Merced de umbral (extractos)

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I

Después del lobo cae la leyenda inspirada en la práctica del renegado. La visión de las centurias se acomoda a la simpleza de la luna.

¿Podrá el viento respirar por sus posesiones? En las llamadas de los bosques otras complicaciones se precisan y por la claridad de la desolación brinca un número que lo anuncia todo.

La emergencia tarda, pero la variedad plasma la inclusión en las secciones.

 

II

El suicidio de una caverna incluye al acto entre piedra y manantial. Luego los recuerdos de aquí a una era sin silencios serán códigos para nunca descifrarlos.

Aprenderán los ríos que sus cuencas se establecen bajo el acuerdo de límites. La belleza y el análisis le obsequian preponderancia a su existir.

Si el ensayo para mojar la materia incluye un rango y una aseveración, entonces el esquema no requiere de ningún esbozo.

 

III

Los pájaros ahorcan sus nidos para fundar los territorios que comprendan a los dioses. Cualquier luz no es aceptada hasta tanto las semillas indiquen los parámetros.

Se escribe a sí misma la muerte por razón de trascendencia y antes de que se marchite su momento se engalana y atrasa su partida.

El fin y los montes lejanos o los pinos enredándose en el plenilunio comportan un paisaje que no tolera observación.

Lo elusivo resulta capturado en la variada tradición.

 

IV

El futuro revela la prosecución de sus prácticas antagónicas e inefables. ¿Un anciano se merece la indagación de las andanzas? ¿El barreño y el esguince?

La sucinta perfección del amanecer causa incertidumbre y no pocas alteraciones. Nadie en época alguna ha escuchado la discusión de los sapos insomnes.

Representar los traslados requiere maniobras al mejor estilo sanitario. Viaje y perfección dedicada se complementan en la pureza de la forma exquisita.

 

V

Una manta, un cuenco roto, una sola oración.

Rendido al conocimiento del tono profundo del devenir el peregrino apalea a las nubes y exaspera su materialidad.

Al confundir cena con ración u otra merienda, ordena el tiempo y presenta la inconfundible reclusión de su alma.

De rango en rango el ejemplo de la torpeza propaga la cera de los vitrales.

 

VI

Tan pronto como el hogar se traslada al pie de la montaña, la pintura intenta describir el recitativo de los muertos. Las estrellas se enquistan en un celebrado país y lo esencial de su muchedumbre transfigura el ejercicio de la majestad.

Junto a la habilidad se promete una absoluta composición de palabras, un servicio de merecimiento y huesos y una tácita particularidad que evalúa lo que está más allá de la soberbia.

 

VII

Ya casi no duermen las noches y sus hijos remedan lo que pudieran ser los imposibles sueños. Siguen en la renuncia las luchas por extender las labores a la greda y a la quema.

No hay disciplina que produzca anónimas versiones de un arte, sano en lo ilusorio.

La cabellera refleja la aspiración del aforismo: se eleva ayudada por los vientos y luego no sabe dónde descender y de qué manera y dedicación.

Al templar los polvos la sorpresa de un instante se admira de su fallo prontamente endurecido.

 

VIII

La lluvia se atemporaliza demasiado y toca los bordes de la espera.

Metaforiza la espontaneidad al rival de los fuegos en el trabajo. A despecho de la sobrevivencia la inspiración enaltece la rúbrica oficial.

Las vías de la tormenta desembocan en no convencionales descalabros. Más tarde hay que agregar sentidos únicos, alas en rotación y el habla de las centellas que se relacionan entre sí.

Se ofrece en la profundidad un aserto singular y por las ermitas un catálogo de ecos y malos montajes.

 

IX

La eufonía conlleva el rigor y la marca entusiasta de los labios en su hartazgo. Raramente se pronuncia una vaguedad que no contenga la capacidad de suplir los sonidos.

La garganta o la sugestión o la oreja. En la confluencia de las cuerdas el agrado se hace precario.

A falta de una indicación para los dichos, buenos serán unos versículos al alcance de la mano.

 

X

La nave amariza y se excede en los cordajes. En apariencia, una pieza de la veranda sugiere un agua afilada.

Hacia el oriente se confunde el éxito con la excusa. Los universos buscan bronca aunque el enemigo no se vea por ningún lado.

A la geografía la vaguedad le va acortando un tanto. ¿Luego, qué? ¿Evocaciones, ríspidos enlaces o una monotonía sin acento?

Congeladas las inscripciones hay que admitir que lo inexorable empuja la carga.

 

XI

Flotan los bulbos sobre la escena que se detiene. Los niños idealizan sus platos y excavan en los atributos de los diagramas.

Una campana de cartón señala la premisa de las horas menos zanjadas. El primer encuentro con el escabel ocurre en ausencia de testigos.

Los anillos se encubren bajo el decorado, mas la remoción que merecen vendrá tras un asalto.

Después, sólo se hablará de botines y de hipos en los rincones.

 

XII

Las costumbres y los gobiernos y las maneras propulsan diversas misceláneas, a veces, imposibles de traducir.

Esas cosas que se presentan como guías exhiben una réplica artificial y, por mucho que depositen entradas y salidas, terminan por dañar los entusiasmos.

Con pocas brazadas se nada en el líquido frágil de las abreviaturas y la insignificancia del acento contemporáneo se evidencia por el despojo.

 

XIII

Los travesaños del peligro emplean sus recursos entre tajo y tajo. Se ahueca la tierra y los demonios hacen ejercicio de estómago.

Bajo otras circunstancias un portero contrae esponsales y luego su mujer mezcla lana con vino dulce en el umbral a su merced. ¿El canto de un vano será audible en el mundo resquebrajado de la madera?

En la gota de sudor que resbala de prisa van en pelea un piojo y un grano de comino y la parcialidad levanta un trance para que se desenrede la trama.

Al arrastrar las sombras el hombre se las lleva a la cintura y de ahí a los pantalones. Con candelabro o artificio de sebo contorsiona a la onda del extravío y al laberinto que lo compacta.