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Textos del silencio sin edad

Textos y fotografías: Wilfredo Carrizales

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Textos del silencio sin edad

Después de deyectar recordé los dos últimos años pasados a la sombra que se había aproximado desde el fondo hasta el frente. En un sello afín a la depleción me encontré en un bache y tuve un sueño: volaba sobre el lomo de un ser que aireaba los días. Mis partes inferiores las sentía nulas y un buen motivo pendía con una pareja de la jornada anterior. Pasos asesinos se anunciaban en los lugares del recogimiento. A lo lejos se sentía la putrefacción de los silos sin asistencias que los embalaran. Las miradas, los reemplazos y las conductas concurrían para chapotear en lo que quedaba de ruralidad. Si hubiera sido posible apoderarme de un hierro lo habría hecho descender de manera violenta para que exterminara las plagas que se movían debajo. Justo cuando entraba en un leve sopor mi espíritu transigió con una indecible ondulación... Desperté y mi amante ecualizaba los sonidos de su garganta para transformarlos en una canción en espiral que me permitiera elevarme sin necesidad de abrazar el vértigo de otrora.

 

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Penitencia. La atmósfera un tanto tenebrosa. Un caos que se desliza por las paredes. Los primeros principios que se deshojaron de un universo en cuestión. Los infinitos estaban por existir a lo largo de los lustros. Algún límite circunscrito a la animación de las sombras. La melancolía como un tono bajo que se prolonga a perpetuidad. Se fijan las cosas al lienzo que adopta la forma de un nabo. Comienzo y mundo sin destinatario.

Se conoce el punto donde mi generación ligó las pubertades al engendro de las verdades. Un limón es un excelente motivo para acidular las palabras y para que a ellas las aquejen las morbilidades que no suelen marcharse.

La masa se acusa. Las pústulas producen motines. Las celdas se vaciaron y los rayos del sol penetraron de soslayo y los otros astros arborecieron con la rotundez como característica.

 

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Textos del silencio sin edad

Investigo el robo de frascos. Estoy en mi derecho. Las fundaciones sostienen que pueden relevarme cuando así lo consideren. Novísimo caso donde el complejo de ser se trueca por la misma matadura de los periódicos. Algún teniente de policía esboza el plan que pretende incluirme. Piedras sobran en el documento y yo me vendo los bolsillos para que no se noten las brochas que entresalen por las costuras. (Unos escritores pedantes colocan sus culos sobre las grandes ruedas concéntricas y se ganan premios y recompensas). Los que vienen alegres plisan sus calzoncillos con la consabida desmesura de los académicos de la lengua.

El buen juez de mi localidad no comete más errores porque no puede. Las resinas se las encargan a sus brazos y así el hombre gargajea imitando a las locas en la cocina. Las ratas disfrutan del baño, mientras las matronas soplan una demagogia en los oídos de los fiscales.

A ratos respiro tranquilo con una gran presencia de ánimo. Luego me dirijo hacia el lugar donde se cuecen las iniquidades y me solivianto, no más por deleite. De esta manera la hallé y la puse bajo mis tres ritmos. Me pareció entonces que su rosa carnal poseía insuficientes mollejas y que las ganas de tener sed brillaban dentro de los inmodestos deseos. Le aprovisioné las manos de blanduras, pero también de tacos de billar para que aprendiera a leer las cartas que, acaso un día, fueran lozanas.

 

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A posteriori me solazo con lo que de atrás ha sido aprisionado. Al depilarme la barba una reversión se visualiza y entro fugaz a un intento de jolgorio. Lo nulo pende de un bochornoso momento y los versos pareados ya acezan en el reservorio de las esencias que pardean.

Oí que mi amiga condujo a una vieja hasta una capilla y luego descendió con ella a los infiernos. Al enterarme el soplo vital de mi cuerpo me abandonó temporalmente. ¿Por qué mi amiga no ruleteó primero, no registró a las moscas y se contentó con sólo el repiqueteo de oxidadas campanas de alongamientos?

Le faltaron excusas a ella, un sinónimo de minas y filones, unos petardos altos cual estrellas y un agrio aroma de órdago.

 

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Textos del silencio sin edad

Como un ave que farfulla por vicio con ese tenor trastabillea el tientaparedes. Un poema garabateado de mala manera lo aniquila y lo larga al atolladero de los seres deshechos, aquellos que quisieron enterarse y únicamente obtuvieron una flor fútil, un chaleco a medio coser...

Ocupo en toda ocasión la postura de la máquina que tuerce los papeles. Un peine florece entre mis dedos y el viento me engruda la solapa del abrigo. Mis arrestos, en ventaja, se agolondrinan con el cotilleo de las vecinas y un flujo jalona la mezquindad.

Aún falta por definir el verdadero uso del teléfono, pues la entrada de las llamadas se entorpece con los surcos de las suposiciones.

Ahora pasa la hora de la lectura y la fisura (¿o la fístula?) se chafa y se encuentra con un regalo de los neófitos. Al menos los imperativos han sido amoldados a las disensiones de los patólogos. (¿Caerá un verso triste encima de esta página para disfrute de las momias en sus despachos?)

