Roberto Bolaño se convirtió en personaje de ficción del libro más vendido
en España esta temporada (Soldados de Salamina, escrita por Javier
Cercas), cosa que no le emociona. Prepara una novela que tendrá más de mil
páginas, pues, como escritor, no se doblega ante el silencio.
Roberto Bolaño, premio Rómulo Gallegos con su obra Detectives salvajes,
rompió el celofán, quizás a su pesar, que separa la realidad de la ficción.
Ahora, además de escritor, es un personaje de novela. Esta temporada de libros
en España, una novela, Soldados de Salamina, se convirtió en un éxito
de ventas. Aparece desde hace 40 semanas entre los 10 libros más demandados por
las librerías. La escribió Javier Cercas. En el inicio del desenlace, aparece
un nuevo personaje: Roberto Bolaño, representando un papel estelar, el del
escritor que se deja entrevistar por un periodista que escribe un libro y que,
durante la conversación, guía al protagonista, que en Soldados de Salamina
es el propio autor, hacia el final de su aventura: encontrar a un republicano
que perdonó la vida a un franquista, durante la guerra civil española.
Bolaño no demuestra especial interés en hablar de su conversión en
coprotagonista de una novela ajena. “No hay ninguna historia. Cercas sólo
transcribe, sacando sus propias conclusiones, lo que yo le conté”. Como si
se tratara del maestro que imparte las enseñanzas al héroe, en la ficción
Bolaño incita a Cercas a terminar su libro. Le cuenta sobre un hombre que
conoció, Miralles, que pudo estar presente durante los confusos momentos en que
el falangista salva la vida gracias a la piedad de un contendor. En la historia,
Cercas se aferra a la idea de que ese sujeto es quien busca y Bolaño le da
todas las pistas necesarias para que lo encuentre. Hasta aquí la historia es
verídica. “La tercera parte de esa novela, como creo que allí mismo se
dice, se la conté yo a Cercas”, recuerda Bolaño. “Lo que yo le
relaté es real. Las palabras y por lo tanto las conclusiones que él pone en
boca de Miralles o mía, es responsabilidad suya”.
Entre aquellas palabras, se encuentra un concepto de héroe que Cercas
asegura en el libro que la dijo Bolaño: “No recuerdo cuál es esa
definición. Pero si no es mía debe ser de Borges o de Cortázar, de Puig o de
Onetti o de Faulkner, en cualquier caso no de Cercas”. ¿Bolaño se
sorprendió cuando leyó la novela? “Hay otras cosas que me
sorprenden”, mantiene.
Un sendero de dientes
Esta entrevista con Roberto Bolaño transcurre por correo electrónico. Él
lo prefiere así. “Hablando soy un cretino”, manifiesta desde su hogar
en Cataluña. Como suele suceder con la comunicación cibernética, la voz se
suprime y con ella los tonos. Las respuestas se secan aunque no desaparece la
mordacidad que practica Bolaño en sus libros.
Antes, en Madrid, hace gala de su verbo, camuflado en una charla pausada,
repleta de contestaciones monosílabas y largos silencios. Recuerda la vez que
estuvo internado en el hospital, debido a una seria enfermedad, cuando una
doctora le respondió que tenía 60 por ciento de probabilidades de salvarse.
Él dijo que no era mucho. “En política es mayoría absoluta”,
refutó ella. Desde entonces, practica todos los días un test simple e
inequívoco: alarga los brazos, yergue las palmas de las manos y estira los
dedos. Si tuviera alguna recaída, los dedos se encogerían inevitablemente.
“A lo que uno teme es al dolor o, en otro orden de cosas, a la
posibilidad de dejar inconclusa una tarea”, afirma Bolaño. “Cuando
era joven mis amigos, mis mejores amigos, decían que había que escribir como
si uno se fuera a morir al día siguiente. Bueno, eso yo lo extrapolo y vivo, es
decir como, hago el amor, leo, juego y hablo con mis hijos, como si me fuera a
morir al día siguiente. Pero esto último tampoco es cierto del todo, pues toda
disciplina tiende hacia su disolución”.
