El pájaro rojo

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Texto y dibujo: Wilfredo Carrizales

El pájaro rojo

EL PÁJARO ROJO abandona su jaula de tela y sale a conocer mundo. Visita al cardenal en el Sacro Colegio y le sugiere medicamentos para las manchas amoratadas que presenta en todo el cuerpo y luego el pájaro rojo vuela un trecho y se posa sobre un árbol muy encendido del jardín de las monjas y canta hasta cansarse y hasta que se le pela la cabeza y rojean aun más sus plumas y se metamorfosea por instantes en el alma que trepa a los tejados y a las buhardillas y así destila el principio volátil que deviene en fruto púrpura y el pájaro deriva después hacia el lugar del poder celeste y expresa el cúmulo de ideas que lleva bajo la cola y surge de su interior el reconocimiento de que él es el colaborador más inteligente que poseen los vientos y el pájaro rojo no necesita explicar el suceso de la muerte porque ella no existe y él, amante como flecha y badajo, como demiurgo, como antagonista, evita la estancación de las aguas y el estallido de las tempestades y se funde brevemente en su esencia y comienza a crear enjambres de astros para que precipiten la sangre del cosmos y se contrapone a la pérdida de la memoria ancestral que implica olvido de lo bermejo y continúa hacia el pasaje donde lo trascendente se vuelve color carmín y llama y surge el anhelo de residir en un enorme nido hecho de huellas y cabellos y con la rapidez del rosicler aniquila la soledad y se eleva por encima de los paisajes que han devorado los orígenes y el pájaro rojo continúa su marcha y va interpretando la manifestación de ciertas enfermedades y para cada una de ellas levanta un cerco o muro y luego asciende hasta el pico ubicado en la temporalidad de los accidentes y desde allí establece las horas que han de cumplir los rubíes y el hematites y más tarde desciende, en vuelo casi impoluto, sobre la ciudad más cercana que es la más vasta y encuentra sus avenidas atestadas de mugre y smog y automóviles de infausta naturaleza y semáforos portadores de caos y llagas y el pájaro rojo salta por sobre los charcos y varias veces está a punto de morir aplastado bajo las ruedas que gimen con gases y él añade entonces a su propia forma el antídoto contra el trastorno y empieza a trazar un diagrama sobre el desorden de la urbe para que el sol devore las pestilencias, pero pronto se percata de que su esfuerzo es en vano y decide huir de aquel espanto, de aquel atropello contra la higiene y remonta vuelo y siente que desde abajo le disparan y ve a muchos hombres uniformados riéndose a carcajadas y acelera el movimiento de sus alas y se dirige hacia el valle que ruge a la defensiva y allí el pájaro rojo descubre que está herido en una pata y maldice a quienes matarlo quisieron y así, más pájaro aun, más íntimo con el cinabrio, si cabe, cura su herida con almagre y trina como nunca antes lo había hecho y endurece su pico y cierra los ojos y emigra y se sitúa de inmediato en el sitio simbólico de las ascuas, mientras sus plumas se tornan en banderas y ostentan el calor de los comienzos y una pasión se derrama para fecundar todo a su alrededor y una magia lo reviste de un tinte granate y el pájaro rojo se erige en su franja y se alza, quemante y fundacional, para ensanchar las cuencas y que se derramen en todos los sentidos y para que lo telúrico se transforme en rosas con injertadas espinas y un nuevo incendio estalle en el infinito de las fuerzas y se pongan de pie los altares que documentan con sus aromas las ceremonias del eros y el pájaro rojo trina para anunciar su regreso y dejar que lo abrupto se desentienda por sí mismo y paso a paso retoma el camino de vuelta y aunque va renqueando una felicidad le inunda las entrañas y la lengua y de pronto quiere correr, pero se adapta al conveniente ritmo y a la distancia divisa a su jaula de tela que colgando está de una cuerda en la terraza y allá llega y se adentra y la encuentra más cómoda que antes e inmediatamente se duerme y sueña con el ave del paraíso.