Textuales

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Textos y dibujos: Wilfredo Carrizales

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Textuales

Más arriba, en pleno rostro, el texto ocupa lo que se habrá de leer sin intermedios como quien menciona a Atanasia traduciendo en la palangana y prescindiendo de los comentarios y rezando con consistencia. Las citas son sentencias para atenernos a las disposiciones de la carta y para investigar los contenidos que se redacten en los límites de las glosas y las letras pueden formar un cuerpo si se lo proponen, ya que para eso existen y para algo más y las atenciones suben de tono e hilan fino y se procesan las estructuras al tacto de la piel con el grafito. El argumento viene de progenitor que robustece los reptiles y en la tez pálida se nota un tic nervioso que particularmente describe una onomatopeya que transforma el metabolismo del lenguaje y todo predispone los ánimos para tentar a oscuras los alfabetos que se entibian con lisura y así se van rascando los signos con unas uñas que ambicionan la solidez de lo acomodaticio como si fuese un hueso que le pegase a las oraciones y la crítica daría para un hartazgo mayor y los sonidos imitativos —ti, ti, tu, ti, tii, te, to, ta— rematarían los nombres para obtener un exceso de secreción salival y acaso se fusionen los hocicos para hacer valer a las personas que los posean y después nada quede grabado, pero sí gravado, pues hay estrofas que mueren de eutanasia verbal, que es el más eficaz de los remedios para confundir en las vías a los cuadernos que se desentienden de sus escribas. Las cualidades de las referencias buscan sus acomodos al margen de los procesadores y en los índices van apareciendo humos artríticos, esquistos y una demolición que devasta la lógica que insulta los parentescos de los términos. Y la obra se avienta en medio de las líneas que ambicionan la confidencialidad de lo ñoño.

 

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Los textos pueden desaparecer de improviso tragados por el mal de ojo. Estaría bueno que se despejasen las dudas pronto por si los nefastos vientos llegan con nubes y poca gracia tendría entonces el emplazamiento de las parábolas, ya que las voces se recobrarían muy lentamente del topetazo y los dones de las palabras generarían un desconsuelo dentro del alma de los diccionarios y habría que trabarse en infinitas discusiones y el menos radical de los oyentes las tildaría de ripios escuchados en las telenovelas. ¿Y si se torcieran las dicciones? Ya podríamos imaginarnos los resultados y la sapiencia de los doctores quedaría en entredicho, pues las inconsecuencias fluirían como lo imaginario que se remoja. Efectivamente se casarían las antinomias entre sí con el agravante de las exclamaciones nacionalistas y las lecciones de sexo oral y dale que el léxico es cumplidor y coge la interjección al vuelo y le tuerce la raíz del cultismo y lo pone a labrar el metal de la elocuencia, sin que tal detalle signifique que la informalidad se traba. Se califica a los centinelas del vocabulario muy a la ligera y se olvida que su función es harto necesaria y vital para mantener las redundancias en su sano juicio. Otros elaborarán los ficheros donde quepan los equívocos, mientras tanto debemos seguir apuntando los nombres con los labios en ristre, apalabrando las palabrotas, cacareando las cacofonías, derivando las indiscreciones y aclarando la perspicacia de la coprolalia. Buenas palabras nos faltan para zaherirnos y para sonar inconvenientemente. Los evangelizadores cumplieron y se fueron a comer desairados, escatológicos, con las sustancias rebotando de un rigor a una muerte adivinada.

 

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Los actos de la heteronimia no desfallecen así no más. “La señora Hápax se exaspera y niega haberlo resuelto todo”. Vale. Pero la matriz seminal no satisface ni siquiera la curiosidad de los palurdos. Se ha dicho antes que los significantes salieron a comer y prometieron volver con los bulbos parlantes bajo los brazos. ¿Y cumplieron? ¡Vaya pregunta! Vamos a desatar un desaire con todas las consecuencias del caso y farfullando palabras de honor y obediencia seremos posesivos, literalmente, y dejaremos de fumarnos las ristras de monosílabos. Se empañan las claves de las frases si no se las defiende de las tormentas que la noche alerta y además el ahorro de las palabras no está en la agenda de este día ni de ningún otro. Alguien repitió que la asamblea no prosperaba y por lo tanto se permitía ponderar la intensidad de los acentos sobre los accidentes de la acronimia. La indiscreción iba avanzando con las patas para arriba y el espectáculo conducía a un razonamiento en donde era un lujo servirse de los sintagmas que rebotaban. ¡Ajá!, ¿y dónde dejamos a las palabrejas? Sobran los atrevidos que las usan sin permiso de las academias, como si bastara con ser buenos entendedores y convertirse en presidentes de las acepciones y formales y serios perpetradores de los modos sibilinos. La batología —nadie lo ignora— consiste en el uso desaforado de las batas por parte del personal al cuidado de los verbos enfermos. Lo que trae como consecuencia irrefutable una hipermetría de descomunales proporciones que se sale de madre, padre y espíritu santo. Por lo tanto, damas y caballeros, juguemos mejor a los dados con los dedos cortados sobre una palestra en donde los pronombres sean tan adjetivos que resulte una veracidad el hervidero de sus corrientes.