Bolaño cuenta que se dedicó al oficio literario desde muy joven, “cosa
que no le recomiendo a nadie”. Después de tan largo recorrido por las
letras, sostiene que “la literatura, como todo oficio, se vuelve benévolo
con quien lo practica. Puedo escribir llueva o truene, que el fenómeno
estético se pone por encima de las miserias de mi propio cuerpo. Al menos,
hasta ahora”.
A los 15 años viajó de Chile, donde nació, a México. Luego emigró a
Europa. Vivió, incluso, a la intemperie. Agradece no haber contraído nunca una
enfermedad venérea ni mortal. En aquella época, asegura, perdió los dientes
como si fueran migas de pan dejadas por Hansel y Gretel para señalar el camino
en el bosque. ¿Acaso Bolaño quiso señalar un camino, cómo en el cuento
infantil? ¿Pretendió alguna vez un retorno de su viaje extraviado en pos de
vivir de la escritura?
“Yo vivo de la literatura y la verdad es que vivo bastante bien”,
responde. “Pero eso tiene más que ver con el azar que con un pretendido
retorno. El viaje de la literatura, como el de Ulises, no tiene retorno. Y esto
es aplicable no sólo al escritor sino a cualquier lector verdadero. Además,
desde Heráclito ya sabemos que ningún viaje, sea éste del orden que sea,
incluso los viajes inmóviles, no tienen retorno: cuando uno abre los ojos todo
ha cambiado, todo sigue desplazándose”.
¿Es Bolaño “un detective latinoamericano perdido en un laberinto de
cristal y barro”, frase que escribió en su libro de poemas en prosa,
titulado Tres? “Soy, más bien, un detective latinoamericano
jubilado antes de tiempo”.
Los gruñidos de la tribu
En sus comienzos, Bolaño participó en concursos literarios como un
“piel roja que persigue búfalos”. Y ganó algunos de poca cuantía,
comparado con los que le llegaron después, como el Premio Herralde de Novela y
el Premio Rómulo Gallegos. Estos primeros triunfos significaron sus mayores
alegrías. “No ha habido premios que me hayan dado tanta felicidad como
aquellos”, rememora Bolaño. “En primer lugar porque ganarlos se
traducía de inmediato en dinero para pagar deudas y comprarle juguetes a mi
hijo y tal vez un vestido a mi mujer. Y porque también, en cierta manera,
afinaban mi pulso, o confirmaban un cierto progreso en el afinado”.
Una de sus obras ganadoras de esa época, Monsieur Pain, ganó un par
de certámenes provinciales a mediados de los ochenta. Una década después,
Anagrama lo editó. Y aunque ha visto la edición de sus obras de antaño, no ha
detenido su prolífico ritmo de trabajo. A diferencia de autores como Augusto
Monterroso, que “tiende a la brevedad”, Bolaño se inclina por
“la multiplicidad”.
“Yo creo en la novela total, Monterroso probablemente, como Borges, no
cree en la novela. Nunca he entendido, por otra parte, esa admiración que
Monterroso profesa por los autores silenciosos, por los escritores que dejan de
escribir. En cualquier caso, yo no tiendo hacia el silencio. Ahora estoy
trabajando en una novela que tendrá más de mil páginas, lo que no tendría
sentido si me doblegara ante el silencio. Por supuesto, sé que al final sólo
quedará el silencio, pero hasta que llegue ese final prefiero oír los
balbuceos y los gruñidos de la tribu”.
Así, Bolaño continúa escribiendo y experimentando. En su último libro, Putas
asesinas, hace un pulso con los signos de puntuación en el relato Fotos.
“Cada texto, cada argumento exige su forma. Hay argumentos o situaciones
que piden una forma translúcida, clara, limpia, sencilla, y otros que sólo
pueden ser contenidos en formas y estructuras retorcidas, fragmentarias,
similares a la fiebre o al delirio o a la enfermedad”.
Madrid. Entrevista publicada en Verbigracia,
suplemento cultural del diario venezolano El
Universal, en mayo de 2002.