Fernando IwasakiFernando Iwasaki
El terror infantil que perfora los cuentos
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Un misterioso libro de Fernando Iwasaki reúne las historias de terror con el género del microrrelato. El autor narra el proceso creativo que lo llevó a surcar aguas tan macabras y breves.

Cuando era niño, la madre de Fernando Iwasaki le repetía que había que tenerle más miedo a los vivos que a los muertos, porque los muertos le ayudaban: las animas del purgatorio, los espíritus de seres queridos, los santos; todos echaban una mano en caso de necesidad. Desde entonces, Iwasaki tuvo la impresión de estar rodeado de muertos que veían lo que él hacía a todas horas.

Ese miedo y otras angustias, como el terror infantil al fallecimiento de los padres, le rondaron como fantasmas hasta que comenzó a apuntarlos como si se trataran de pequeñas historias terroríficas. Nueve años más tarde estas notas han sido convertidas en 90 relatos hiperbreves, que conforman el libro Ajuar funerario, publicado en España por la editorial Páginas de Espuma. “La literatura de horror se nutre de los miedos infantiles, de los que niños que fuimos o del que tenemos dentro”, afirma Iwasaki. “Cada vez que escuchaba una historia que me parecía podía servir para un libro, me exigía anotarla. Podían pasar meses sin apuntar alguna. Luego, en algunos casos, no he sido capaz de reconstruir las notas o de saber por qué las escribí. O al revés, una idea se multiplicó en varias”.

Uno de estos casos, mostrado en este nuevo libro, es el de “La chica del autostop”, que tiene tres versiones de la misma historia, que se repite con distintas variantes en cada país: la de quien recoge a una atractiva mujer en la carretera, que resulta ser un tenebroso esperpento.

 

De novelas y chispazos

Fernando Iwasaki emigró a España, desde su Lima natal, a principios de los noventa. Estudiaba un doctorado de Historia y se trasladó a Sevilla para investigar en el Archivo de Indias y finalizar su tesis. Conoció a su esposa y “comencé a quedarme”, dice. Cuando tomó la decisión de establecerse en la península ibérica, las buenas relaciones con sus colegas de la universidad española se trastocaron. “Los que parecían tan contentos con mi trabajo, ya no lo estaban tanto”, rememora. “No quisieron convalidar mis títulos y me impusieron todo tipo de trabas. Desde que tenía 18 años pensé que daría clases en una universidad, pero tuve que abandonar la idea. Ahora, mirando hacia atrás, no me arrepiento de nada”. El balance ha sido positivo: dos hijas y ocho libros.

El proceso creativo que Iwasaki siguió para escribir los cuentos de Ajuar funerario no representa un ritual heredado de sus otras obras, como la novela Libro de mal amor y varios volúmenes de cuentos, como Un milagro informal. De hecho, reconoce que para enfrentarse a textos de aliento más largo no toma notas. No cree que las novelas se construyan con “fogonazos” ni compilando “chispazos”, como algunos relatos. “Puedo estar cuatro horas sin llegar a escribir una página de novela, mientras que los cuentos los escribo rápido, tal vez en una semana”, afirma Iwasaki. “En la novela los personajes deben encajar en un orden general. Me ocurre que cuando leo alguna, me doy cuenta de si el autor ha preparado las coordinadas espacio-temporales con cuidado”.

Por el contrario, el cuento es “una luz”, que exige “mantener su intensidad a lo largo de toda la narración”. Al respecto, en el prólogo de Un milagro informal, Iwasaki recurre a “símiles alimenticios” para denotar las diferencias entre un género y otro: “La novela puede ser poco hecha y el cuento debe estar bien cocido”, escribe: “La novela una vez abierta aguanta muy bien en la nevera y el cuento tiene que consumirse de inmediato (...). La novela quita el hambre y el cuento abre el apetito”. Iwasaki ha resultado mejor cocinero de comidas para degustar al instante, es decir, los relatos, que de novelas.

Ha prometido públicamente a Marle, a quien dedica su trabajo, que terminará una segunda novela. Ante tal compromiso, Iwasaki responde, con cierta culpabilidad: “Debería estar más puesto en el tema de la novela”, y acota que no está dispuesto a abandonar por completo sus otras actividades, de profesor y de promotor cultural, de las que vive.

La literatura aún no paga las cuentas, a pesar del reconocimiento que ha merecido la obra de Iwasaki, a quien han comparado con su paisano Mario Vargas Llosa o colocado, incluso, por encima, como el escritor peruano contemporáneo más importante, por su capacidad de escribir, con igual calidad, tanto cuentos, novela y ensayos, según un comentario de otro escritor peruano, Jorge Eduardo Benavides.

 

El riesgo de experimentar

¿Esa obligación de redactar una novela es, acaso, una perversión del mercado editorial? “Puedes negarte a hacerlo”, contesta Iwasaki, “pero tienes que escribirla si quieres vivir de los alrededores de la literatura. No digo de la literatura misma, sino de las charlas, de los artículos de periódico”. Sin embargo, esta vez, Iwasaki eligió robar tiempo a la escritura de la novela para publicar la antítesis del best-seller: un libro de narrativa muy breve de un género definido: el terror. “Asumo el riesgo de experimentar, por eso estos microrrelatos, que deben ser de un solo género porque un hiperbreve pudiera no ser un cuento sino cualquier otra cosa. Elegí el terror porque quería darle dignidad a esa tradición de historia oral que tenemos en América Latina y que en la literatura americana siempre había estado en segundo plano, con apariciones esporádicas en Horacio Quiroga o en Ricardo Palma. En inglés lo valoran más, tienen la tradición de Lovecraft, de Poe”, explica Iwasaki, quien no es un primerizo en la lid del horror: su primer libro, Tres noches de corbata, ya se aventuraba en lo macabro.

Ahora, algunos de estos cuentos breves producen, más que escalofrío, una sonrisa, que Iwasaki justifica en que “el latinoamericano ha crecido escuchando chistes crueles” y en que también le han influido las películas de cine y las series de televisión, como La familia Adams o Los Munsters. “Hago hincapié en el registro humorístico de algunas historias, mientras que en otras he querido crear la sensación de desasosiego, sobre todo en las protagonizadas por niños”.

Así podemos escuchar la voz anonadada del niño que jamás logra salir de la “cueva” que se forma con las sábanas desordenadas de la cama de los padres, o de la madre que, en un descuido, ahoga a sus hijos con el gas del automóvil. Otro misterio que encierra Ajuar funerario es ese oscuro cuento que cuando quise releer no volví a encontrarlo, a pesar de que escruté todas las páginas del libro varias veces.

(Publicada en el diario TalCual. Mayo, 2004).