Juan Carlos Méndez GuédezJuan Carlos Méndez Guédez
La metáfora de las hojas secas
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Juan Carlos Méndez Guédez publica en España su nueva novela Una tarde con campanas, en la que hace una dura crítica al militarismo que se impone en Venezuela.

En el mostrador de novedades y recomendaciones de la Casa del Libro, una de las mayores librerías de España, se encuentra la última novela de Juan Carlos Méndez Guédez, Una tarde con campanas, que se publicó con el despliegue mediático de los premios concedidos con el auspicio de una gran editorial, en este caso Alianza del Grupo Anaya gracias a haber sido la finalista del concurso de narrativa Fernando Quiñones. Méndez Guédez lo hojea, mira el precio y comenta sobre el color fucsia del lomo y sobre sus expectativas. “Espero que con este premio el libro llegue a más personas y que aumente el interés por la narrativa venezolana. Quisiera sentirme menos solo en el panorama literario actual”.

La novela aborda un tema escurridizo en el mercado editorial español: la inmigración, sus repercusiones, que, no obstante, se encuentra muy presente en la opinión pública europea con distintos matices, casi siempre populistas, al menos en España, donde gobierna el partido de derechas, poseedor de un discurso, sobre todo en esta época electoral, que culpa a la inmigración de los desequilibrios económicos y sociales.

Así, Una tarde con campanas es una novela mestiza en su forma y en su fondo. “Le dediqué el libro a mi hija porque es fruto de ese mestizaje: madrileña, hija de venezolanos, nieta de canarios e italianos”. Por una parte, se cuenta la historia de un niño y su familia que intentan adaptarse a la nueva sociedad donde viven. “Nunca se dice que la familia viene de Venezuela, porque se mezcla con la manera de vida de los ecuatorianos y de otros países”.

En cuanto a la forma, predomina la voz infantil en primera persona que poco a poco se impregna de los vocablos y expresiones castizas, de manera sutil. En las primeras páginas el niño habla con los modismos venezolanos, pero su lenguaje termina transformado, enriquecido, con las palabras recién conocidas, las habituales de las calles de Madrid. “Quise que se cargara de manera natural de la sintaxis española”.

 

Contra el militarismo

En esta tarde con campanas, la Llorona se mezcla con San Isidro Labrador, y las creencias religiosas gallegas con indígenas como la leyenda del Autana, el árbol de todos los frutos que ahora es un tepui en medio de la selva amazónica. Entre líneas, Méndez Guédez rinde homenaje a sus maestros. Explica que el libro contiene referencias de otros textos, como Un mundo para Julius de Alfredo Bryce Echenique, Memorias de Altagracia de Garmendia y La casa de mango street de Sandra Cisneros. Toma prestados personajes y lugares, sin llegar a aplicar la intertextualidad: “En el último capítulo hay una línea de Un mundo para Julius, pero no tomo frases completas”, afirma. “El libro dialoga con Garmendia. Al final, la calle por donde camina el niño es la misma donde estaba la Editorial América de Rufino Blanco Fombona”.

Durante la trama, la familia que había emigrado unida, se disuelve; algunos de sus miembros marchan a otra ciudad, se acercan al mar, lo que para Méndez Guédez es reflejo de los cambios casi imperceptibles que luego resultan trascendentes. “Me gustan los pequeños seres y ellos sólo viven pequeñas experiencias que cambian sus vidas. Somos personajes de pequeñas historias”.

El trasfondo se resume en una frase del hermano mayor, cuando le preguntan por qué emigró: en el país había militares en todas partes. “Quería hablar de mi país sometido por el militarismo, donde se reivindica la improvisación y el caos”. Para lograrlo se sirve de una hermosa metáfora, despiadada: en el barrio donde vivía la familia desplazada, un militar llega para ofrecer trabajo: barrer las hojas muertas. La gente hace montones con las hojas secas pero no hay bolsas donde recogerlas. El militar reparte dinero en efectivo. En la noche se hace una fiesta mientras las hojas, a la intemperie, se esparcen con la brisa. Al día siguiente, vuelve el militar y paga otra vez por amontonarlas, otra vez sin que haya bolsas para hacer productivo el trabajo. “Es una manera de adormecer a la gente. He leído que el proceso militarista es épico y guerrero, no genera riqueza, sino que se la apropia. Roba, arrasa, y es lo que retrato en la novela”. Con su crítica sin concesiones, Méndez Guédez mantiene sus dos frentes de lucha: su propia carrera literaria que con esta novela da otro paso adelante y el alzamiento de su voz contra la sombra dictatorial de Hugo Chávez a la que asesta un golpe con su prosa.

(Publicada en el diario TalCual. Febrero de 2004)