Fernando Savater vive con una sombra pegada al cuerpo: la amenaza de ETA de
que es objetivo militar. Quizás por esta causa se apresura a publicar sus
memorias, tituladas Mira por dónde, listas para el segundo semestre de
2002. Mientras tanto presenta la reedición de La infancia recuperada; de
todos los libros que ha escrito, su preferido. Un homenaje al héroe de
aventuras.
Una sombra persigue a Fernando Savater día y noche. Lo acompaño en un breve
viaje de ascensor. Una chaqueta de cuero negro delata la condición de
guardaespaldas de quien sube al elevador con nosotros. Fuera, en la transitada
calle de Alcalá, muy cerca de la Plaza Cibeles, veo a dos hombres apostados en
una esquina. Uno habla por radio. El otro vigila la avenida vestido de
camuflaje, una postal inusual en Madrid. A Savater lo rastrea una sentencia de
muerte emitida por el grupo separatista vasco ETA, a quien ha enfrentado con
armas más letales y perennes que los atentados con bombas lapa y disparos en la
nuca que caracteriza a estos terroristas.
Filósofo, pensador, escritor de libros como Instrucciones para olvidar el
Quijote, Ética para Amador, Las preguntas de la vida y Perdonen
las molestias, ha hecho frente al temor, que no menciona en ningún momento,
con artículos periodísticos y ensayos, y ha marchado por las calles del país
vasco con un lema, ¡Basta ya!, que han coreado miles de personas en
manifestaciones públicas. Por eso Savater es tan peligroso para los
nacionalistas, por sus palabras.
Vivir bajo la amenaza no borra la sonrisa de Savater. En ningún momento
pierde la risa fácil, a veces convertida en carcajadas que combina con unos
gruesos lentes de pasta rojiza y barba blanca muy cuidada. Quizás, lo más
entrañable que el autor ha debido sacrificar a cambio de permanecer con vida
gracias a estas medidas especiales de seguridad, sea su clase de filosofía en
la Universidad Complutense de Madrid. “Sigo con mi cátedra, pero ya no doy
clases regulares, debido a que la situación está tan rarilla”, afirma
Savater antes de subir al ascensor.
Demuestra Savater que el pensamiento resulta más efectivo que las balas y
asume la responsabilidad de cada frase, incluso a costa de su integridad
física. “Un escritor se compromete con los lectores en todo momento. Hay
un tipo de escritor que le gusta disminuir a su lector, que lo obliga a
admirarlo. Por supuesto, hay algunos grandes autores que son así. Pero para mí
los mejores son los que despiertan el deseo de vivir, con los que el lector se
siente grandioso y no más pequeño”.
La sombra que persigue a Savater quizás sea la causa por la que prepara un
libro de memorias. Sí, le han preguntado por qué publicar sus memorias con
apenas 55 años. La respuesta obvia es que, en su caso, sólo el azar permitirá
que el tiempo alcance para completar Mira por dónde, que saldrá
publicado en el segundo semestre de este año. Pero no es ésta la respuesta de
Savater, que en todo momento rehuye hablar de la condena que pesa sobre él.
“Las escribo porque tengo bastantes síntomas de Alzheimer, y espero que no
avance de aquí a fin de año”, bromea. “El libro lleva ese título, Mira
por dónde, porque es la descripción de un camino, de tiempo y espacio, en
el que he ido haciendo y deshaciendo. Lo que quiero es que se vea por dónde
vienen los recuerdos”.
Hijo pródigo
Esta semana, Fernando Savater asistió a la reedición de su obra preferida,
el libro predilecto de todos los que ha escrito, cuyo tema dista del aspecto
político. Hace 25 años, se editó por primera vez La infancia recuperada
(Taurus, 241 páginas), en donde su autor hace una “declaración de amor a
los libros que me abrieron las puertas del mundo de la lectura y de los libros
que despiertan la pasión de leer”. En 15 capítulos, Savater rindió
homenaje a autores como Agatha Christie, Arthur Conan Doyle, Jorge Luis Borges,
Defoe, London, Poe, Salgari, Stevenson, Tolkien y Verne.
