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Crónica de un proceloso mar y la bruma adjunta

Textos y fotografías: Wilfredo Carrizales

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Crónica de un proceloso mar y la bruma adjunta

Contemplar el mar y picarse éste hasta querer reventar las cadenas. Pretender zarpar bajo tales circunstancias sería una temeraria amargura. Las olas embravecidas adentraron los anclotes en su proyecto de agitadas confusiones. El mar volcado sobre sí mismo. La espuma devorando los fragmentos desprendidos de las algas sometidas a un exilio tenaz y los cangrejos que no se avistaban por parte alguna. Sólo unos crustáceos parecidos a cucarachas famélicas emergían con el oleaje y se movían de prisa con sus patas insondables.

Suponía que el mar tempestuoso llegaría a la condición de eternidad. No había razón valedera para no creerlo. Su historia reciente estaba llena de hechos no bonancibles. La belleza desnuda de los peñascos formaba remolinos undísonos.

El mar lanzaba su descontento contra el malecón y contra los escasos paseantes. Los eslabones se poblaban con el ululato del viento. El temporal apenas iniciaba su larga marcha. A través de la bruma se distinguía un paisaje imaginario de escollos y hundimientos. El mar batallaba contra su muerte. La repugnancia. La vulgaridad de la quietud. La agitación en mi pecho se desbordaba con su sacudimiento de hombre de antaño.

Los musgos marinos comenzaron a respirar por sus podredumbres y en la sepultura de sus trajes no liberados un esbozo de hipocampos reencontró su soliloquio abandonado en la bahía.

 

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Crónica de un proceloso mar y la bruma adjunta

Es de creer que la bruma es asunto de pesadilla y excesos de vinos y no una realidad cierta, amenazante, de incalculable peligrosidad y sublime seducción. Yo he indagado en lo profundo de su estructura. El espectáculo del misterio más irresoluto se desplegó ante mis ojos que desesperaban por carecer de un puerto medianamente seguro.

De las entrañas de los embates o de la trapisonda diferenciada en agites y reventazones, los puntos cardinales, correlacionados, se salaron con claves que nunca se descifrarán.

Todos los desalientos del mar atormentado se convirtieron en noches con marañas sin término, sin empleos recompensados. Oímos los lamentos de los ahogados en lejanas eras con sus culpas dibujadas debajo de los ojales por donde se pasean los silencios.

La luz no hizo falta. La bruma enlazó las soledades a los territorios de los delitos de las orillas. El previsible maremoto se detuvo porque el desánimo pudo más que la memoria endurecida por la resaca.

Violentas y terribles en la desmesura las aguas de un mar que se despistaba en las fosforescencias, se desmandaron en un naufragio harto de confesiones.

 

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Crónica de un proceloso mar y la bruma adjunta

Las últimas olas no tenían por qué aparecer como si de borrasca sencilla estuvieran conformadas. Los pescadores midieron las alturas de los crespos de las ondas levantiscas. Los anzuelos se hundieron con las gracias ingrávidas de cadáveres en obsequio de culpabilidad. Frente a las horas destinadas se desparramó todo: cabos, lechos y batientes en el color inusual y pelágico.

Entretanto, los peces se aplastaban recíprocamente, a la medida de sus ruinas de extravagancia. La mar fue una carne movible de contumaz y miserable escombro. La revuelta del fin no pudo anotarse debido a la insolencia de una cortina blanca que no escuchaba.

El sexo del mar se lanzó en picada en busca de una oscuridad recurrente. Es de suponer que algún ataque abisal hubo de producirse. Mas, ¿a quién le importó? Los haloideos acabaron por enfermarse y contagiarnos, por distraernos con sus luces de curiosidades en trance de ingresar a las balaustradas de tinieblas.

Apretó los hombros el mar y dudó de su monstruosidad. Los guijarros sensitivos de los pescadores con cañas nadaron apaisados en el ceremonial del luto y la simetría de su encanto.

 

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Crónica de un proceloso mar y la bruma adjunta

El fenómeno de la bruma se volvió más palpable entre las oscilaciones que se pulían con los astros del fondo. La voracidad se perdía en la dársena sin construir y en la ceguera de los momentos enanos.

La marejada se reventaba en la sorpresa de las gaviotas inexistentes. Me habitué pronto al enfurecimiento del signo procaz del mar. Adentro de mis venas las corrientes dilapidaron los corajes caídos desde la noche anterior. ¡Qué gran caso para navegar con las narices hinchadas y el viento batiendo las campanas de las torres en el aire grueso y voluntarioso!

Mi boca se llenó de un barbullido que acometía contra las convicciones. Maldita flor dragada por las crestas jurisdiccionales. ¿Por qué no serpentearon los nácares si lo superfluo ya se había extinguido en el bajío de tumbo y ardentía?

Al mar, en el interior de su borrasca, le plugo el ayuntamiento con trompetas y caracolas y en el litoral no se desvanecieron las figuras que dialogaban o discutían acerca del frenesí que alejó a la pesca con su brazo extremadamente frío y vengador.

Toda la tarde el mar parpadeó oneroso con aquellos ojos de arponear naufragantes y los minutos extensos del paseo de los vivos muertos dieron un sustento a la aparición de un inquietante rompeolas.

 

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Crónica de un proceloso mar y la bruma adjunta

La bruma se estabilizó como concha de un faro opaco. Ningún desastre pudo ser nombrado ni mencionado. Había que huir con los huesos sobre la ondulación del peligroso vaivén inapelable.

Una vez más se cumplió el destino y la grandeza de su dolor. El horizonte quedó relegado, yerto. La eternidad acercó sus puentes. Los edificios en construcción sudaron por sus várices de grúas que chirriaban mientras dormían.

El mar se rehizo en la tempestad. Se auxilió con corales del desespero. Cayó en una invisible llamarada gris y acantilada. La fatalidad se descifró por intermedio de las fauces abiertas de la oleada que se atornilló en su bravura más que en su tradición.

Un piélago. Su furia. Su indemostrable rencor. La separación de los poderes marinos de los terrestres. El contento de los que se alimentan de sus prados sumergidos. El levantamiento de los anclas de piedras que troncharon los niveles de erizamiento.

Hasta la magna altura la mar agitada colectivizó los nervios. Lo ilusorio se perdió en el estruendo chorreante de una bruma que se arboló para convertirse en leyenda y récipe de atolones durante varios días que deshicieron eso llamado tiempo.