Y tantos otros y no es tarde

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Textos y dibujo: Wilfredo Carrizales

Y tantos otros y no es tarde

Y de completa conformidad con la canaladura que las mujeres presentan entre las piernas hemos creído conveniente utilizar una pala ancha para alcanzar al país de los cuentos modernos.

Y daremos la noticia a través de los más variados medios y aunque tengamos catarro haremos de la opacidad un bien meridional y perdurable para chuparse los dedos.

Y creeremos necesario operar las cataratas aunque se produzcan inundaciones y otros excesos de agua, ya que antes se sabía que las capas infecciosas eran asuntos sólo de perros que se retrasaban.

Y ahora es indubitable hablar de deudas y de deudos y como medida de presión nos abriremos los cierres (llamados en algunos casos “cremalleras”) del pantalón y sacaremos a airear la convulsión de carne que alterna con estiramientos y flacideces su innata condición.

Y habrá pan rallado, merienda muy agradable y delicada, para aquellas personas que hablen detenidamente de los sucesos más heroicos de nuestra amada república.

Y para disponer los sueños de acuerdo a su relativa importancia dispondremos de cajas sonoras donde puedan ser albergados y no sufran ningún tipo de menoscabo.

Y en el arte del vestir y del buen calzar nos llevaremos por los más enganchados alardes de la moda de Manila o de Dublín o de Cracovia, ya que en esos lugares todo conmueve a la pasión y a lo fantástico, habida cuenta de que lo invariable es lo espontáneo.

Y defenderemos a los oprimidos y les venderemos la libertad a precio de gallina vasca en un esfuerzo brusco que no tiene precedentes en la Historia con hache mayúscula (como enseñaron los sabios que han sido) y la inmunología evitará males a los hígados habituados a llenarse de licores exquisitos bajo las palmeras de Macondo.

Y las magistradas serán sospechosas de adulterio en primer grado (y en quinto de bachillerato) y con la g de gusano creerán en la rectificación de las vertientes de los anélidos.

Y quien más juzgue será juzgado por el tribunal establecido ad hoc para llevar a cabo a cuanto general se deje oxidar las estrellas de su charretera bienquista.

Y entre los berridos y tallos rastreros se registrarán los nombres de las asociaciones que devastarán los derechos de los poetas y demás escribidores y mientras la calina hace de las suyas, los cagatintas harán de las nuestras y las propias. Es decir, el asunto se complicará a medida que lleguen las naranjas y se compruebe que su grado de acidez no es el requerido por los fiscales de la moral y las buenas costumbres.

Y la fe será servida con azúcar en las mansiones de los gordos obispos como si hubiera siempre congregados saltando de alegría porque remitieron paquetes del norte a nombre de la heroína que causa trastornos.

Y el enfrentamiento por el reparto de la cosa pública encenderá pasiones entre los rojos y los negros hasta que las cenizas se extingan en las pipas de la paz de los cuarteles.

Y si encendemos la luz será con los materiales combustibles más baratos para no causar contaminación en el ambiente ya de por sí ultrapolucionado y llamaremos a los tontos para que se fatiguen por nosotros al son de los negros bembones que no haya matado todavía la policía.

Y las moscas buscarán trapos y los trapos desearán impregnarse con la grasa de las cocinas (y acaso con cagarrutas de gato) y las cocinas dispondrán sus espacios para que el fornicio se desarrolle más y mejor entre aromas y gratas fragancias que hacen torcer los ojos de los hambrientos y desesperados y los desesperados anhelarán un porvenir donde el hartazgo sea la regla y no la excepción.

Y la última ocasión en que me topé con Severo Sarduy en París hablamos de los berruecos y de los calcetines que se deben llevar inevitablemente en la Ciudad Luz una vez que se ha aposentado el invierno con su carga mortal de refrigeradoras y heladeras.

Y queda constancia a la hora de proseguir las candelas debido a que los lumbagos requieren un tratamiento especial a base de cebollinos y aceite de vulva de tortuga y si dos sacerdotes se recuestan a dos doncellas ellas están en la obligación de brindarles sus favores a los clérigos so pena de incurrir en pecado y por ende merecer el más cruel de los castigos: ser obligadas a comer pepinillos con mostaza al filo de la medianoche acostadas sobre colchones con hedor a diablo sayón.

Y el tumorcillo que en el iris tiene Berta me gusta más que la banda que la ciñe, debido a que la banda carece de jefe y sólo se dedica a la extorsión al por menor con riesgo de pasar a mayores. En todo caso, donde él sople allí estaré yo con mi gabardina comprada a plazos y mi herramienta para cortar cordones umbilicales.

Y únicamente leo los periódicos que me traen los prisioneros que custodio por vocación desde mi ventana y de repente me da por cantar un epinicio y me armo de recto valor y todo marcha a pedir de boca rota.

Y entonces compro un pollo muerto y le extiendo las alas para observar cómo vuela y cómo nos ataca desde el alto cielo, a la diestra del Mandamás de Arriba.

