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Tempo rubato

Textos y fotografía: Wilfredo Carrizales

Tempo rubato

1

Atisbo el lento amarillear de las hojas de los árboles desde un recodo de mi ventana. Herbert von Karajan conduce con maestría al impaciente otoño hasta asentarlo bajo su lugar adecuado a la diestra del sol. Mientras tanto las nubes afinan los compases para entrar definitivamente en un síncope que las transporta a la obertura que presagia estruendos.

 

2

Mientras escucho el “Adagio en sol menor” de Albinoni me arrellano en el sofá. Entrecierro los ojos y me dedico a pasear alrededor de la Piazza San Marco de Venecia. El cielo está despejado y los corpúsculos de luz en su elevación les sacan sonrisas a algunos ancianos. Las palomas vuelan en bandadas al ritmo de las frases musicales. Los acordes brillan en las puntas de las torres y una pulsación se torna en cadencia en los oídos.

 

3

Mi vecina tiene veinte años. Practica danza en su pequeño departamento. Suele ponerse a danzar en ropa interior. Cuando escucho el valse de Tchaikovsky la atisbo por la cerradura y me sorprende la estilización de su cuerpo y las curvas que contornean su cintura. En mi pecho se modula un registro que alcanza una octava y en un instante se convierte en retornelo.

 

4

El minuetto de Mozart me hace recordar su tumba inexistente. Sus huesos se habrán convertido en otras tantas flautas mágicas que a la llegada del invierno difunden cálidas travesuras en los descampados y en los bordes donde los hombres ocultan la vida.

 

5

Del “Valse triste” de Sibelius se fueron desprendiendo gotas de rocío que eran absorbidas por los insectos que despertaban de su embriaguez. Casi al final el valse dejó de estar triste y le dio rienda suelta a la exultación y al arrobamiento. Ese compás fue creciendo y pasó del esplendor a la irrepetible mudanza.

 

6

El largo de “El nuevo mundo” de Dvorák se expande sin límites y abre caminos insólitos en el alma de los paseantes que no se mueven. Se revelan paisajes mentales que se componen y se organizan sobre las estructuras de las notas. Los arreboles caen en torrentes al abrevadero y despiertan con la polifonía a las raíces que se han detenido en las ascuas del silencio.

 

7

Oigo el “Trío para piano, violín y violoncello en D mayor, op. 22” de Sergey Taneyev y aprovecho para atisbar en mi memoria. Allí está Vittorio Gassman luchando contra el violín y sus falanges resuenan y se estremecen hasta dejarlo atado con su frustración. De pronto todos los violinistas famosos del mundo acuden a aturdirlo con mezclas de acordes y Gassman se aleja, revoloteando, con una maniobra de encuadre que es un fortissimo en la noche que se sacude tras su escenografía.

 

8

Luigi Boccherini esboza en el aire el “Concierto de cello en B flat” y el resplandor del mediodía retorna atrás, hacia los tapices que se bordan entre la emoción de pájaros en su rescoldo. El perfume de la madera es una tentación para la migración del olfato y el oído reclama la esfera que le pertenece.

Boccherini hace trepidar sus dedos y del cello emerge una visión de “andantino grazioso”. Otro cello sale a despejarse y el eco de la música coloca en sintonía a todos los sentidos. El deseo se arroja de bruces sobre la apariencia de la carne en consonancia.