Preposiciones

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Textos y dibujos: Wilfredo Carrizales

1

Preposiciones

A la puerta de una casa, al principio, sin el estorbo del tiempo. Le vi pasar al influjo de una simultaneidad de acciones que la revelaban como lo que era: una tránsfuga del destino.

Luego la escuché batiendo un tambor. ¿Tocaba a rebato? Imposible saberlo. Contemplé por un instante el firmamento. “Va a llover”, me dije y mi presencia ya no se justificaba allí.

A medianoche llegó la tormenta y no acabó hasta la madrugada y transformó mi espíritu: ahora lo sentía como un atril desprovisto de partituras que conmovieran.

Al amparo de la oscuridad desplegué unas banderas que, al contacto con el viento que ingresaba por la ventana, exhalaron viejos perfumes de flores antaño degolladas.

Al amanecer el ambiente olía a chamusquina y unos recuerdos se balanceaban, a rodajas, encima del borde de la luz. Sólo un ciego no podría estremecerse.

 

2

ANTE su belleza uno quedaba boquiabierto. Como quedaba pasmado ante la fealdad de la otra. Los árboles se desgajaban del horizonte y las manos adquirían ojos para tocarlo todo.

Ante las palpitaciones del espacio no hay más que echarse al suelo y destrozar los terrones con los dientes. Si se tropieza con alguna pluma se debe maldecir muy quedo al pájaro que la dejó caer.

Frente a un hombre que se haya colgado más vale no verle la lengua porque las palabras aún andarían entre temblores y el aire treparía por ellos.

 

3

BAJO juramento la amargura del océano me pertenecía por momentos. Flotaba sobre la arena y convocaba a los cangrejos que más parecían enfermizos.

En lontananza se divisaban unas velas que no correspondían a barcos conocidos. ¿De dónde habían salido? Con un sonido del relámpago todo se entendía de inmediato y era mucho más fácil localizar botellas con imposibles mensajes. Las olas poseían un teatro de algas y de conchas que oscilaban.

Había el rumor de los marineros ahogados y las angustias de sus momentos finales atraían otras visiones ubicadas tras los misterios que se agrandaban con la humedad.

 

4

CON la ayuda de la libélula piensa en su redención y la corriente de la vida es tan confusa que esconde su miedo para no convertirse en sonámbulo.

Sus pensamientos se mueven con el trapecio de la nostalgia. Anhela que un arco iris se prenda de sus cabellos y la auxilie en el apagamiento que sufre su ombligo.

Los matorrales con los que intima hacen recaer su lejana infancia encima de lámparas sustentadas en la madera y en el pabilo enchumbado por el aceite de los gusanos.

Con el azar por delante bosteza a placer y dobla el olvido para que permanezca bajo el cuidado de una estrella que no dispara cansancios.

 

5

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CONTRA el reflejo que marchaba a un ritmo adecuado la fuerza del imán se difundió por debajo de la tierra y desprendió a las horas de los escasamente muertos.

La aurora arrastró sus jirones hasta el espacio donde se rociaban las golondrinas. Las lenguas dormitaban forjadas en un hierro de intermitencias. Después la geografía toda se lanzó en pos de unos astros que ablandaban las corrientes.

A cambio de descanso las sombras abandonaron su temeridad y llenaron las profundidades de los pedregales con destellos de ternuras que bramaban.

De cada eje de los presentidos incendios brotó una mancha de transparencia comunicante.

 

6

DE mudanza o de caza se movían por los jardines y llevaban ojos que escuchaban el cúmulo de noticias generadas por quienes odiaban los rostros de la noche.

No veían las susceptibilidades del terror, sino que percibían los remansos de la duda en su cochambre de fango.

Ningún desagravio sirvió de ponderación. La memoria era un surtidero adonde iban a desembocar las más disparatadas meditaciones.

De un tiempo a esta parte que los convocó sus corazones significaron muchos abonos para las aptitudes de las semillas. Con todo y eso los pellejos deambulaban antes de salir el sol y un poco después se ocultaban en el interior de libros que tenían ante sí distancias muy largas.

 

7

DESDE el origen de la demencia se hizo patente que el argumento esgrimido era una ordalía que se apoyaba en su nombre.

