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Collages del solsticio de invierno

Textos y fotografías: Wilfredo Carrizales

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Collages del solsticio de invierno

Cabezas de budas brillando con las ascuas de un metal cansado de la rutina. Duermen las cabezas y sus ojos avizoran las centellas que descienden del mediodía. El color del tiempo es el de la herrumbre y el orín se congestiona con su sabor de irrecobrable paciencia. ¿Quiénes eran los que vigilaban, decúbito prono, en procura de un efugio que les permitiese abrirse paso hasta la era de antes del nacimiento? Un espejismo azul emanaba de sus trajes como de un éter trizado por los engaños. Unos tatuajes de púrpura ciñeron sus cuerpos para amoldarlos al aburrimiento de una parodia de eternidad.

A través de las plegarias se acercan los siglos y sus sonidos invencibles y serenos. La miseria no se atreve a merodear abiertamente por el entorno. Existe una pugna para que las más sombrías estatuas se apropien de los instrumentos que cercenan. Un fulgor emana de las calvas poco conocidas y revela la dicha de un congestionamiento que se irá muy lejos.

 

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Collages del solsticio de invierno

Se encabritan los caballos después de piafar largo rato. Van a dar coces mientras nadie se lo espera. Si se hieren luego irán a morirse tras las respuestas abandonadas de las pilastras. Que ningún mármol con fiebre los persiga. Junto a las hogueras tantearán sólo mitos, sólo cristales dentro de las hierbas.

Relincha el más enano de los equinos. Aquél que acompaña en los rezos a los bonzos y tonsura con sus dientes a las esperanzas que decaen. El murmullo de las recitaciones aleja, temporalmente, las llagas del óxido en su espléndido desvelo. La procesión estática atardece en una contemplación que culminará cuando el agua de la inmolación llene todos los cuencos que nazcan del subsuelo.

 

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Collages del solsticio de invierno

Se tiende de espaldas el abad, emoliente, y sonríe con todos los rincones de sus músculos. El sulfuro de mercurio es la esencia de su vida y él nunca quiere despertar para no cristalizar en el estigma de su espejo. Lo herrumbroso acosa los dominios y su orden da paso a una condena. El poder de la corrosión se moldea en lo sedente con más prisa que en otras formas que semejan una terca pereza.

De pronto todo se mueve para no cambiar. Los matices del abandono parten con el viento y la helada y a la intemperie un par de leones tratan de preservar sus sagradas melenas. Un golpe de sequedad desconcha las pieles que jamás estuvieron perfumadas y un temblor anticipado en su unanimidad se desparrama, aciago, por entre las aberturas de la pesadumbre.

 

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Collages del solsticio de invierno

Para no quedarse allende las fiebres, los pies amputados saltan por encima del inextricable velo y se depositan al amparo de las blancuras sólidas y estriadas. Han trashumado por olvidadas comarcas los pies y largamente sus dolores les han roído la ternura de los años. También han roto cuerdas y agostado innumerables agujeros. Ahora desean reposar aquí y aprender el perdón y acariciar los talismanes que gimen de viejos.

Deben compartir los pies su recién ganado espacio con dromedarios exiliados de sus sepulturas y con infantes que no se cansan de hacer ceremonias como si el vigor se les fuese en ello. De adioses se encargan unas manos que se desgajan para resonar en la última puerta que se recubre de polvo para ocultar su crimen.

¿No habrá por ahí una escalera a la que puedan trepar los pies en caso de emergencia y pedir socorro a terceros?

 

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Collages del solsticio de invierno

De estampía, se fundió el hielo y sumergió a las cabezas búdicas en una alberca de piedra rotonda. La hibernación fue nombrada y las cabezas soñaron en letargo. Se nombraron ellas y fueron reinas con párpados cual monedas, señoras de lágrimas sin turbiedad, damas transformando el invierno con la luz de sus juicios... Ahuyentaron de sí las oxidadas tijeras, los sahumerios por los costados, las palabras sobre el lomo de las alimañas. Habitaron y fueron suyas las nostalgias, las alegorías que viajan en las estampas.

Solamente si vuelve la nieve podrán propagar las cabezas los trofeos de lo feble. Del lado de su hundimiento una lápida que no se ve alzará la alegría de la corriente y un breve relámpago, despabilado, sin prisa, tomará la textura de un pez que no se desvanece.

 

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Collages del solsticio de invierno

Aunque se les han congelado las cabezas calvas prosiguen sonriendo. Abren sus abanicos para que la vida fluya y sean necesarias a los corazones las ráfagas de la euforia. Para lo absoluto empinan sus labios fríos. Bordan sobre las telas sucias el imaginario ensoñado por Gautama. ¿Adónde irán a arrastrarse las palabras? ¿Después de aquello los muertos continuarán protestando con sus alas de cera?

Alguien arrojó un guante. ¿No cae gordo ese desafío? ¿O no será tal? La corpulencia entre dos es más anverso que reverso y el misterio que conduce a los gozos cuelga de los cuellos. El que se cubre con ropajes gastados anunciará la migración hacia un país alucinado donde los alimentos en su arcano desplegarán sus hojas de un verde interminable.