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Fotografía: Chen Jianxing (“Jardín del Maestro Redero”; Suzhou; China)¿Quién se sentará conmigo a enredar el plenilunio?

Fotografía: Chen Jianxing (“Jardín del Maestro Redero”; Suzhou; China)

Me muevo en silencio hacia el kiosco y en la quietud logro movimiento. Capturo el sentimiento del lago y sus orillas de rocas itinerantes. Los senderos bordean los pensamientos que traigo de antaño. Las sombras pasan con sus vestidos fragantes y dibujan en las barandas los requerimientos para el mañana. Los árboles colocan en un expedito espacio sus intenciones de verdecer. (En un rincón, fuera de una ventana, musgo, flores y helechos componen una pintura que muta a cada instante. Si llego a penetrar en esa pintura seré uno más de sus elementos.)

Ahora quiero voltear al lago; exponer su lomo al brillo lunar y sentir cómo se hiela su nervadura. Los peces aún viven de sus vientos y no reposan.

Sobre las albas paredes, a intervalos, aparecen manchas del recurso memorístico de artificiales y enanas montañas. El pulso de su orografía conduce a las aguas hasta el estadio que vive y se traslada, fugaz y en permanencia.

De noche las aves son hojas de álamos y arces y las nubes calvas depositan su vigor entre la bruma que zigzaguea a ras del suelo. Las líneas curvas del jardín persisten en la rectitud de los sentidos.

Llega el plenilunio y se atrasa la brisa consorte. La sala para las flores del sereno sube en su esplendor. Los pétalos que estaban encubiertos salen a organizar los rocíos.

Mi mente se amolda en silencio a sus tres principios: centro, gravedad y soporte. Disfruto en soledad de las estrellas que fluyen con el sur. Veo al estanque que gana un color de terciopelo desde el fondo de lo incoloro. Mi forma humana encuentra perfección en las informes raíces.

Me siento en el reposo del kiosco asignado y las nubosidades se apartan ante los insectos de luces e intermitencias y luego, caen como estigmas de espuma sobre las aguas constreñidas.

(Una invisible barca migra en la oscuridad del agua y sus pasajeros van quietos en la moción que los hala. Llevan plantas y rocas y un animal fabuloso que trabaja por ellos.)

Otra vez los peces se entrelazan a su inacción y el movimiento los conduce más allá del infinito mensurable. Contemplan ellos lo sumergido y muchos paisajes se mojan tras su imaginación.

De improviso me constituyo en persona de cuatro tiempos y dejo de oler sombras, palpar sonidos, degustar cielos, romper las claridades que me antojan…Caigo en un concreto vacío y me apoyo en mi orgullo.

La luna cuchichea que el agua se ha tornado dura y que ya sin huesos, ni entrañas, nada la modela. El amanecer será alto si el agua recula; bajo o cercano, si duda.

No sé si el verdor prorrumpe poseído de una intención de nocturnancia o de un crujido que desborda los setos con el consiguiente olvido. Soy capaz de interiorizar en todas las inexistentes pinturas y atar lo antiguo a mi propia estabilidad. Aquellas luces, estos colores, me desplazan porque yo lo permito. ¿Acaso la piel blanca de los pinos no es la esencia de mis defectos? ¿Los ciruelos no osan deliberar y superar los males del frío? ¿Tampoco elucubran los bambúes acerca del adormecimiento nunca perseguido?

Cada reflejo en el agua es una procesión de iconos requeridos. Las ramas se precipitan sin duelos y pocos años sufrirán las penas en los bosques que conjugan.

(Hay bandadas de palomas camufladas sobre el defecto del esplendor y a su noctambulismo lo marca la traición y un despojo de plumas que es una incógnita.)

En los vertederos de las sombras sobresalen las escenas con facilidad. Ninguna demanda se le hace al viento para que todo prosiga el señalado decurso. Existe una ausencia total de melodías como consecuencia de la extraña escarcha que cubre la piel amenazada de la luna.

(Un bestiario aguarda en el kiosco y un pincel le cercena la libertad de movimiento. Ese libro espera y soporta lo que observa y soporta lo que escucha y a su gusto añade un feliz recuerdo de imprenta y tinta sellada.)

El agua piensa en doblarle la cerviz a las rocas ariscas, plegarles el entendimiento y la musculatura. Un puente de piedras merece visitantes sólidos que se vacíen de necesidades y tormentos.

Me ampara la noche con su enorme blancor circular; me protegen los luceros de un alba que se adelanta y el río que se traslada en su estela de plata a través del cielo domesticado. Absorbo el vértigo estático de cierta noche que pulula en mi nombre y preña de vahídos a los árboles somnolientos.

Confiado, me reclino, en mi sombra y miro a la luna llena con la cabeza levantada y golosa de lucidez. Me siento en el equilibrio de la vuelta de la orilla acuática. La paz expone sus métodos. Las cosas innumerables resuelven nombrarse de nuevo. Un céfiro no encuentra acomodo en su belleza. Los más variados cambios sobrevienen de súbito desde la cuenca de la Historia.

Produzco felicidad para mis huellas, ardor en los contenidos, enlaces que permanecen y gritan…Trago agua de viajes y empato mi rostro a la mutabilidad de las contradicciones. Así, me defino apto para sumirme en las oquedades de mi cuerpo rocoso, donde moran extrañas especies de grillos y las hiedras se atesoran. Digo que un cielo insinuante se merece una luna verdadera.

¿Quién se sentará conmigo a enredar el plenilunio? Las poetisas que me precedieron en este tránsito y que supieron, con maestría, que a la luna llena se la captura bajo las aguas que se aquietan.