El ayer me acucia a arrear las revistas. Un credo revoca el juicio de un juego en la jungla de asfalto y smog.

 

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Un viejo flaco se escuda tras la tumba que lo persigue. Las flautas jadean; yo no imploro; el incordio se liga a lo descolgado. Fuente de plata para que cubra el cadáver de mi enemigo más insigne.

Mis tablas en la cabeza son símbolo de una vida que enfrutece. Por la mañana y tal vez por la tarde la afligida ensoñación se apodera de mi pecho y le otorga la fe de un desierto donde los camellos se aman de la cintura para abajo. La crónica avanza con su tictac y su suite casi que se humilla ante el cloqueo de la gallina facunda.

 

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Penetra la poesía y se aparta la retórica. En lo oscuro se reservan las formas y se intuyen las diferencias. Se completa el aspecto de los rientes. Se cuentan sones y verídicos y espléndidos versos medidos con metros hechos de plomo y acendramientos. Unas cuantas sílabas se posan para consolidar la amplitud y la supuesta belleza de un ciclo arduo de descifrar.

 

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Textos del silencio sin edad

Ni le pasó por las mientes que el portero inmerecía el azul de sus trajes, que el fuego entretenía, que los pastiches estaban en manos de los turcos... Era la fe como preludio de la inmoralidad o como fórceps para extraer la criatura que no deseaba emerger. En fin... Las lecciones incumben a los hidrófobos y sólo a ellos. Aunque hubo épocas en que concurrían serios libertos al festín de las sales. Pero eso es otro cantar.

Aquí vale la pena demorarse e imprimir unos elegantes libelos contra la autoridad. (Me gustaría decir que a mi parecer la reputación de los miserables quedaría bien conquistada). Más al sur una serie de eventos ordinarios acaecerían y serían la fuente de la evaporación de las estaciones de la inteligencia. (¡Ah, el aroma de los raviolis hace rabiar mis cuatro estómagos y me apremia a rumiar sobre el porvenir de la gastronomía!).

Los dónde y los cuándo han comenzado de nuevo a rejuntarse. Los pájaros de almohadas, adiposos, rollizos, mueven con insistencia los badajos. Los naipes nadan en un agua de florituras, mientras la leche en los vasos hace rizos para que los fuertes se sientan como los adobes y calquen el insoportable hedor de las turbinas. De dureza en dureza, los mártires de los inmuebles devienen en cosas y los mercaderes, con sonrojos de ingleses, gozan al escucharlo todo con sus oídos de anguilas.

Un clamor se desprende de los rincones y las lámparas se descuartizan y hieren a las sombras que habían iniciado un tuteo de amplias perspectivas.

 

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El piloto mengua y se oculta en la cabina. En remota época la aeromoza le indicaba el derrotero. Muy ligera, ella asumía el dominio de la aeronave. Sus labios rojos eran los cobres que el horizonte necesitaba para engrandecerse. Ella se elongaba las medias y un lápiz ennegrecía aún más sus cejas para acatar a la noche. Pensaba: “Enviaré mensajes a través de las nubes cabalgantes y las respuestas vendrán en bolsones de repercusión”. (La muerte ensayaba sus visados y los paisajes aéreos volaban con total displicencia).

Ya en tierra la aeromoza era invitada a residir en literas y entonces ella se adscribía a un recuerdo marino y escrutaba los pormenores. Su interior chillaba con una candela que parecía perseguir a un jet. Consumía las uñas de los dedos menores y su vientre daba una voltereta. Después hacía preparar una torta para que se la llevara el viento.

 

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Mas la opresión apenas era un recado escrito con sutileza. El terror se empeñaba en tener rostro de censor. Los cursos de las aguas en las aceras se entretenían en las peripecias de los relieves. Los señores del partido eran conticinios derrumbados. Sus bases anhelaban ser libres para salir en busca de las lajas de la refriega.

Nadie combatía ya. Los cuerpos estaban en reposo y repasaban los cansancios acumulados para olvidar las parábolas de que estaban llenos. ¿Por qué no asimilarse a los melones y no alienarse a la dulzura y pervivir con las pátinas acordadas en su justo momento?

Bruscamente surge el permiso para morirse. En vano la vida forcejea para evadir el destino. La defección es un arte que se adhiere igual que la telaraña y expone su escritura, su finura, su mordedura.

 

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Textos del silencio sin edad

Pluralidad en el memorando del aliento. Souvenirs que se desmontan para llegar al fastidio del monoteísmo. Las calles que todavía son originales concentran a hombres exageradamente comunes. No se justiprecian los instantes afortunados cuando las maderas degradaban el presente de las pasiones. En vano se ahuecaron los meses parecidos a agosto. Las vituallas complicaron la existencia a más de uno. El frío ingresó por los dedos de los pies y un chasco se expandió por la cobertura de los planos.

Y las pronunciaciones de los nombres olvidados trajo un triunfo a los rentistas y todas las tardes se colmaron de espantos y villanías. De chamusquina, protegida, elegante. Si alguien estuvo contento por el servicio, ése fue el transmisor de chancros.

