Comparte este contenido con tus amigos

Jirones, acaecimientos

Textos y fotografías: Wilfredo Carrizales

1

Jirones, acaecimientos

Los brazos de plata atañen a las preces en la entrada de las ventanas y la noche reverbera con sus sombras que se desplazan: diseño para un escenario que se entrelaza de épocas y oscila de un margen al siguiente. Unas figuras defeccionan, se multiplican en pedazos y luego mutan al tresbolillo. Cada día trae una medida de luz y un aproximamiento a la claridad. Quienes se montan encima de los aparatos del azar colocan sus posaderas a debutar en la formación de pélvicos contorneos. Las lenguas se extraen de bocas que ganguean y las palabras que sueltan son frágiles, obtusas, inasimilables...

 

2

Los boletos están tirados entre ellas, las reclamantes. Su oralidad ilumina el recuerdo de los moribundos. Hay un estado de pavor que puede así mismo expulsar parciales grados de oráculos como si un charco empotrado se elevase un poco por encima de su sustancia. Ese episodio y la opaca materia del recuerdo. Comunes son las puntas de los pinceles y luego descargan sus semblanzas en el interior tieso de los tinteros. A los cielos se les lustra con lentes de copas de fuego. Las hierbas tiemblan, la tierra tiende hacia su no-origen, los frutos del hierro se pudren y mueren cabizbajos. Los orates (ante el velo del avance) abordan, aullantes, los esponsales que viajan en autobús. La tarde chirría y las mollejas, grises y pusilánimes, poco a poco, atacan una música destinada a lavar los desquiciamientos. Un agua de colonia deviene en acuarela. El abismo se encuentra en cualquier casa humilde. Los huesos, silenciosos, se frotan contra la hojarasca. ¡Todo un dechado de tumbas y nueces entresacadas de sus raíces! Balanceo de los aromas virginales en la lluvia que resuena un tanto metálica.

 

3

Jirones, acaecimientos

Casi todo el silencio me pertenece: desde sus aristas verticales hasta los pasajes que moldean la horizontalidad. Se proyectan hachas en el espacio y todavía las rosas de los tontos ocupan minúsculas formas para decantar sus tribulaciones. Los furores curtidos del mes arden con sus muelles destemplanzas. Ya no quiero entender al pájaro que anuncia la enfermedad de la madrugada. Resulta más atractivo oír la respiración de los bosques extintos. Se ve, en lontananza, el esfuerzo de una vitrina por aparecer alejada de las demandas y del honor de ser un plano apaisado.

 

4

Así se ceden los dones: bajo una silla de blonda textura embestida por un ansia de volar y una eclosión de nubes vueltas papilla. Después, detrás de los troncos de algún parque remiso, se romperán los cojones que deliran y se causarán heridas con aguileños acordes. ¿Qué más se podrá abatir en la ausencia de vuelos? ¿Trenes, frenesíes, cintas? Los hilos se deben cortar cada cinco metros, con coraje, con todo el ánimo puesto en vilo. Los insensibles exhalan un olor de crepitante salvajismo y sus joyas exudan una savia de descargo y bisutería. Una vez más se rompen las candelas en las cinturas y entonces la báscula redobla sus equilibrios para lanzar tres o cuatro suspiros que no llegan hasta los hombres encorvados. Me atengo a un corte de buche, a la fuerza expectante de lo que se elonga. Reculo precipitadamente cuando la cerveza trastabillea y trato de abrir la novedad en el ojo titilante del televisor. Mis puños se ensamblan y los diablos de la publicidad ondulan con sus culos bífidos y sus fuelles que expulsan vapores. Las volutas de humo ahora son ellas mismas y aspiran a someterme a sus dictados. Les niego la brutalidad y con mis creyones les trastorno los raseros. Un golpe de líneas de algodón crea una invisible alusión y esto me permite componer un chaleco que soporte la arremetida de claveles en clausura.

 

5

Jirones, acaecimientos

De nuevo siento que el corazón bate sus palmas y afirma una especie de brusco encantamiento. El mundo se ha vuelto más cotidiano para no desaparecer y su cúpula se volatiliza por momentos en la faz acostumbrada a la rasuración. Todos los visajes presentan una condición alejada de lo insólito. La incoherencia del celuloide lo reduce a una inmediata dimensión que se mide en términos de fuerza y simpleza.

La negrura oculta ruidos (¿o acaso un asordinamiento neutraliza el buen tino?) y los sordos, aventajados, ríen justamente recostados de la lentitud del porvenir. Emergen pocas puyas de la superficie del agua agonizante y los aparatos vagos deciden cómo bruñir los efectos de la reaparición de lo novedoso. Púas se precisan en el interior de los ángulos, de ciertos polígonos y los callos que acontecen en los menús brincan por encima de los platos de legumbres y se empinan sobre las chimeneas para cerciorarse de que el rescoldo gime como un perro debutante.

 

6

Yo hubiera podido morir de hundimiento, suerte de placer resentido en el combate contra los tuertos. Las poblaciones huyeron ante el fantasma de mi sombra y tuve que armarme para avanzar entre soldados aferrados a sus oficiales por el pánico que les causaba mi marcha. Aproveché para medir odres y dar órdenes por doquier. Se produjo una secuela sin valía e historiadores anónimos maniobraron con estrategias fingidas.

