Las libélulas

Comparte este contenido con tus amigos

Texto y fotografía: Wilfredo Carrizales

Las libélulas

Las libélulas se posan sobre las balanzas para equilibrar las aguas que tienden a salirse del mundo.

Para liberar a las libélulas de cuanta necia obligación pueda haber se estampó un libelo, donde se recogen los preceptos que regulan la emancipación.

Las vecinas de las libélulas, las ranas, se las tragan para sentir violentas emociones y luego, el resto del tiempo lo pasan croando, arrepentidas de haber violado el pacto secreto que tenían con ellas.

Las monjas pasean despreocupadas por los estanques de sus conventos. Al divisar a las libélulas sobrevolando la superficie del agua, alguien (tal vez un jardinero bromista) grita: “¡Caballitos del diablo!” y las pobres monjas se lanzan en carrera, con los crucifijos levantados por sobre sus cabezas.

Allí, donde se cree que las libélulas chupan escogidas flores, el escarlata del terreno abre la ignición dentro de los ojos de estos insectos.

Con demasiada frecuencia, las ideas que se posee acerca de las libélulas no pasan de ser un malentendido: que toman agua sirviéndose del extremo de sus colas; que dejan en el olvido a sus larvas para que aprendan a ser independientes; que se estrechan las alas atravesando los tupidos bosques de bambúes... No son más que falacias. La verdad acerca de las libélulas sólo la conoce el criptógrafo rastreador de retículas.

Las libélulas vuelan al margen del silencio y la frescura que precipitan sirve de acicate a la niebla para ocultarlas de los peligros de la luz.

Persona alguna está enterada del lugar donde duermen las libélulas. Se sospecha que ellas pasan la noche pegadas al limo, pero hasta ahora nadie lo ha demostrado por miedo a quedar atrapado en los pantanos.

En una ocasión, un famoso entomólogo afirmó que las libélulas mataban a los piojos y, por lo tanto, eran insectos útiles. Últimamente se ha descubierto que las libélulas no sólo no eliminan a los piojos, sino que además los crían y los consienten para después alojarlos en sus cabezas.

Se necesita abundante perspicacia para poder enumerar todo lo que las libélulas sufren en sus cortas vidas: de mal de ojos; de aires sin cadencia; de despego a destiempo; de desorientación permanente... y paremos de contar.

Las libélulas defecan durante el vuelo y manchan los espejos que les sirven para agrandar sus figuras.

El mayor peligro para las libélulas lo constituyen los niños realengos, quienes las atrapan cuando reposan sobre alguna rama baja y luego, les introducen tallitos de paja por el culo para verlas volar con gran dificultad, hasta que se precipitan a tierra como aviones averiados y a punto de sucumbir.

Cercano está el día cuando las libélulas migren en masa hasta las bibliotecas y se introduzcan entre gruesos volúmenes para preservar su testimonio crucial.

Las libélulas luchan constantemente por eliminar las desigualdades entre ellas. Donan sus alas a los orfelinatos y después se dedican a pintarse rayas horizontales en los abdómenes para ampliar sus radios de acción. A veces se camuflan con gran maestría y se las confunde fácilmente con mariposas que hacen estrictas dietas alimenticias.

La vista de las libélulas les permite penetrar en los asuntos más abstrusos de los ataques aéreos. Aprovechan al máximo este conocimiento y copulan mientras resuelven complicadas operaciones matemáticas que redundarán en un crecimiento notable de la población de libélulas.