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Jazzeando

1

Wes Montgomery

Me estremece en la calle el sonido del saxofón y vuelo como un hombre que procura a una mujer que en nombre del amor usa guantes blancos de impecable presencia. Oteo el arcoíris que toma su tiempo y suelta luces de candelas. ¿Quién me imita? El poder de sugestión sólo me ilumina a mí y chillo para atraer todos los factores que concurran a la posibilidad de una conducta grotesca y ruidosa. I jazz you, nena, y no digas que ignoras su sentido primigenio y que no trepidas con mi lascivia asentada entre tus muslos.

 

2

Cuando un hombre ama a una mujer, aquí y ahora, juntos avanzan hacia la soledad de un día lluvioso y los perros mojados embrujan con sus ojos tenaces el gozo que subyace debajo de las pieles. Entonces eso que insisten en llamar amor se acerca para vivir con facilidad en el único lugar posible: el de los demonios desatados.

 

3

Las cuerdas de la guitarra de Django Reinhardt me tornan joven y extiendo mi caminata para sentirme bien, sin pesos en la cabeza. Permito que el rasgueo penetre en mi pensamiento y me avecine a la soledumbre donde se extravía ella con conocimiento de causa.

Las sombras de una noche gangosa saltan como zorros en desbandada y dragan las incontinencias de un río que se adapta a su ritmo. La luna baja a confesarse con un muchacho medio tonto y únicamente obtiene una esencia de tigre que desmaya. Luego parece que pasan muy rápido unos días y el limo que se acumula en las casas aleja a los nubarrones como si se tratasen de cosas misteriosas.

 

4

Para las buenas épocas es necesario matar el hastío con la suavidad de las canciones y colocar en último lugar a los verdes que se sienten apaleados. La oscuridad de los tunantes atraviesa los ojos donde se deposita el tránsito profundo. El sonido de una trompeta destruye la línea del gang y los desórdenes saltan y vapulean y van a estropear lo que queda de paz en el aderezo de los bares.

 

5

El árbol de limón se salvó de la sevicia de los amantes. El saxo tenor aprieta a la mujer apodada “Venus” y la seduce para que duerma a su lado y disfrute del agridulce sabor de los frutos que cuelgan sin protección. Una melodía sensual también emerge de un cuerno cuando la mañana monda los labios compañeros y de ellos brota un zumo que se pierde en el fin del mundo que está a la vuelta de una mirada insinuante.

 

6

No hace frío en el resto de vida que se continúa construyendo. La caída en el espacio maravilloso vino precedida por la comunión de las mejillas. Todo lo que sucedió después no fue más que una invención de Louis Armstrong, quien con su brazo fuerte le puso nueva vitalidad a las rosas y le ordenó a alguien que las cuidase a cualquier precio.

Yo no pedí explicaciones y los noctámbulos que aguardaban sorpresas se alegraron de que ningún misticismo se aposentase en las veredas. La medianoche se turnó en su ronda y alguien celebró la serenata que daban algunas hojas muertas en el preludio de los besos fugaces.

 

7

Lo real vino. Lo real se hizo voluminoso. Los dioses de la madrugada aprendieron a vivir entre los hombres y las madres en los jardines se maravillaban del sentido que podían adquirir los decires si se amoldaban a ciertos himnos de la rochela y del goce sin frenos.

Un blues se refugió en la parte de atrás de un iris rodante y allí ocurrió la iluminación que guiaría las próximas jornadas del desconcierto con la pasión resbalando por las caderas.

 

8

En Chet Baker la estrella brilla cual piedra miliar en el sueño de la alborada. Una vez en un verano el artificio de la brujería aguardó por él y lo convenció de que era preferible salir en el primer tren rumbo a Chicago, no fuese que Mr. B. le recordase que su trompeta debía dormir y ese instrumento carecía de la noción más elemental del tiempo.

 

9

“Out of Lunch”, de Eric Dolphy

Aquel piano no deseaba entrar en crisis y llevarse al corazón el romance exquisitamente seductor que le sugería un órgano ajustado a un lamento de un suspiro. El cuerpo se integra aun más al alma y en ese estado deviene en niño para ser amamantado por la nodriza de los payasos al servicio del humo suave que se desprende de las postreras chimeneas.

