Torres, arenas, postes y otros textos sin provecho

Torres, arenas, postes y otros textos sin provecho

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Textos y fotografías: Wilfredo Carrizales

I

Torres, arenas, postes y otros textos sin provecho

1

Yo me caía de aquella estructura de hierro evocada. Me convertía en tarabita, en hélice con plumas de colibrí. Otras veces descendía hasta rodar a los rincones y allí me acomodaba a la esquinancia y al color de la centella muerta.

Tal vez me proponía llegar a ser un equilibrista sobre las cuerdas y desafiar a la muerte con unos saltos espectaculares.

La geometría de la torre me traía de cabeza y su textura llena de herrumbre y polvillo de arena me halaba y me fascinaba doblemente.

Sobre la torre se cruzaban todos los destinos, aun el mío.

 

2

No es torpe la torre. Ella se abastece de la energía adosada a las nubes. Continuamente revisa su condición y a veces se siente cohete que está impedido de despegar.

Fuera de toda previsión, la torre descuida la vigilancia y entonces la perforan los átomos del entorno.

Al alba la torre se baña con matices rojizos y afluyen a su estructura óxidos no entendibles. Una variedad de soportes se le aplican en racimos fuertes.

Por sus hierros sigue circulando el fluido de las eras, mas ella no se llama a engaño. Sabe con precisión cuántos lustros le quedan y mientras tanto se mantiene erecta y otea el vuelo de las golondrinas.

 

3

La torre se remonta y descuella. Semeja una ciudadela que defiende los cielos de los pájaros de hierro. Es para admirarse. Si se la busca en cualquier dirección se la encuentra. Ella es su propio comienzo y su propio final.

Su cima constituye el lugar desde donde se exclama y se averigua lo que viene adelante.

Posee ella una memoria tenaz y no acepta dueño por ser un asunto sumamente arduo, de alto costo. Aspira a convertirse en la guía que obtenga la gracia para enarbolar una quimera que brille con buenos augurios.

La torre es femenina y contiene eminentes llaves para abrir todas las portezuelas.

 

II

Torres, arenas, postes y otros textos sin provecho

1

Se desplaza con las huellas de los pies. Se mezcla con el azul móvil y ambos arden en la restinga. Arena que en el desierto se repite, pero que no enferma ni en los círculos más cerrados.

También sueña con lo pétreo para generar horizontes que defiendan los bajíos. No se acostumbra al viento y a su avilantez. El placer se lo aporta una luna borracha que se desdobla.

Sobre ella reciben ligeros baños las vírgenes que buscan los oros en el interior de su entusiasmo.

Durante las mareas se construye un arte de imperfecciones y la arena se disgrega hacia las corrientes sin peso. Su lenguaje raspa y suelta unos rieles ardidos.

Ardua es la conversión de la duna mientras acontece un combate de espinas.

 

2

Conduce tú hasta la playa y sólo luciremos nuestros colores amarillos y gualdas. Morderás mi nuca con un especial imperativo y creceremos los dos entre la brasa encendida.

Me pedirás que huyamos a través de la brisa y la arena y sentiremos que entre los dos agrandaremos las vocales que signan el rumor cálido del mar.

Argüiremos que el cambio está en el andar, en el caber, en el decir y no morir. Lloverá sin truenos. Es preciso.

Hace un año omitimos la búsqueda de la semilla que vuela y hoy nos lamentamos. Ahora repondremos nuestra falta. Más vale tarde que siempre. Ahora yaceremos, restañados.

 

III

Torres, arenas, postes y otros textos sin provecho

1

Los postes de la electricidad perdieron sus cables y ahora las nubes avanzan sin rumbo en un cielo que se estira con tensión. Las montañas vecinas entran en crisis y tratan de independizarse del paisaje. Tanto es el añil que portan que obstruye su movilidad.

Desde una casa enarbolan un asta en señal de rechazo a todo lo que sucede alrededor. No se ve un alma humana, pero se presiente un fenómeno colectivo agazapado. Unos postigos rechinan y el reflejo de unos cristales pone la nota de alerta donde no existía ninguna impresión de extrañeza.

 

2

Estamos en las nubes y las telarañas se han caído y nunca más volverán a subir. Me torno pardo y me anublo y pugno por no oscurecerme ni aborregarme. Si aparece un turbón, me lo cargo y aclaro cuentas con el tronero y me obligo a saltar la barda y enarco las cejas y frente al cerro me vuelvo celaje, con mucho celo y abundante cirro.

