De la ventana como afirmación

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Texto y fotografías: Wilfredo Carrizales

De la ventana como afirmación

A través de la ventana descubro formas y también música que procede de algún punto desconocido de allí afuera. La ventana a veces se convierte en espejo y entonces puedo mirarme reflejado y es como otra melodía, pero ésta viene de adentro.

La ventana me proporciona un tipo de narratividad que me habla del tejido social y de las fisuras de ese mismo tejido. Una manzana, en ciertas ocasiones, reposa en el marco de la ventana y hace un sobresaliente papel digno de una naturaleza muerta o vida detenida. Los cristales de la ventana poseen un extraordinario significado cuando uno logra penetrar dentro de sus resquicios.

Frente a la ventana se crea a cada instante un mundo conformado por variados objetos que se transforman los unos en los otros de una manera pasmosa. El reino de tales experiencias está sometido a un tiempo específico, frecuentemente revelado por la intimidad.

En un sentido, la carrera del ojo ante la ventana busca yuxtaponer una escala adecuada a la imagen que necesita la pupila para sentirse cómoda o, quizás, más tranquila.

Con su inmensa alma interior, la ventana resume los milenios de su existencia y detalla las arquitecturas que se han ido formando bajo su señal.

La ventana ayuda a configurar la imaginación y a dotarla de un espacio concebible donde se expanda hasta tocar la correspondencia con el otro extremo de la percepción. Sabe de homenajes la ventana porque su sitial comienza donde las sombras se inician y acaba donde la luz estrecha su intriga.

Desde la ventana las calles evidencian sus espíritus y sus castigos por la mala fortuna. Sin embargo, la ventana puede llegar a ser una ermita para el descanso del corazón.

La ventana es ideal punto de acción para poner en práctica la experimentación y la armonización de todo lo que se observa a lo largo de un día.

Conocemos la ventana y su capacidad de aprender y asistir en caso de fatiga al atisbador que no toma en cuenta el paso de las horas.

Acaso la ventana entienda nuestros dolores y de manera imperceptible coadyuva a atenuarlos, a hacerlos más llevaderos, a mantenerlos en el borde de su exacto equilibrio.

La ventana tiene naturaleza ambivalente: sirve para mirar y para que te miren, mas, ésta, su idiosincracia, es la que le da la mayor posibilidad de empleo infinito.

Una persona decide que es mejor asomarse por la ventana más tarde y cuando lo hace entonces entra en crisis. El hecho de mirar por la ventana implica una relación temprana con ella, so pena de terribles consecuencias para los ojos y para la mente.

Si en una casa una ventana se resquebraja hay que liquidarla y reemplazarla de inmediato por otra. Las ventanas agrietadas se devalúan y no cumplen a cabalidad su cometido.

Es mucho peor comenzar a construir una ventana y no terminarla. Los problemas sobrevendrán de improviso y no se sabrá la causa de su repentina aparición.

Durante los aniversarios de las fundaciones de las casas o aperturas de los apartamentos, las ventanas deben permanecer abiertas todo el tiempo que dure la celebración. Sería temerario no proceder así.

A medida que nos acostumbramos a mirar siempre por la misma ventana, nos invade la fascinación de estar en capacidad de amoldar una panorámica a nuestro propio gusto y necesidad.

La ventana completa el espacio; lo hace más idóneo para calibrar la correcta perspectiva. La intención se manifiesta por intermedio de la ventana y el ojo gesticula con el soporte confiable de ella.

Es grato estar de espaldas a la ventana y, de manera imprevista, girar la cabeza y encontrarse con una inaudita imagen que la ventana ha sabido muy bien elegir.

Los amantes pueden encontrarse ante una ventana y llevar máscaras y sentir que la ventana los despoja de sus caretas sin llegar a quitárselas. Esta cualidad de la ventana denota su aptitud para desembarazarse de lo artificial y ganar una sorprendente atmósfera.

La ventana también es un camino que conduce a un sendero donde no se escuchan los pasos ni se vislumbran las sombras. En un atisbo lleno de espontaneidad la ventana ordena y la orden no es pronunciada.

A la ventana se llega sin aprensión, listo para convertirse en un trípode humano dotado de una descomunal sensibilidad. El vano de la ventana se colma como nunca y se suelda a la expectativa que le advierte al ojo de su momento estelar.

Tal vez en las ventanas se materialicen ciertos ángeles relacionados con la penumbra y que hablan entre murmullos y comentan la ceremonia cotidiana que se observa desde el escenario de los cristales.

No evade las perspectivas la ventana y nadie conoce sus reales intenciones. No obstante, la ventana no solivianta los ánimos y es un aliento leve el arcano de su visión. Después se libera un misterio poco tenue y así se pasa a una implicación de principios lumínicos.

¿Y si la ventana se transforma en laberinto? Si tal cosa ocurriese sería de efectos muy efímeros y pronto la ventana apelaría a su complejidad de armazón y retornaría la guía de siempre.

Chocan las gotas de lluvia contra los cristales de la ventana y allí mismo está la orquesta tocando el verdadero vals de los corpúsculos y no hay cortina que valga para que no ingrese la más potente luminaria del espacio.

La ventana se nutre de la luz solar y multiplica sus deseos bajo la reverberación celeste. Las motas de polvo le traen un alfabeto incógnito y la ventana lo descifra de inmediato.

Transparenta la ventana su ilusión y se abre con audacia a los asuntos del aire y su versión ventosa. Desde el lustre de la ventana se puede atravesar, enseguida, al ámbito de los viajes o las fugas.

Como ojo de la casa la ventana también es susceptible a quedar ciega. Pero así mismo la ventana es el ojo del viento o lo que equivale a decir, el captador de lo breve, de lo pasajero.

La ventana contribuye a la paralización de los relojes y a la intervención acertada del calor. La ventana brinda una oportunidad única para que las nubes se maquillen frente a ella y prosigan su rumbo más transparentes y ahítas de diafanidad.

En la intimidad la ventana dialoga con la estética que le pertenece y asimila la situación para cuando haya menester el oficio de espiar.

La ventana intercambia su potencia con otra ventana afín y entre las dos establecen imágenes de mujeres peinando sus cabellos, mientras el éter se exalta en su alquimia.

Es un hueco que respira la ventana y que canta y que infunde un divino flujo para reflejar el inconsciente sobre el alféizar de la eternidad.

De la ventana como afirmación