Mary Onetta en el espejo

Comparte este contenido con tus amigos

Textos y fotografías: Wilfredo Carrizales

1

Mary Onetta en el espejo

El espejo estuvo vacío durante tanto tiempo. Miraba en su interior con frecuencia y no había nada, dentro ninguna sombra se movía y cosa alguna se reflejaba. De pronto, una tarde, un rostro, un esbozo de sonrisa: Mary Onetta se alojó en la superficie de cristal y desde allí me contemplaba con ojos de madera pintada. Venía de muy lejos, de remota edad y distante región. Sin ceremonia, llegó con un simple acto de voluntad. La gracia era su medida y el escenario redondo le daba en préstamo un caprichoso itinerario. A otro observador le hubiera parecido hieratismo su natural expresión, pero no a mí, asombrado con el deslumbramiento de su acontecer.

 

2

Mary Onetta en el espejo

Predecía el futuro y jamás envejecía. Vivía y sonreía por encima de lo temporal y del espacio y se sobreponía a las contingencias del destino o del azar. Con su espíritu soñaba y gobernaba, garrida, los sucesos de su entorno. Hablaba y era un gorjeo su lenguaje. Tañía el laúd que seguramente reposaba en sus piernas. Las niñas de sus ojos jugueteaban en el collado de los párpados. Sus dulces nervios de leño le servían para imperar y especular en la habitación que se cuajaba de espejos imaginarios. Su forma completa era un misterio, sólo su rostro se manifestaba en la redondez de la cavidad de vidrio. Un agua clara le mojaba la cabellera y un lustre se le aposentaba como verdadero amigo. Su frente espejeaba y era un enigma indescifrable. Practicaba la catoptromancia cuando parecía que yo me descuidaba. Aunque mi imagen nunca apareció en su espejo, intuía que fugazmente pasaba por el cristal e impresionaba con levedad su fachada.

 

3

Mary Onetta en el espejo

Desde su espejo de amar, el foco de la luna ganaba una brillantez que duraba noches y noches y se amalgamaba a sus pensamientos, los cuales suponía yo, suaves y quietos. Su conocimiento del mundo y de las personas se reflejaba con una ambigua pasividad. A veces la espiaba y presentía que llevaba una vida contemplativa, en donde lo sagrado se expresaba con la veracidad de una menuda lluvia que la empapaba hacia adentro. En tales momentos, la variabilidad del tiempo tocaba lo irreal y evocaba hechos fantásticos ocurridos en extraños tablados. Mary Onetta estaba capacitada para reproducir el cosmos y sus elementos invisibles. Sus ideas resonaban con el cambio y venían a sustituir la apariencia descuidada de las cosas. Su mirada podía absorber a todas las miradas y volverlas reflejos de huellas en los confines que se escudaban tras emblemas.

 

4

Mary Onetta en el espejo

Creía notar su ausencia si el espejo brevemente se opacaba, mas pronto volvía a poblarse con la multiplicidad de su alma. Su movilidad quieta transcurría a través del eco de la puerta de cristal. Memoria y felicidad eran un todo que armonizaba con elegancia y seducción. Siempre supe que la acompañaban animales en el espejo, aunque en ningún momento llegué a verlos escuchaba sus maullidos, sus ladridos, sus gruñidos...

La luz se albergaba en su semblante y la tornaba más distinguida y le procuraba mayor garbo. La sofisticación se había incrustado en sus pupilas y lo eterno, lo que nunca termina, era un intrincado asidero para percibir los arcanos. Poseía un portento que magnetizaba, un fluido tal vez colectado en su tránsito por los caminos de la sabiduría. En sus alargadas cejas no había cortes ni mellas y esto le imprimía a su espíritu un cosmético que pasmaba. La receptividad de sus purpúreos labios prodigaban lo desconocido de una naturaleza no terrenal.

Mi enlace con Mary Onetta estuvo muy cerca de una experiencia con lo divino. No fue ardid; tampoco estratagema. Aquel espejo fue mi salvación y donde ahora se encuentre, Mary Onetta continuará esperándome y acaso yo la reencuentre algún día.