Y algo que se levantaba feneció al ser atacada por un orate con un fusil aguja y en su memoria se erigió un túmulo con su respectiva lápida y a quien la pida se le da porque aquí no se le niega nada a nadie ni a cualquiera.

Y siguiendo con las noticias del día se sospecha que un régimen de tamboreros será instaurado a las trece horas de Greenpeace según el orden de los eventos de un día en que las fuentes públicas carezcan de registro para continuar expulsando fluidos.

Y un pedazo de estuco me cayó en los ojos y me rompió una de las pupilas, la más estudiosa de las dos, y ahora mi corazón anda medio deteriorado y diciéndole Farewell! a cuanto payaso inglés se encuentra en el camino.

Y ahora no somos más que derviches cruzando las autopistas en calzoncillos, dispuestos a demostrar que la vaciedad existe bajo los puentes y que por lo tanto hace falta rellenarlos con maderas del comercio internacional.

Y los lamentadores han comenzado a divinizar los polvos donde se ocultan los fantasmas y ellos mismos abren sus fauces para que los hálitos puedan salir al exterior y renovarse.

Y algunas visiones se instalan en los días más nefastos de cada mes y un fuego con su respectivo humo hace crepitar las cabezas de los entrometidos que visten casacas de plástico regaladas por el viejo que monopoliza la venta de pizzas.

Y los recuerdos llaman a la puerta y proponen visitas más continuas para que las entidades se tornen un tanto flacas y las consuman las fiebres que hagan menos publicidad y la tragedia a todas luces causará una oscuridad de las mil cornetas.

Y los grillos me afligen tanto como los rifles en bandolera y antes de que cante un gallo beso a una chaperona y le escribo sobre sus grandes tetas un mensaje: “El año se revuelve mientras se disparan los revólveres”.

Y aunque vayamos por las bayas nuestros anglicismos irán a la zaga como conviene y está establecido en la hemolinfa de los vertebrados o incurriremos en dislates del tipo de la rueda de prensa, si no hay nada mejor para el relleno.

Y a juzgar por las letras que chorrean a buen recaudo siempre sentiremos el prurito de ser leídos por grandes críticos y conocedores de las aristas del verbo.

Y los cánticos nunca serán un fracaso porque el Señor nos acompañará en todo momento con todas sus hipóstasis, ya que ello fue proclamado en el Concilio del Tiento para fines esteticistas y similares afanes de la modernidad.

Y enciendo las velas para manejar mejor por los caminos troncales cuando voy en busca de liebres y palomas torcaces y no me desvío para no perecer en un accidente gramatical, pues ya debo reconocer mi condición de centrífugo y sin mí es imposible que se desarrolle la trama o la novela por entregas.

Y dentro de un tubo localicé hace unos meses atrás a un búho que era muy susceptible a las risas sardónicas y que luego murió largo y aburrido por no poderse adaptar a la responsabilidad solitaria de la jaula de sartas de perlas donde lo encerré.

Y un montón de brutos devoraron docenas de chuletas —los muy cerdos— y la célula del partido no supo nada y por eso debió pasar a la clandestinidad en un supermercado muy conocido de las inmediaciones.

Y en silla de ruedas me he dedicado a disertar por las aceras sobre las dolencias de los dientes de engranaje, la rotación de los ayuntamientos amorosos y el desbarajuste de los albañiles en la ruleta rusa.

Y con la fascinación que me conviene adivino dónde está enterrado el último zar y al los popes captar mi intención me tildan de embaucador, ignorante y hereje, en este orden malhadado.

Y una vez más los anillos serán de hierro o no serán y las rendijas de las puertas servirán para preservar las tradiciones familiares y el dedo gordo del pie nacerá entre rayos solares con intenciones inconfesables.

Y a quien se le atragante una espina de pescado no le queda más remedio que aceptar la invitación y trasladarse al refugio más cercano y aguardar allí la llegada del certamen de virilidad a la distancia y cuando comience a sudar se templará las orejas y verá ambos lados del infierno que lo espera.

Y el agarrador de tarjetas ha resultado un testarudo de gran potencia que a la primera oportunidad hace añicos los cacharros de arcilla porque antepone los precios a la calidad.

Y antes de probar bocado le di rienda suelta a las invectivas que atacan a los que riegan por aspersión y no se quitan los zapatos que sus suegras cariñosamente les regalaron.

Y depuro a las madrugadas de sus merodeadores aficionados y afino el ángulo de puntería contra todos aquellos que hozan en los pantanos de los tabúes y se distancian de las cosas mundanas con un nepotismo que no merece discusión.

Y si ardió Troya un sol lo hará paulatinamente para contraer las enfermedades de los humanos y meterlas en petardos residuales.

Y un abanico con fuego es asunto violento y esa idea no pasa fugazmente por la cabeza, sino que permanece como destello o resplandor de precisión para abreviar las demagogias y ladearles los mandriles con los que tapan el olor de la carne.

Y doy nacimiento a palabras que exponen su pellejo y estimulo su proliferación y para que nadie deje de entender ratifico que comparto la misma suerte que las aguas no hervidas, la voluntad de las raíces, los platos giratorios, el proyector de peces y el metabolismo del carbono.