“En su día (1976) tuvo su punto renovador, porque las letras de
entonces buscaban sólo formas complejas. Estaba de moda la experimentación. Yo
intenté reivindicar lo que se contaba, más que la forma en que se
narraba”. Y este gesto tuvo consecuencias casi sacrílegas para los
escritores de la época, que, sin embargo, le confesaron a Savater su
predilección por tal y cual autor o le reclamaron en secreto por qué no
incluyó a este en lugar de aquel otro. “La literatura no tiene por qué
ser sólo una experimentación formal, sino que también puede ser un mundo de
aventuras, lo que no quiere decir que no haya que leer a autores como James
Joyce, con el que también se disfruta mucho”, mantiene Savater. “Y
ahí está la gracia de mi libro, que yo no hablo de estos libros como síntomas
sociológicos o de interpretación”.
En La infancia recuperada, otro tanto de sus lectores, según cuenta
Savater, oyó hablar por primera vez del autor de El Señor de los Anillos,
que entonces no había sido traducido ni al español ni al francés.
“Introduje pequeñas profecías de gustos futuros, como lo que sucede hoy
con la obra de Tolkien, y lo que pasó hace diez años con la moda de
dinosaurios, ambas gracias al cine”. Savater no niega elogios para la
primera parte de la saga cinematográfica de El Señor de los Anillos.
“Es la mejor adaptación de un texto literario que he visto en el
cine”.
Por encima del hombro
Para Savater resulta “una gran alegría“ e incluso algo realmente
sorprendente que La infancia recuperada mantenga vigencia. “Es
curioso que en el último cuarto de siglo no ha dejado de estar en las
librerías, sobre todo ahora que los libros son como los yogures, que tienen una
fecha de caducidad y, al cumplirse, se sacan del estante y se destruyen”.
Para esta reedición, prefirió no incluir ni siquiera un prólogo, pues, para
él, la antesala escrita para la edición de 1994 tiene plena vigencia y es
definitiva. No obstante, tuvo “ciertas tentaciones”: casi incluyó un
capítulo dedicado a Harry Potter, que “es mucho mejor que el 90 por
ciento de los libros de aventuras que se editan hoy”, y otro para Crichton.
“¿Qué importa lo que se diga de estos autores? Emilio Salgari también
era un autor popular, fue el primero que vendió un millón de ejemplares y
tenía negros que escribían por él”. Savater no teme al escándalo.
Contrario a lo que pudiera pensarse de un personaje combativo como Savater,
la selección de autores y obras nada tiene que ver con la metáfora política y
de denuncia social escondida tras unas páginas aparentemente juvenil. “Hay
obras muy críticas, como la de Johnatan Swift, que es una sátira feroz, y que
fueron simuladas como infantiles por las mismas autoridades, para
esconderlas”, responde Savater. “Pero las grandes historias de
aventuras sólo tienen la metáfora de la vida, del coraje y valentía de
arriesgar la vida. No tienen crítica social, por ejemplo, La isla del tesoro
y 20.000 leguas de viaje submarino. Por supuesto, hay otras a las que se
puede hacer una segunda lectura, como todas las historias de Sherlock Holmes”.
La infancia recuperada resulta un perfecto manual para enseñar los
caminos literarios a un niño. Por algo lo dedica a Amador, su hijo. También es
un tratado sobre las máscaras del héroe, aquel de los mil disfraces al que se
refiere Joseph Campbell en su ensayo. ¿Sirve esta reedición para mirar a
Fernando Savater como uno de estos héroes que emprendió una aventura, menos
física y más intelectual que el de sus personajes favoritos, luego de estos 25
años de literatura, filosofía, periodismo? Savater ríe, como siempre, y
reconoce, después de intentar evadir la pregunta, que, “desde luego, para
mí, al mirar por encima del hombro, ver lo que era y lo que soy ahora...”.
Savater aún tiene muchas otras aventuras literarias por delante, como
aquella que lo condujo a leer ejemplares que aún no habían sido traducidos al
castellano, con un diccionario inglés-español al lado y donde empleó un
método que “no hubiera funcionado con Faulkner”: traducir párrafo a
párrafo, para al final de la hoja, comprender todo lo que acababa de leer, como
si una nube huyera de una imagen. Pero por ahora Savater se concentra en
redactar Mira por dónde, sus memorias, y reconoce que los proyectos le
sobran, pero combate las ansias y las preguntas sobre sus futuros planes con un
símil: “Eso es como cuando te preguntan: '¿Y usted no siente ganas de
hacer deporte?'. Y uno responde: 'Pues, hombre, claro, pero cuando me
siento, se me pasan enseguida' ”.