Entre las novedades que las almas les colocaron voces estaban las profundidades adonde iban a caer las aguas servidas. El abuso, en forma, era la ley propia de los choferes.

 

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Al pie de los potajes los creyentes emplean minas para escribir las repetidas demandas al asesor de las fatigas. Ellos se contradicen y se dan sanos fiambres para que los juegos de la amistad bullan como nueces. Con los objetivos al frente los mohínes no se hacen esperar y las ferias, brevemente, se ausentan para rotular los terrenos aún vacíos.

Suspicaces pretextos quebrantan la lejanía de los ojos. ¿Y es nefando el resultado? Las poleas baten los bofes de los incautos y los callos, que de ordinario se fatalizan, aproximan unos orgasmos de cocodrilos en vitrina.

Un inédito lugar, aterrajado, desplaza los gases contaminantes y los circunscribe a las terrazas donde los inspectores de sanidad toman té. El tráfico surte de emoción a los ciudadanos, les extrapola minerales en virutas y los convierte en inquietos trovadores. Cientos de bestias parecidas a perros artificiales deambulan por las arterias citadinas a la caza de mendigos y malvivientes.

La modestia entrechoca con lo burdo y logra subvertir los mismos visajes que hacen triunfar a los devotos de las ordenanzas.

 

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El pensamiento nos estimula, nos hace destilar sabiduría, nobleza, veneno que acogota. (El contrato firmado me permite decir lo primero que se me viene a la mente). Las checas que me recuerdan subliman las evocaciones para negar que un picor colorado se le sube por los muslos. ¡Ah, ésa puede ser mi precisa mordedura! Con tales actividades ellas pierden diez años, comparten sus ideales y sus inteligencias se tornan harto accesibles. Todo ello las anima a servir de nudistas en las pensiones sacralizadas por el usufructo.

Surcar los niveles temporales al compás del gusto por las carnes redondeadas. Sentirse libres para demandar la realización de las axiologías y pulverizar los baños públicos en mal estado. ¡El arcaísmo como punto de vista de los mancos y los proxenetas!

Restablezco el contacto con mis pares y les aurifico las muelas del juicio para que se entretengan en la constancia de destripar a los precarios solitarios.

 

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Se les permite a los capitanes de empresa especular con lo grotesco agachado. Fieros y valientes ellos no se dispersan así como así. En representación de toda la humanidad exponen la revelación que es su estigma de bondad. Dios los provee de blandas camas y ellos no flaquean.

Debido a que la repulsión se muestra profunda se arrojan las otredades a las mazmorras arboladas y se ilustra la suerte de los robadores. Los célebres lotes del honor ganan la gracia improfanable. El perfume que se desprende de las ligazones avergüenza a las umbrías y los brebajes que se evaporan al sereno resumen las consecuencias.

(Noto una desnudez dentro de lo vacuo del anochecer. Sé que ella está poseída por un entrevero de elucubraciones que pone en mi boca. Le advertiré que debe martirizarse en el lavabo, sólo allí, hasta que la flor seca que pugna por acontecer la postule a una veracidad más merecida).

 

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Les avisé que estrictamente tenían que localizarse intramuros, no en cualquier parte. Les refresqué la memoria en cuanto a las heces que los tientan. Mi imagen también se bambolea dentro del grueso corazón que se ha vuelto cliente de una espuria religión. Desde la sala de billar juran acabar con los hímenes constituyentes. Esa elemental actividad de las lenguas no la tolero. Mejor me devuelvo en busca de mis debilidades y me prosterno ante el monstruo del delito. La impetuosidad, a veces, posee rostro de una prostituta inmisericorde.

Los carnívoros de la cotidianidad asperjan sus perfumes encima de los techos de sus automóviles y se sensibilizan con los dineros que ven manar desde los nidos de la amnistía, la enemistad y el despropósito. Si les fallan los venenos, entonces recurren a las sales medicinales y reculan con los puños de las manos trazando círculos espantables al lado del mojón de la medianoche.

 

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Textos del silencio sin edad

Las bestias civilizadas se benefician del mercado, la bolsa y la alocución del primer ministro. Los rieles de sus zapatos, en continua sucesión, aplastan las intrigas de los hombres de bien. Particularmente entiendo el peso neto del asunto y a través de mi propia visión elucubro acerca de la posibilidad de conseguir armas para un asalto a sus madrigueras. Mas, ya se sabe, son sólo ideas, productos etéreos de la desesperación y la cobardía. (A mi derecha avanza un pobre con cara de gavial; a mi izquierda, se mueve, corajudo, un caballero de la fundición). Los demás asistentes a la velada empresarial, ciento diez en total, riegan, de placer, las macetas de flores con sus orines...

Los dominios y las concesiones se arramblan durante los inviernos, cuando lo lógico indica que los veranos suponen mayor amplitud. De plano, los prohombres alunizan sobre sus montones de estiércol, de una avasallante belleza, cual ábsides de blancura de lavatorios. La de siempre, la que me vigila, golpea y cuida mis pasos, clavetea su guitarra para interrumpirme y yo, poseedor de su clítoris miserable, me dejo atender.