La alternativa carecía de escogencia y la zona que se prefería por encima de las otras era aquella donde los metales se manifestaban más arteros y abrían sus portezuelas con remolinos de truculencias.

No había necesidad de desdecirse y los arrepentimientos resultaban grotescos y los espejos tendían a imitar a las imágenes que se infamaban.

En las lejanías se consigue el que baja con el que se ahonda y luego los dos se van a escudriñar las raíces y a delimitar la vacuidad de los cristales.

 

8

EN sus mejillas la luna se hizo presente con un enamoramiento atávico. Los helechos que ocurrían con la precocidad de los rincones acabaron por alargarse ansiosamente y nunca más regresaron a pesar de las divisas que se les ofrecían.

Se unía a las plumas que le tocaban en suerte y su pecho se colmaba de arcanos y demás formas de la expresión de la languidez.

Indefinidamente luchaba por vivir en la opulencia, pero la transición del mundo era un asunto demasiado pesado para ella.

Su mayor esfuerzo iba encaminado a conocer los sermones de la nieve. También estaba al tanto de los brincos que daba la música cuando las espumas rebotaban contra los imaginarios acantilados.

Ya en plena serenidad se embelesaba con el zumo que se acercaba a sus orillas y le humedecía un paisaje en miniatura.

 

9

ENTRE las hojas secas de las aceras retozaba desnuda y su espíritu resbalaba hasta confundirse con el aletargamiento de la tarde. Su lascivia poseía enormes caderas.

La levantaron entre cuatro soberbios y la condujeron al lugar donde se acumulaban los lamidos de perros sin hogar.

Allí se sonrosó con pétalos de una frescura casi silvestre y su naturaleza toda sufrió el embate de los días designados para perderla.

Decía que si arrugaba el entrecejo la colectividad de animales vendría a rescatarla, mas no se atrevía a hacer ningún gesto por temor al rayo que pendía de un costado.

Con la cabellera suelta y los senos muy erguidos desafió a los poderes de la montaña. Luego un silencio truncó la temeridad y una bruma enarboló sus aristas.

 

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Preposiciones

HACIA el herbolario se dirigían sus pasos y el olor que la perseguía torció a la derecha y se perdió entre los peñascales.

De sus venas emergía una lengüeta de vigor. Con armonía la recortaba y la horadaba para que nadie pudiera destruirla.

Como si fuera un discípulo de un maestro negro ofrendaba su sangre al vaivén de las olas. Los peces se encantaban con el rojo fluido y elevaban sus golpes hasta el límite de la pasión destructora.

Crepitaban las guardas al momento de recibir el impacto del fuego sin término. Después un sordo vibrar intensificaba su corriente y abrasaba la virtud de las llaves que no abrían ningún baúl.

Los cometas transgredían sus muros y se absolvían entre sus fatigas para que la placidez fuese un real advenimiento.

 

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HASTA alcanzar la frontera la rotación fue máxima y el agua escurría en las cinturas con sus bellezas que se perseguían implacablemente.

Estaban hartos del lago y de los supuestos premios que emergerían del fondo un tal día. Sin embargo, ese día nunca se avizoraba y los senderos habían dejado de ser las amabilidades de la seda.

No querían parar hasta lograr el agasajo de los besos. La consistencia de la alegría daba fe de su semejanza con la harina. Los meandros del espíritu ya no toleraban más retorcimientos y las cosas comenzaban a amarillecer en procura de una sustancia que las mantuviera en pie.

 

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PARA jugar a las cartas y despreciarse mutuamente se reunían y bebían. Se plantaban en medio de la calle y subordinaban los intereses de los demás a los suyos propios.

Les importaba mucho las mujeres desconocidas, aquellas que agitaban sus cabezas a la menor alusión de viajes y dinero.

Sus miradas no guardaban relación con lo que albergaban en sus pechos. A la ilusión la mataban rápido a fuerza de inquietud.

Se descubrían las manos y eran sólo evidencia de un final que rabiaba. Contemplaban las luces del entorno con miradas neutras. En el remate los cuchillos asomaban sus semblantes y un desorden se apropiaba de todo y obsequiaba entregas de rojez para el énfasis de las heridas.