Escampo cuando es debido y si no, pues desayuno empedrado.

Se levantan las nubes con el reporte meteorológico. Un arrebol vive fuera de toda realidad y le da por ponerse alegre y convocar un chubasco.

Opaco en la cerrazón de la tarde y motivos para hacer descender los toldos. Sépase que la nubosidad ríe.

 

3

La araña cruza las líneas de peligro y unas cuantas manchas intentan rodearla para hacerla desaparecer. La araña se mueve de prisa y traza insólitos círculos. Luego teje su red invisible y en ella caen leyes para el abuso y semillas de un gran clamor y anteojos de relojeros y sextantes para viajeros erráticos y un libre albedrío y unos tributos apurados y pedazos de madera de cebra y bocas con espinas y lámparas de largo cuello y pulpas comestibles y lenguas que huelen a clavos y caparazones de quelonios y alpargatas arrojadas desde una azotea y tambores para despertar sospechas y bielas de máquinas por inventar y bibliografías elementales y cabezas de novios y travesaños de puertas en deterioro y céfiros sin brújulas y bisagras que desunen destinos y columpios que no se mueven y cosechas intimidadas y dalias llamadas de otro modo y muchas cosas más que escapan del inventario.

 

IV

Torres, arenas, postes y otros textos sin provecho

1

En un recodo del camino el rocío se ha acumulado más que en otros sitios. Unos arbustos salen de su letargo y repentinamente exhiben sus espigas: breves y alargadas flores que atrapan del aire matices evanescentes del violeta. Los corpúsculos de luz pasan a través de las gotas de agua que cuelgan del extremo de las hojas y del otro lado quedan modificadas, sin saberse a ciencia cierta cuál es aquél color que lucen ahora.

Hay una claridad que se propaga ágilmente y difumina al conjunto de cosas que contemplábamos. Sólo las espigas no sufren ninguna perturbación y por eso se deciden a vibrar y a poner en movimiento unas ondas de energía que se mantenían lejos de la continuidad.

 

2

Audacia de los rastrojos en su vía para convertirse en corona. Crónica solar de un día que desapareció entre la tarde con torbellino. La luz llegaba hasta el remate y las ondas lustrosas del lago que era huésped hirieron a un planeta con sus alforjas de corolas.

Se empieza por reinar bajo la resolana y luego se aplica a la ceremonia más notoria de los huesos calcinados. Nos vemos rodeando al fenómeno del sol refractado sobre los pedruscos. El ornamento de un edificio resuena en el azafrán que se mueve sin pausas.

Espumas conferidas en la exactitud del baluarte de la orilla. Un esmalte se tiende para representar a los héroes de los barcos de papel y una ola no alcanza para tanta gloria.

 

3

Peces dorados en la destilación de los reflejos. Sus aletas van siendo alfanjes en el estanque que proporciona los brillos. La floresta irrumpe y gira y coloca su sello que fue verde y se trastocó en umbría. Más hojas resultan por los flancos y las nervaduras no se mojan al permanecer suspendidas sobre las burbujas de lo póstumo.

Los peces se defienden con sus aires y sus agallas se manchan con la longitud de las ondas que se inquietan. El agua se siente de escamas. El nado busca en lo negruzco la clave de la mímesis.

El viento aprecia el sitio. Se amplía en su naturalidad. Las márgenes del fluido nacen a la luz de la semejanza. Restriega la tarde su espejo de opacidad y de nuevo los peces escuchan las espinas que los pierden.

 

4

Piedras que miran con el apego a la quietud. Sus ojos se han desteñido, pero las pupilas fraguan unos llantos. Piedras que olvidaron sus tamaños y ahora proceden a amedrentar al rayo. Piedras que se nombran tras el engaste de los minerales de puntos mudos. Piedras para atraer las tintas y los colorantes para luego depositarlos en la enfermedad de la Historia. Piedras acostumbradas a los escalones y que se amuelan al sol. Piedras que colocan abalorios sobre las aceras sin caminantes. Piedras a la deriva y con las pieles facilitadas para la espera. Piedras con despojos de granos empleadas en el marcaje de los ciclos. Piedras sin conversación, privadas de habla, pero expertas en signos que bruñen. Piedras claveteadas, singulares y con referencias notables. Piedras que se afeitan al compás de los tropiezos.