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Fotografía: Wilfredo CarrizalesEl viajero

Texto y fotografías: Wilfredo Carrizales

Donde la libertad encuentra su reino
el contento fluye
y un hervor prosigue con el prevaleciente
itinerario que se siga.
Entonces, en cada ocasión, uno ama
el protagonismo y se blinda.
Formas y modelos de la vida para quedar solo.
Cada felicidad favorita se atiende
y expulsa el plan que es el objetivo de otros fines.
Así, cargado en exceso comienza el dominio
de los caminos, de las rutas, de las voraces sendas.
Estas buenas cosas banalizan el peculiar dolor.
Mas la vista nos permite encontrar certezas
para cuando tengamos los ojos cerrados
y las huellas sean un prospecto que descanse.
Aquí, mientras tanto, me resigno a mis propios cuidados;
aquí me siento
y no me preocupo por la humanidad.
Parece que me niegan un sorbo de agua,
en casta razón.
Que las sombras den sus pasos
y en sigilo se consuman en lo negro.
Lejos, en la distancia, de donde
ascienden los apetitos,
brillan los veranos más profanos.
Lo indeseado se extiende
en sus tierras de arriba y sopla
hacia el lado de la montaña que renquea.
Los bosques enuncian maderas
en un teatro con bello precio.
En tanto, el temple del viaje
se acomoda entre el tope
y la venerable grandeza que marca la escena.
Fotografía: Wilfredo CarrizalesLa naturaleza puede satisfacer a la respiración
y los hijos de los pulmones reciben,
repentinamente, un bledo inflamado.
Por doquier los frutos aparecen
en los tractos tórridos.
Las sucesiones de brillos decaen
con la variación de los años.
En cualquier momento, el dulce de los saludos
se traslada hasta el cielo más norteño
y la vida se hace vernal
y sólo su botón muere.
Aquellos dispositivos poseían un suelo kilométrico;
no es necesario preguntar por la lascivia
asentada en las capas telúricas.
Con enormes ganas las corrientes
dieron a conocer sus huesos sin mareos
y un gélido céfiro quedó desplumado.
En los alrededores, las fragancias de un vino
lactante le sonreían al prado, otrora yermo.
Las sensaciones enceguecían por instantes
y en la vesícula se alojaba un deseo de existir.
¿Cuál mujer traerá sensuales besos
que conozcan la amplitud del mundo?
Una florida belleza se empina
en los campos perseguidos.
El viajero se semeja al crecimiento de la fronda
en las covachas de los duendes.
A través de los contrastes fallidos
todo muta en el excelso reino de las madejas.
Después de caminar tanto, el viajero
nunca más será pobre, sino lujurioso,
y sus pensamientos poseerán venas
y se subsumirán en la grava,
lánguidamente ruidosa, avarienta,
muy cercana a la verdad.
El viajero albergará una penitencia
y planeará de nuevo un periplo
con todas sus pieles en remolino.

Fotografía: Wilfredo Carrizales