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Los gatos

Texto y fotografías: Wilfredo Carrizales

Los gatos

—Entre gatos te veas —se dicen unos a otros los ratones.

Llovizna y los gatos se refugian bajo los aleros. Si es mediodía de verano apagan todo deseo de ronda.

Por las mañanas los gatos bostezan con las patas delanteras en acto de estiramiento poco audaz. Dan unas cuantas vueltas alrededor de la almohada y luego se pierden entre sus pliegues. De tarde salen al jardín a cazar algún pájaro y arrojan al lado de los arbustos las deposiciones del florecimiento.

La oscuridad plena es su elemento. Asaltan las despensas y levantan ollas y sospechas. Los escobazos siempre llegan tarde, cuando los gatos sólo han dejado el pelero.

Los gatos

La luz de las linternas los pone alertas. Sus pupilas reflejan el misterio que los engendra. Solitarios, escarban en la médula de las querencias que se soterran.

Se desplazan los gatos a la velocidad del silencio. Ningún otro trepador les gana en sigilo y meticulosidad. Ellos escuchan con atención el resquebrajamiento de la corteza del alba. Ronronean en la seguridad del secreto.

¿Será cierto que los gatos no se bañan? No con líquidos, ostensiblemente. Mas sí con luz, o mejor dicho, con el alborozo de la luz en los tejados.

La impureza de los gatos no está en sus excrementos, sino en la malignidad con la cual llevan a cabo sus acciones. Con fingida displicencia, vigilan a sus víctimas y al menor descuido de éstas, sus zarpas sangran los destinos.

Los gatos

Los gatos se congregan a la medianoche y levitan. Las escasas brujas que todavía vuelan los montan en sus escobas y los conducen a los aquelarres para que aviven el fuego de las manías.

Los gatos maúllan en serie y las gatas consienten entrar en celo. Fornican al mismo tiempo en todos los vecindarios y la gatomaquia se asemeja a un orfanato de recién nacidos. (Por las ventanas salen disparados los zapatos que nunca dan en el blanco felino).

En la antigüedad los gatos devoraban horizontes, sumarios del aire y frescas y bizcas alimañas. Alguno hasta se atrevió a ponerse botas para mejor engullir virgos en las prolongadas marchas.

Los gatos, cada vez que pueden, no siempre, esquivan a los niños. Ellos saben que de esos contactos sólo quedan rabos chamuscados, orejas trasquiladas y ojos vaciados. Pero en especiales ocasiones los gatos se vengan y más de un niño exhibe la cicatriz de una mordida o arañazo contumaz en la mandíbula.

Los gatos

Gatos hubo que fueron arrojados desde altísimas terrazas para luego contemplarlos destripados sobre el pavimento de las avenidas y tomarles fotografías destinadas a los álbumes familiares.

La conseja popular afirma constantemente que los gatos son excelentes cazadores de ratones. Sin embargo, la verdad se ha mantenido oculta por siglos: los ratones que han ido a dar a sus fauces eran suicidas que caminaron, por su propia voluntad, hasta su singular y fatal desenlace. ¡La verdad nunca estuvo en el gato!

La frontera de los gatos la establece cada cual de acuerdo a su ingénita cobardía. Por eso prefieren andar en pandillas. De la soledad únicamente extraen sueños de la inmortalidad. Las supuestas siete vidas del gato representan sus siete vicios capitales.

A los gatos se les urge a no ser remolones y, en un parpadeo, blasfeman y se enfurecen. Se erizan, escupen y mean cuanto hay a su alrededor. En seguida muestran los colmillos y abandonan el hogar con los rabos levantados. Durante semanas no se les vuelve a ver y cuando regresan, traen todas las trazas de los proscritos o la adhesión a descabelladas delincuencias.