Y sé la obsesión...

Y sé la obsesión...

Texto y collage: Wilfredo Carrizales

Y SÉ LA OBSESIÓN que siento por las flores y sus disímiles colores y fragancias y por las mariposas que revolotean encima de ellas y chupan los néctares y luego se van en parejas a copular mientras mueven frenéticamente las alas y oigo sus diminutos chillidos de alegría y se me eriza la piel de canela y por las libélulas o caballitos del diablo o moscas-dragón que vuelan con una audacia asaz increíble y que en otras ocasiones se posan sobre las ramitas y se quedan como adormiladas y entonces aprovecho para capturarlas aferrándolas fuertemente por las alas y luego les halo el extremo de la cola y salen sus tripitas y les introduzco por la cavidad vacía un tallito de paja con sus espigas y es de un placer inmenso verlas alejarse, aleteando con supremo esfuerzo hasta caer agotadas, agostadas, en los charcos o en las acequias y por los gusanos que serpentean peludos para meter miedo, pero que conmigo no pueden porque al dedillo conozco sus artimañas de metamorfosis, preámbulo para salir a mariposear después al no más explotar las primeras lluvias sobre el patio de la casa de mi abuela donde sobran las causas florales y se llaman rosas, margaritas, clavelinas, violetas o girasoles y su pujanza y su belleza son notables, lo mismo que su inigualable brillo y a mí me consta la reciedumbre de los pistilos y los estambres, ¡ah! y el cáliz maravilloso y la corola para mis requiebros y mi narcisismo (¿por qué nunca he visto narcisos?), aterciopelado y muy tirante, si hasta de amor me iría con amaranto, con mi edad más que aproximada a las recetas de la tierra y las disquisiciones de los saltamontes...

Y conozco la fijación que tengo por las botellitas pintadas, decoradas a rabiar, llevadas al extremo de la exquisitez y aunque adentro estén vacías soy capaz de percibir las fragancias y los aromas del cedro cuando está en celo y del apamate al momento de eclosionar sus portentos amarillos y del barro pisoteado por las yeguas rucias y orgullosas y del samán recién cortado y de los nidos de los arrendajos y de los mangos picados por las avispas y azulejos y de la electricidad que se desplaza rauda en la punta del rayo durante las tormentas de larga duración y del café que cae al suelo y luego queda una mancha negruzca, hito de los breves territorios de la cocina, y de la miel poniéndose ácida al ser agitada por las horas del ocaso y la quietud...

Y estoy informada de las ideas o gustos o inclinaciones recurrentes que se me fijan a la conciencia inconsciente y que transportan murmullos del espectro solar con sus sábanas blancas de algodón que se abren en abanico para provocarme el rapto de las pupilas, alumnas mimadas de la luz, y hacerme extasiar hasta el límite de mi cuerpo ya de por sí calenturiento y vibrador y que conllevan placeres y bondades del espíritu, inefables, de muy íntima relación con los frutos del mar y de los montes, aprehendidos no solo por mis sentidos, lechuzas con cuerdas, válvulas de la eterna festividad, signos y cifras de mi inventario de esplendencias y acústica, y los renacuajos ayudándose en las quinielas y sus deseos de saltar a la pata coja durante las noches del estío y las chicharras con sus miles de argumentos sonoros y las transferencias de las huellas hacia los gametos del no-me-olvides y los guarismos considerados como pétalos en los intervalos de las estaciones del tren y las piezas de traqueteos sinceros y que no perturban y los anhelos bajo los olmos que se descortezan y exudan una goma que empegosta la curiosidad y unas confiadas al mejor tránsito del estado hipnótico y la destilación de las mazorcas en los días jueves que maúllan y las máscaras respirando vapores de azahar y bálsamos de tiquetique y las texturas de la lontananza con vahídos de instrumentos de cuerdas y, a veces, de viento y chancleta y los cueros repujados sobre las armazones tiznadas por los años del cosmos anejo y los intonsos decorados allende los paredones del jamás acabar y la introversión de los pies en las jofainas repletas de zumos y vaivenes y barquitos de papel periódico con noticias de naufragios y náufragos que cavilan a perpetuidad y helechos nunca atronados por el frío y abundantes como panes en una familia que despega las ágatas y las pátinas de las raíces del árbol longevo y zahorí y los hongos con su especial hematología que dirige fenómenos que pasman y las gálbulas que no veré en ningún periodo, pero que intuyo con una aquiescencia que me es grata y que cristaliza...

Y sé la obsesión por hablar y hablar sin atisbar el final, mas cuando la fiebre me felicita y me solicita suspendo la relación, que no relajo, y reposo, calmada y sobria, encima de la edad de las flores y me implanto cual gentil con estilo propio y sin estigma.