Tomás Eloy MartínezTomás Eloy Martínez
La historia detrás de la novela
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Tomás Eloy Martínez ganó el Premio Alfaguara de Novela 2002 con El vuelo de la reina. Al igual que en sus obras anteriores indaga sobre la historia contemporánea de Argentina y esconde, tras sus líneas, una odisea personal para escribirla.

Detrás de las novelas de Tomás Eloy Martínez (Argentina, 1934) hay, siempre, otra historia. Por ejemplo, antes de escribir La novela de Perón, en 1985, realizó una entrevista al mismo general, en su casa de Buenos Aires, justo en los días en que el gobierno argentino había devuelto el cadáver robado de su esposa, Evita.

Martínez le preguntó a Perón si estaba contento por la recuperación del cuerpo. Él respondió que sí. “¿Quiere verlo?”, le preguntó al escritor. “Le respondí que bueno”, rememora Martínez. Entonces Perón llamó a su segunda esposa y le ordenó: “Ve y prepárala”. La esposa acudió.

Pasados unos minutos, Perón invitó a Martínez a pasar al comedor. Sobre la mesa estaba tendida Evita muerta y la segunda esposa de Perón, Isabel, le peinaba el cabello que cubría un extremo de la mesa. “Perón sabía que yo colaboraba con varios periódicos”, afirma Martínez. “Supongo que era para que yo lo contara, pero me abstuve de hacerlo”.

Perón y Evita han sido los protagonistas de sus dos novelas más conocidas. La novela de Perón ha vendido 150 mil ejemplares, y Santa Evita (1995) ha sido publicada en 30 países. Perón, Evita y la Argentina de aquella época han sido para Martínez las obsesiones literarias que cree haber aplacado al fin. “El peronismo me sirve ya sólo para la reflexión”.

Sin embargo, estas “obsesiones” le persiguen: la anécdota de la entrevista con Perón la recordó el día antes de la presentación de su nueva novela, porque cenó en Madrid con el dueño de aquella morada donde entrevistó al general. “Le advertí que tenga mucho cuidado con la mesa del comedor”, bromea. Luego, porque diversos medios de comunicación le comprometen a escribir artículos sobre aquella investigación minuciosa, en la cual terminó, no sabe cómo, con el certificado de defunción original de Evita y varios documentos de los fanáticos que robaron el cadáver de la mujer y que “curiosamente fueron los mismos que trataron de matar a Perón”.

 

Dos reinas

De sus viejas obsesiones queda nada más una estela en su nueva novela, El vuelo de la reina, ganadora del Premio Alfaguara de Novela 2002, que trata sobre periodismo y poder, corrupción y ofuscación a través de la relación entre el director de un diario y una redactora que intenta esquivar el acoso de su superior. Todo en medio de la bulla que generó el tráfico de armas que involucró al gobierno de Carlos Menem y, más escandaloso todavía, la manera en que el poder acalló a la opinión pública.

¿Tomás Eloy Martínez tiene alguna intención, quizás de denuncia social, antes de escribir? “Nunca tengo un propósito previo”, contesta Martínez. “Tengo una idea global de la intriga. Me preocupa el tono y la estructura, que son elementos que, si no se tienen justos, ocasionan el fracaso. Doy muchas vueltas. Cuando encuentro el tono, siento que los personajes viven a mi alrededor. No soy un romántico de los que afirman que tienen vida propia. Creo en la conciencia absoluta del autor sobre lo que quiere decir, pero brota solo del texto. Por ejemplo, me sentía muy mal cuando entraba en Camargo (protagonista de la novela, que es director de un diario) y debía escribir en segunda persona. Cuando lo hacía me despedía de mis allegados: ‘Me voy. Bajo a los infiernos’, decía. Las historias no tienen moral. La moral está en el fondo de cada uno. Creo que cada lector lee una novela diferente, que siempre será distinta”.

Entre líneas, trazadas con maestría suficiente para atrapar al lector en una bruma que teje la realidad con la ficción, queda velada otra historia, la del mismo Martínez. “Creí que estaba condenado a no terminar jamás El vuelo de la reina”, afirma.