(Y mis ojos se enfermaron de atisbos y mediana dedicación y revirtieron los enfoques, el color de la vileza, la abulia y con una suspicaz mezcolanza recobraron las legañas de otrora). Los ruegos, las autarquías, los vetos, las ganas endiosadas: todo adquirió un tinte de parentela y emparrado. Las locuciones aterrizaron; se acicalaron las mujeres indistintas; se asimilaron las argucias con frenesí.

Héme ahora triste, heñido, retornado al chasco del juicio y con un peso más en los ijares.

 

7

Jirones, acaecimientos

Eran los encajes del camino que no me convenía. Mientras tanto una villanía acrecentaba sus fueros y los primeros rafaeles partían en desorden con arrestos de insultos bajo los cabellos mareados. Atónito, dejé a dos pobres delegados ante la mezquita y comprobé que de la cintura para arriba tenían una explosión de crisis y galopes de confinamiento. Les recomendé tocar el acordeón y reservar la alegría para mejores ocasiones. Aullaron y se postraron, pero yo levanté la cabeza y les recordé el cuidado que merecían sus hernias. Eyectaron sellos y de mí desapareció la piedad.

Ya en casa aserré cascos y me hice cosquillas para cimentar mis creencias. Parecía que inolvidables bullas se aglutinaban en los pasadizos. Un torbellino de lentejas me retrotrajo hacia el detritus de los muertos. La gliptografía dejó de interesarme y asumí una pose de hombre que descascara las herrumbres consumidas. Puesto a meditar elucubré acerca de una mansión que se salía de sus cabales y a multitudes furiosas que ensamblaban torrentes cósmicos para echármelos encima.

 

8

En el presente las salidas son como las entradas. Los primerizos enarbolan gajes de su oficio encaramados sobre vagones donde pululan señales irremediables. Lo que menos disminuye es la densidad de las emociones. El conglomerado de los extravagantes apresta sus siluetas para próximos combates y, al descuido, se hinchan los pies con emulsiones. No solamente ocurren desagravios, sino que además se entablan refractarias discusiones sobre el placer de ver cuerpos estrangulados. (Hay unas matronas que huelen a cercanía y se restriegan los muslos contra las coronas de flores).

Pasado mañana habrá una cristalización y un tránsito de infantes. Se arrastrarán las ganas del fornicio y la prosperidad de las camas y entonces, aun así, se perseguirá al progreso que dilata sus convulsiones y a los bizarros que, percudidos, refluyen en el más triste coraje.

 

9

Jirones, acaecimientos

Un motivo de queja. Una hebra cansina. Algunos utensilios despojados de su herencia. Un hedor ecuestre sobre las almohadas imposibles. Los sabores se transmiten a través de las conciencias. Se decolora un espejo lanzado al aire de la irrisión. Los memos ignoran la menopausia. La minoría hace de un instante la lámina desnuda para proyectar su vergüenza. Una pieza de arena se desplaza, crujiente, al fondo donde descansan los pies que se inclinan de laxitud...

Hoy los bultos dispares vidriaron sus flancos. Por largo tiempo la imagen de quien cincelaba permanecerá al relente para que aplome los rumbos. Existe un calor como de flan o de pequeño líquido mercurial. Un pellizco flota encima de la notaría para que las escorias vuelen con sus sucedáneos y el postrero alfeñique palpe el implacable entretenimiento.

 

10

Sobre los puentes de la imaginación los clavos soban el placer de tener y ser. Los muchachos se suben encima de las mozuelas y las penetran con sus órganos viriles, solemnes y terribles. El contento acude en persona y su presencia aviva la reseña del censo. A poca distancia se encabritan las voces y los pasos. Las tumbas posan para las fotografías del futuro. En las sienes de los vecinos se imprimen más arrugas de las debidas. En el entorno huele a leche y grandilocuencia, orgasmos y peticiones.

Se descruza una perspectiva que conglutina la pura espalda del atardecer. Unas alas de nubes lucen su realidad cual vértigo albino. Los ancestros, los supuestos venerables predecesores, se asoman con sus falos de guirnaldas y sus vestidos de pieles de monstruos y cantan, solitarios, enormes, acuclillados en los ángulos rígidos de la vía. No comparecieron las palomas, ni las ofrendas, ni las bestias encabalgadas, ni la befa aposentada en los manuscritos.

La impudicia logró manquear el bronce de los triunfos. Los acueductos vomitaron arrebatos destinados a la sintaxis de la invención. De los cubos en existencia se emascularon los intersticios. En las monedas se ajustaron las puntuaciones. De los muros se extrajo una mutilación antaño previsible. A los cuchillos y a las hoces se les conminó a presentarse con la suma de sus atributos.

Muchas décadas más tarde el suelo se cubriría de ronquidos y se sumergerían las redes en las dispersiones de los olvidos y un mito de impericia sobreviviría a pesar de la extrema fatiga.