 

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POR una temporada fue tonto, pero más tarde se apropiaron de él los demonios que llevaba agazapados.

Con un nombre de un espacio encontrado su alma se lavó en un incendio que ensanchaba los vicios. Por descontado su ausencia era legítima y se fatigaba, hombro con hombro, en compañía de los fantasmas que retornaron porfiadamente de unos nubarrones.

Por último inventó un lenguaje profano para conversar con los pordioseros y para contar historias tristes donde el peligro era lo esencial que se describía.

 

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SEGÚN las predicciones el universo vaciló menos en aquellos aciagos días. Los hombres se cosieron los párpados con hilos de oro y llenaron sus pulmones de absurdos pedazos de anillos y aspas de los mares.

A medida que aumentaban los naufragios los habitantes de los puertos impulsaban hostiles señales hacia los lugares donde pudieran arder los chascos. También hubo anclas que, desaforadas, retumbaron en las simas de las costas.

Para llegar a sobrevivir se necesitaba un salvoconducto que le permitiera al portador del mismo ubicar una luz cierta en medio de las tinieblas.

De todo ello se deduce que no existió la más mínima oportunidad de construir puentes que conectaran las formas de la tierra con la peregrinación del piélago.

 

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Preposiciones

SIN mirar las escaleras desciende adonde haya que descender. Los gritos de las palomas que fingen no lo arredran. Se muestra al sol con el tórax sintonizado con el reloj de lo que tremola bajo tierra.

Sale sin prisa de su surco de ramas y luego arde en medio de las mascaduras de su tabaco. Es un individuo con rostro de lobo enfermo, pero así mismo posee alas que despiertan cuando el yeso les hace sitio.

Un monumento de huesos sirve para recordar su memoria y los sinsabores que en las primaveras dejaban a los vecinos con vértigos enfebrecidos.

 

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SO pena de levantar las ruinas de su antiguo hogar le prohibieron que continuara taladrándose los sesos. Como vagabundo que era nunca presentía el pequeño farol que le seguía a toda hora por los caminos.

Sobre él se crearon innumerables leyendas que constituían colmenas en la memoria de quienes lo vieron trashumar de manera incesante.

Su acero parecía no fatigarse ni herrumbrarse. Sólo se le formaban lágrimas en los ojos si caía dentro de ellos alguna arenilla contagiosa.

Dicen que conocía la risa. No obstante, nadie nunca la escuchó. Educaba en la justicia a las larvas que le pertenecían y como cosa propia de su discurso se refería a la soberanía relacionándola con los sátrapas.

 

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SOBRE el invariable punto geográfico la soberbia como venganza de los marginados. Porque ellos conocían el ideal que despierta un grito perdido en el fondo de la ceniza.

Sobre ellos los asesinos cercenaban el sentido de sus adivinaciones y los obligaban a estar contentos contemplando un faro ubicado en el peñón extinto.

Entonces las fachadas de sus cuerpos se desgarraban por la fuerza de la corrosión y su destino se iba galopando, vestido de legañas y andrajos.

Además de recibir emboscadas mercenarias, también les sobrevino el escarnio de observar sus provincias hinchadas de fluidos que ardían purpurados.

 

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TRAS la derrota vino el suicidio. Los astros perdieron el sueño y transfirieron su herencia al pobre diablo que permanecía maniatado.

Tras de trágico, descompuesto por los barrotes. El tiempo se fue deformando. Le salieron gibas y oquedades podridas. La repugnancia tenía para elegir y acceder al ámbito de la hiena.

Las desgracias corrieron por su garganta y le donaron antorchas para hacer sucumbir sus emociones. La soledad se le enroscó cual una serpiente que exudaba pesadillas.

Anduvo tras una quimera y los mendrugos jamás le cayeron del espejo. Únicamente encontró un laberinto que devino en su tránsito y en la alcantarilla donde se rezumaban los reflejos de sus soñadas estatuas.

Detrás del señalado crimen que le tocó estaba quien le cavaba la tumba a golpes de sarcasmos. Sin real distinción sus ojos se embutieron de enredos de lentejuelas y de un pudor que mascaba los infartos.

Trasvasó su vida hacia una escalada de rocas y lo postrero que acarició fue el candelero de sus palabras agoreras.