La historia tras la ficción se remonta a abril de 1998, cuando el autor ya había escrito 110 páginas de una versión que transcurría entre Andorra y Barcelona. Entonces, en un chequeo médico de rutina, le detectaron un tumor renal y el médico le calculó seis meses de vida. Martínez se propuso finalizar su novela en ese tiempo. Sin embargo, “los seis meses se me fueron en probar que el diagnóstico estaba errado y que el tumor no era tan malo como parecía”, rememora Martínez. “El episodio arruinó la primera versión”. Martínez desechó estas 110 páginas, así como ya antes había desestimado tres versiones de La novela de Perón y dos de Santa Evita. “Las dos versiones de El vuelo de la reina no se parecen para nada entre sí. La que van a leer, si tienen esa generosidad, es la que me parece mejor. La otra yace en el osario de mis papeles muertos”.

 

Entre penumbras

Eximido de la condena de muerte, dictada por un doctor errado, reemprende la escritura del libro en julio de 2000. El primer capítulo describe al protagonista, Camargo, y su vicio solitario, observar con un telescopio a una mujer que acostumbra desnudarse sin prejuicio frente a su ventana. Para entonces, organizaba un encuentro de editores para la Universidad de Rutgers, donde dicta clases Martínez.

“El viernes 18 de agosto hablé con el director de redacción del diario brasileño O Estado de Sao Paulo, Antonio Pimenta Neves, para preguntarle si viajaría solo o con su esposa, a quien yo había conocido alguna vez. Me respondió que viajaría con su esposa, pero no con la que conocí. ‘Voy a casarme otra vez’, me dijo. ‘Cuando llegue a Rutgers estaré de luna de miel’. El lunes siguiente recibí la llamada de otro editor de O Estado, que me preguntó qué había hablado con Pimenta Neves, porque él había desaparecido”.

El otro editor le reveló que Pimenta Neves había asesinado de dos balazos a su novia: uno en la espalda y otro en la nuca. Una misteriosa puerta se había abierto. Los detalles del crimen estaban previstos en el plan de El vuelo de la reina. “Ese azar me hizo sentir que yo estaba tocando la extraña zona de penumbra que divide la realidad de la ficción, en cuya exploración llevo muchos años”.

¿Y a dónde conduce cruzar la penumbra que separa la realidad de la ficción? “Es una flecha que lanzamos a ninguna parte”, responde Martínez. “Son hechos que parecen reales y son siempre ficticios. Lo hizo Stendhal y Kafka. Lo hizo Conrad en el Congo. La novela convierte la historia en ficción. La pesadilla del hombre se transforma en elemento de la novela contemporánea, una tela invisible que divide la realidad de la ficción y las impregna mutuamente”.

Y cuando Martínez se lanzaba al viaje de la creación, ocurrió, a finales de noviembre, un hecho aciago. “Mi mujer y yo asistimos a una reunión de rutina en la universidad. Al salir, un automóvil enloquecido nos atropelló en la calle. Yo salí del accidente indemne, con unos pocos golpes en el lado izquierdo del cuerpo. Mi mujer murió en el acto. Durante varios meses quedé en estado de pasmo. Escribir cada palabra era un trabajo de Sísifo y pensé que nunca recuperaría el impulso para retomar la novela”. A Tomás Eloy Martínez aún se le quiebra la voz cuando habla de aquella noche.

Al fin, en julio del año siguiente, Martínez, gracias a “una circunstancia afortunada”, llegó otra vez a la historia que había comenzado por segunda vez un año antes. Cuando finalizó la novela, decidió enviarla al concurso que anualmente convoca la editorial Alfaguara. En la edición de 1998, Martínez fue miembro del jurado, donde, según recuerda, hubo “encendidas discusiones”. “Dije: si alguna vez me presento a un premio, será a éste”. Y cumplió su propósito. La envió a España, bajo el seudónimo J. S. Carmona y con el título de La mujer de la vida. Se adjudicó así no sólo el prestigio sino también una bolsa de 175 mil dólares. Atrás queda la época cuando la editorial Planeta editó Santa Evita, en que el adelanto por las regalías de aquella novela fue de dos mil dólares y Martínez se dijo a sí mismo que si vendía ejemplares suficientes para cubrir ese monto, se daba por satisfecho.

(Publicada en Verbigracia en marzo de 2002)