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Apuntes
(A propósito de la exposición de René Magritte en Peking)

Fotografía: Lothar Wolleh; 1967

Introito

Fotografía: Lothar Wolleh; 1967

Entre el 4 de abril y el 30 de mayo de este año que nos ocupa, el piso quinto de la Galería de Arte Nacional de China acogió un conjunto de obras de René Magritte (1898-1967), el imprescindible artista belga. Fotografías, grabados, acuarelas, dibujos, pinturas, bosquejos, carteles, portadas de libros... dieron cuenta del genial paso del creador surrealista por la vida, por el mundo y por los sueños. Magritte llegó a afirmar: “Yo veía el mundo como si tuviese una cortina delante de los ojos”.

Leí de su puño y letra algunas cartas, expuestas en vitrinas, enviadas a amigos. En ciertas ocasiones, su menuda escritura está acompañada por simples y esquemáticos dibujos: un elefante, una bicicleta, una hoja de árbol... En las fotografías, la mayor parte de las cuales son diminutas, aparece Magritte divirtiéndose como un niño grande, con su cara de fauno, dispuesto a burlarse de nosotros o a tomarnos el pelo al menor descuido.

Mientras escudriñaba con detenimiento algunos de sus cuadros tomé algunas notas al voleo y me fumaba la pipa que no terminaba de ser pipa y olía y escuchaba su manzana por mucho que negase que no era tal.

“...Mi propósito al pintar es hacer visible el pensamiento”, recalcó Magritte, y yo traté de comprobarlo. El surrealismo no ha muerto. ¿O sí?

 

1

René Magritte

La mujer está arrinconada y su desnudez se destaca contra el fondo de una pared gris. El terror se refleja en su rostro cuando el hombre vestido que completa (¿o se adueña?) un costado de su cuerpo la sujeta, con sus enormes manos, y parece pretender tomar la representación de su figura corporal.

¿La mujer lucha o se debate con su parte oscura, masculina? ¿Es el hombre quien pugna por reconocer su verdadera naturaleza? ¿El rostro de la mujer, acaso, no será la faz verdadera del hombre ahora disminuido? ¿Todo ocurre en sueños o sucede en un escenario, ad hoc, pensado y sospechado?

 

2

René Magritte

Georgette, la mujer de Magritte, nos mira desde un óvalo. Nos escruta, desde sus pupilas azules o verdosas, y da la impresión de que, imprevistamente, nos va a interrogar acerca de la vaguedad. ¿Por eso ella flota? ¿Tal vez porque no puede asirse a nada? Los objetos que rodean su retrato se diría que dan vueltas, de izquierda a derecha. El guante simula estar vacío y entonces se eleva y la vela asciende porque posee llama y ésta se alarga y una ramita de ¿albahaca?, ¿hierbabuena? o ¿simple acacia? ya tuerce a zurdas, donde la espera, echada, una paloma de collar, ¿remembranza infantil?, que sabe que la llave que gravita bajo ella es la clave que abrirá todo el vacío para que sólo haya nubes y Georgette pueda continuar mirándonos desde el otro lado de su espejo, aquél donde nosotros no nos reflejamos.

 

3

René Magritte

La mujer desnuda dirige su mirada hacia abajo, hacia un posible océano absorbente. Tiene dos naturalezas la mujer, reconocibles por las dos diferentes coloraciones. La mitad superior de su cuerpo pertenece al aire, al cielo, a las nubes, pero también al mar y a las brumas; la mitad inferior está asimilada a las construcciones asentadas sobre inverosímil sitio fijo, por ende, es de la tierra, con ansias telúricas, y su pubis temblará cuando el predio tiemble.

 

4

René Magritte

Descubierta está la mujer: ninguna vestimenta la cubre o protege. Nosotros la descubrimos así y constatamos que su desnudez es parcial: una como piel de tigre o leopardo se le insinúa en parte del rostro, en un flanco del cuerpo, en un hombro y en un muslo. No podemos precisar si se trata de su conversión paulatina en una fiera o es que viene de vuelta y ha recuperado su condición femenina.

En todo caso, fiera o mujer, la expresión de su rostro aquietado y sus labios de prosaica sensualidad nos inducen a pensar que está a la espera de un misterio macho.

Al alejarnos de ella, nos resuena en el alma un rugido de silente sapiencia.

