Las serpientes

Las serpientes

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Las serpientes inventaron los caminos curvos, las parábolas y las eses de los borrachos. Antes de que salieran de sus letargos, ya estaban descritas las serpientes en los manuales de la buena conducción.

Nunca se toman en serio a las serpientes hasta que sus colmillos ponen a temblar la crudeza de nuestras carnes. Luego viene el ardor y después el permanente olvido.

Frecuentemente las serpientes se enojan consigo mismas. Comienzan a engullirse la cola y cuando están a punto de volverse una bola, desisten y se reconcilian.

Lo que más las mueve a pasar desapercibidas es su desnudez sin máscaras y la vulnerabilidad de su extensión. Sacan la lengua, sin interrupción, para cerciorarse de que todavía la llevan dentro de la boca.

Sus presas preferidas pertenecen al orden de los somnolientos. Los muerden levemente en las coyunturas y cuando ellos tratan de desperezarse, no lo logran, porque van descendiendo por el largo estómago de las serpientes.

Hay pueblos civilizados que les tributan honores de diosas de la muerte, pero las serpientes son, por el contrario, portadoras del veneno de la vida y a quienes se lo inoculan, le emponzoñan la existencia con diversiones, melodías, contorsiones de cadera y una lujuria que no decrece.

El momento perfecto para las serpientes lo establece el temblor de las hojas. Ellas se compenetran con ese temblor y de esta manera movilizan sus urgencias.

Los pájaros les reprochan su falta de plumas. Las serpientes no responden y ríen para sus adentros. Los ignorantes alados ni siquiera se imaginan que ellas tuvieron un insigne antepasado emplumado.

Los brujos colocan espejos en los lugares frecuentados por las serpientes. Ellas se miran los rostros y leen que les sobran ojos, que carecen de fauces y que la nariz, poco a poco, le va resultando.

Determinadas serpientes escapan entre ruidos de cascabeles. Los paisanos sospechan que son oficiantes de una música de submundo.

Quien se aproxime a una serpiente debe pronunciar su nombre apócrifo. De tal guisa, extrae el aturdimiento del reptil para su segura huida.

De día las serpientes revelan las causas de sus sacrificios. Claman por la cobardía de los hombres y enroscan las maledicencias de los fenómenos telúricos. Luego sudan y lo olvidan todo.

Las serpientes oscuras respiran por sus heridas que arrastran desechos. Jadean en la inocencia del fingimiento y tiran de sus patas fantasmas.

Les cuesta a las serpientes aceptarse tal cual son. Se copian las modas de anteriores reptiles, mas pronto quedan en evidencia al moverse.

Ellas se divierten con su energía ambivalente. Se vinculan con las aguas y con los fuegos, con las tierras que reposan y con las piedras que se desnudan. Su mayor tesoro lo ocultan bajo los diagramas de sus pieles.

La sabiduría de las serpientes es honda y de amplias proporciones. Ellas pueden prever el advenimiento de los truenos, la caída de los meteoros, la corrupción de las florestas y la sequedad de los pozos.

Pueden aparecer en los sueños de los mamíferos señalando sus virtudes, pero también magnetizando sus futuros para tenerlos al alcance de su influencia.

Las serpientes inventan sus propias leyendas y en ellas aparecen copulando con los dragones y con las hidras, mientras con sus colas funden metales que han recopilado a propósito para esos estelares momentos.

Conocen perfectamente la conjunción de lo volátil y lo sublime. Se pliegan en el interior de las escalas de la existencia y moran con la progresiva elevación de su astucia.

(¿No dejaría descendientes aquella famosa áspid que mordió el seno de la postrera faraona egipcia? ¡Hace tanta falta hoy en día ejemplares como ese!).