 

10

Cuando el amor cae en un barranco es poco lo que se puede hacer. Algunos piensan en el paraíso posible y miran el retorno de las viejas damas a través de las décadas decoradas con regresos. Yo partiré con la belleza que me procuro y en un santiamén diré adiós a la nena que quiso hacerme feliz y no se esmeró por ello.

(A fe que aparto los domingos para que Chris Botti sople su trompeta y atraiga a mi regazo el recuerdo de la colombina emplumada de encajes y gemidos).

 

11

La melodía se desencadena. Las pocas flores se casan con las diversas luminosidades de una luna obscena. Me sigo en mis elucubraciones y todo tipo de expectativas se esconden bajo la silla que me soporta. Hay un balance que vuela con alas de paloma herida y la risa fingida lanza sus signos para que permanezcan parados hasta que un ojo perverso los acueste.

 

12

Marchan los santos negros, borrachos y traviesos, por la avenida que degusta los blues. Un hombre salvaje alisa su blusón y después goza de la maravilla agazapada en New Orleans.

Tocan, cuesta abajo, los sones de la hondonada y los cantos se alisan con la riqueza de los pájaros que afirmativamente no infaman las santidades que no comprenden.

 

13

Me dijo, a bocajarro, que mis pecados no lograrían remisión. Yo le dije que más le valía sembrar papas en su cerebro. Desde entonces caminamos hacia nuestros particulares ostracismos. Yo me insuflaba de moluscos —ya saben: el común afrodisiaco— y en mi mente saltaba Georgina con sus grandes tetas siempre dispuestas al asalto. Ponía a asar las carnes en la barbacoa y el jazz me llegaba en creole y me inducía a escribir mis sensaciones en el aire y a tomarme mi bourbon al pie de la letra.

Un viejo gris se apareció de improviso, resbaloso cual serpiente, y le anuncié que existía un bonete para su testa. Se puso marrón y comenzó a despotricar. Cuando se cansó le lancé una bola de serrín y le recomendé que no se extraviara dentro del bosque de teclas y compases.

 

14

Coleman Hawkins se alejó de ellos: ya no era el tiempo de los caminantes y la luna no estaba dispuesta a esperarlos hasta la hora del té. Pero, ¿por qué no se decidieron por los cocktails y comenzaron a restregarse las manos hasta que un tufo comenzase a rememorar las fresas podridas?

 

15

Afirmaba Gil Evans que el tiempo de las barracudas llegaba —o solía arribar— con las hojas verdes en el ocaso. La noche cuando él rejuveneció de nuevo yo leía poesía carioca y la luna se alteraba con la arena que le caía dentro de las pupilas. Le recordé a Gil Evans que en Las Vegas también se bailaban los tangos jazzeados y que las cucharas servían para agitar los buenos martinis. Concordamos casi en todo y yo esperé a que se alejara para poder disfrutar a plenitud de sus bárbaras interpretaciones.

 

16

“Kind of Blue”, de Miles Davis

Miles Davis accedió a que lo llamase Tutu y tomó a porfía el esplendente ritual del patio trasero donde la Vía era perfecta y donde la mente no se perdía en tontas disquisiciones.

Tutu/Miles Davis sintió un retazo de frescor en el periodo de su real renacimiento. Me preguntó: “¿por qué ahora los dioses son tan niños? Respóndeme: s’il vous plait!”. Me embudo, le respondí, me muevo en una ensoñación dentro de una dársena y la mitad de los temas que puedo escoger para la aventura de los pájaros son gospels en mi sesera.

Y así me dediqué a ser libre, a enfrentar los blues arrojados en los espacios alternativos y en el círculo de las empalagosas peras le comuniqué a Davis que mi naturaleza humana ya había entrado en su imprescindible cobertura de verano. Él sopló su cornetín y los ayeres penetraron con sus enigmas y el océano se tornó en una aquiescente espera para ascender a los cielos de metales sonoros.