 

5

René Magritte

Los seres humanos son peces que indagan, constantemente, sin cansarse, por conocer qué es la verdad. A veces, deben salir del fondo del mar y ocultarse en fortificaciones o castillos abandonados. Desde allí, a escondidas, otean, por las ventanas, al horizonte y tratan de sacar alguna conclusión del brillo de los cielos o la movilidad sin gracia de las nubes. Pero, los peces nunca se percatan de que la verdad, esfera con ranura, cascabel omnipresente, siempre permanece a su lado, en las sombras, y no se desplaza para que no noten su circunstancia.

 

6

René Magritte

Es posible que el sabor del orgasmo autoprovocado pueda saborearse sobre un determinado hombro. Quizá sólo sean capaces las mujeres de tener esa aptitud. A los hombres únicamente nos quedaría el inmenso placer de disfrutar del evento desde la pared de enfrente.

 

7

René Magritte

El mar empuja hacia arriba una claridad que se nos antoja inefable, ¿no?, y ella se abre paso a través de oscuros nubarrones. Una gran ave nubífera se forma y su cuerpo también posee la esencia del cielo. Despliega sus enormes alas en procura de un nombre. No sabemos si su vuelo terminará arrastrado por las olas o por su propia desesperanza. Cabe suponer que el ave es quien ha constituido a las nubes blancas y a los retazos celestes.

¿Y si elucubramos y afirmamos que el ave es dueña de una transparencia que ilumina y mientras aletea en el espacio vemos su figura contrasilueteada y libre?

 

8

René Magritte

La bruma, al parecer, dimana de los contornos de los edificios más cercanos. La luz del farol opta por sumirse en un ocre que puede ser saboreado. Ignoramos si estamos ante la presencia de un puente o un murete de mármol que da hacia la desembocadura de un río o hacia un puerto con barcos fantasmas. Podemos convenir que se trata de un puente de desconocida extensión.

El hombre de traje y alas oscuros avizora la lejanía. ¿Escudriña un punto claro, un hueco imposible, en la espesa niebla, a través de la cual pasar volando y dirigirse a algún lugar que anhela, adolorido?

Existe la posibilidad de que el león aguarde con paciencia la partida del hombre. Mientras eso no sucede parece protegerle. Acaso el león esté pensando en su dominio, allá en la selva, y en su fuero interno desea con vehemencia que el hombre agite sus alas y salga a recuperar su destino que lo aguarda en cualquier derrotero, de umbrátil manera.

 

9

René Magritte

Una muchacha entra en escena y muerde a un pájaro. La sangre le mancha los dedos y el cuello blanco de encaje y distinción social. Sus ojos permanecen inexpresivos; el pájaro ni siquiera intenta el aleteo, ni forcejea.

A espaldas de la muchacha se ha erigido un árbol de grueso tronco, en cuyas ramas otros pájaros de diversas especies observan la escena, entre curiosos y fatales, y dan a entender que esperan su turno para ser mordidos y devorados a su vez.

Una incógnita surge, de improviso: ¿a la muchacha sólo le basta con alargar la mano para atrapar a los pájaros o ellos descienden directamente hasta la altura de la mordida?

 

10

René Magritte

La cíclope tortilla o panqueque nos mira inquisitivamente desde el plato. Quiere tener la certeza de quién será el comensal que se acerque, empuñe cuchillo y tenedor y proceda a picarla. En ese momento, ¿su ojo ubicuo continuará acechando o se cerrará para amortiguar el dolor? ¿El comensal estará dispuesto a llevarse a la boca un pedazo, sin ninguna duda sangrante, de la tortilla (o panqueque) aún viva?

Creo que, finalmente, no habrá tal comensal. Lo más probable es que un audaz le dé vuelta al plato, se sirva un rebosante vaso de vino y luego huya, antes de que el ojo pueda encontrar el modo de lanzarle una mirada exterminadora desde debajo de la cubierta que lo oculta.

 

11

René Magritte

Todo el púrpura posible se concentra en los pétalos vulvares de la rosa que no cesa de abrirse y conmovernos. Ya con los sentidos perturbados la flor nos invita a apaciguarnos en su interior. Luego emergemos, penetrados de un rocío torrentoso y salaz que tardará varios lustros en disiparse de nuestro talante copulador.