tiempo suele ser un tiempo de peleas. Al amor no se le pregunta si quiere quedarse, sólo se le aparta a un lado para que se caliente y esté a mano cuando se le requiera.

 

2

Invierno

La vida del hombre designado transcurre sobre esa tierra. Él nunca aparece cuando miramos la amplia distancia enajenada por los espíritus hibernales. Tal vez él se siente sobre los duros surcos en alguna ocasión que coincida con la festividad marcada por la luna. Su pecho debe quemarle poco y en la mitad de su angustia caerá un rasgado velo de mieses.

La nieve es un asunto que el azar baraja con cartas marcadas. Al invierno se entra aquí por una puerta que se abre muy veloz, pero que se cierra con dolorosa lentitud. Los momentos felices se ocupan en el adentro de la rústica razón y en las entrañas que se sobresaltan con el paso de la soledad.

Lo que sigue después es más y más frío hasta la consumación de las heladas. El invierno posee su doctrina y se requiere conocerla para aceptar sus preceptos de rigor y entumecimiento.

 

3

Invierno

Espejismo de nieve encima del terreno. Sequedad, inmovilidad, pasmo. Ni los gallos se atreven a cantar. ¿No se moverá alguna nevada de manera subterránea? El campo imita a lo baldío. Las ramas de los árboles son colas de aves famélicas.

El riesgo se aproxima a la vía de la tristeza. Los trinos quedaron destruídos por la beligerancia de los carámbanos. Hacia los canales los bosques tratan de encontrar refugio. Sólo vuela la bruma dentro de su saco albo y profundo.

Recibe el ingrato paisaje un enorme lecho de ramajes. Los campesinos se ven reducidos al mínimo y copian sus apellidos para que los carbones encendidos los calienten con displicencia.

 

4

Invierno

Se ayuna en lo que se asemeja a un gran yermo. (Muy improbable que la luna se digne aquí a clarear). El silencio se mueve con sus calzados de hielo. Antiguamente debieron campear por estos recodos los lobos. Todavía se escucha el hambre de sus pisadas. Un mundo muerto se llama y desde el frío le responden. Las sombras hace rato que hibernan.

Las líneas terrosas trazan un ritmo y un destino y se encuentran con animales y vegetales espurios. Hacia adelante tal vez haya visitas que se queman junto con la escasa comida. Las maderas no sueltan sus azúcares sino después de azotarlas.

Unos ojos nos espiarán a nosotros desde el interior del terreno. Se alterarán con sus aires grises. Moquearemos, mientras tanto, a la espera de que un hierro venga a poner otro orden cuando golpée sobre su yunque el relámpago que aligere el helor y lo yerto de la emoción.