Los rumores son el gran producto de exportación y el dínamo que mueve a la
nación panameña, entre sus ríos y dos mares, en esta encrucijada de
conquistas, pedregosos sueños cobijados en manglares, camino de piratas,
tránsito sus aguas, la cálida noche de Kafka, un invento, la historia que teje
y se desteje en el tiempo.
La ciudad fue soñada por Carlos V en el tránsito hace más de cinco siglos,
se inmoló frente a Morgan Panamá La Vieja, después vio rodar la cabeza de
Balboa, Pizarro puso pie firme para iniciar la conquista del Perú. La vida es
un atraco constante, pareció decirnos la colonización española y Gran
Bretaña en ese entonces, y hay filosofías que son más profundas que la
historia, porque hacen camino en el rodar de los siglos.
Cruce de caminos, puente biológico, tránsito, encrucijada, el mar, el mar,
Francis Drake y estas aguas que no cesan, Noé. Una mula se hundió junto a sus
compañeras de alforjas repletas de oro, y descendió en el vacío de sus ojos,
en medio del pozo de la conquista, ese silencio sin huella, aferrada al
insondable abismo de la noche, y se habría dicho solo silencio, silencio.
Un canal francés que terminó hablando inglés (Panamá, el Escándalo de
Lesseps), la historia que se relata a sí misma y se elabora en el velo,
construye los días por venir, llega y se va el oro hacia la Metrópolis, y en
alta mar, el azar de la rubia Albión, la piratería al colonizador despojado
del botín. Marinería sin protección, cae el botín del ladrón en manos de
otro atracador.
Tierra de manglares, de fiebres, la malaria, los mosquitos, el canal y el
dólar, de todas las independencias posibles, sellada una de ellas por la muerte
de un burro y un chino. El historiador Oscar Terán dice respecto de la
separación de Panamá de Colombia: “Media hora larga de metralla y como
seis bombas arrojadas. De las cuales la primera hizo blanco de un súbdito del
Celeste Imperio que atravesaba la calle Sal si Puedes, y otra última, en
un jumento por los alrededores de la Zahúrda. Wong Kong Yee fue la única
víctima humana en ese conflicto. Los disparos venían del buque Bogotá”.
(Dicen que la nación posteriormente nació en una Suite del Waldorf Astoria
y fue creada por Wall Street. Algo más que un paréntesis. Hay historias que
parecieran contar con un solo acto. Un tratado firmado a perpetuidad, que el
general Omar Torrijos supo conjurar, porque se trataba de vivir, dormir día y
noche, vigilado y con una eternidad extranjera. “Miren, miren”, dijo
Torrijos, “ese caso: Panamá limita al norte con el Atlántico, al sur con
el Pacífico, al oeste con Costa Rica, al este con Colombia, y en el centro con
los gringos. ¡Habráse visto!”.
En 1971, Torrijos denunció ante 250 mil panameños que mientras el Empire
State Building generaba ingresos por 13 millones de dólares en Estados
Unidos, el territorio ocupado por Estados Unidos en Panamá de 1.432,2
kilómetros cuadrados, incluido el Canal Interoceánico, le ingresaban por su
uso a Panamá en alquiler, un millón 900 mil dólares anuales.
Tres ciudades en una, La Vieja, en ruinas, del 1519 (Nuestra Señora de la
Asunción de Panamá), primera tierra firme en el Pacífico, punto estratégico
para la conquista del gran Imperio Inca. El Casco Viejo, la segunda fundación
en 1673, tras el incendio en medio del asalto de Morgan y la Panamá Moderna,
que se inicia en la década de los setenta con sus edificios Manhattan sobre la
Costa El Cristal, el Centro Financiero Bancario Internacional, la hotelería,
las torres y ese espacio que los nuevos materiales y la llamada modernidad le
roba al aire, a la altura y crea otro paisaje.
Aquí, donde estuvo Paul Gauguin y pensó en venir Rimbaud para la
construcción del Canal, llega el poeta Gonzalo Rojas, con el enigma de su
poesía, a este viejo y ya perdido paraíso fiscal, coagulado en su verso contra
la muerte.
Es una grata presencia y más que representativa la suya, poeta de la
tradición chilena del siglo XX, usted, una de las voces hondamente sureñas y
universales, en la chilenidad absoluta del verbo amar, y en el relámpago, yo
agregaría de la palabra hecha carne, asfixiante, la metáfora muda que
mariposea la larva y vuela autónoma.
Poeta de muchos tránsitos, Gonzalo Rojas, de desafíos y aventuras, en la
geografía y en la palabra, en el origen y en la ruta ignota. Sí, hombre de
tránsitos en su propio país, pero en el arraigo de la palabra, y en la mudanza
sobre todo en y del verbo. SÍ, Rojas le ha agregado afonía, musicalidad,
tañidos sensuales, sustancias grises, torrentosos ríos, gritos, vacíos
nacimientos, el corozo húmedo de su palabra a la poesía, todo el silencio al
silencio.
Minero del primitivo sueño, Rojas pone a respirar a su ritmo el poema y cada
una de sus vocalizaciones.
El autor de La miseria del hombre, Contra la muerte, Oscuro, El alumbrado,
forma parte del gran valor agregado que hace la poesía chilena a la poética en
idioma castellano en el siglo pasado y el actual, una manera peculiar de nombrar
y descubrir las cosas, que sólo el poema puede revelar e incorporar al mundo
real, desde la dimensión de los sueños y de la realidad única al espejo que
ella convoca y refleja.
Este poeta mayor de la poesía chilena debemos comprenderlo en el contexto de
la poesía troncal chilena con la Mistral, Neruda, Huidobro, De Rokha y Parra,
para nombrar la parte frondosa del árbol poético de Chile, y no irnos por las
ramas.
No sé si sus viajes, su mudez en ocasiones, desarraigos, olvidos muy
chilenos, protagonismos de otros actores, poco entusiasmo en nuestra crítica
oficial, pero Gonzalo Rojas viene a ser tardíamente galardonado en 1992 con el
Premio Nacional de Literatura, negado por el régimen de Pinochet durante 17
largos, luctuosos e inconfundibles años de apagón cultural. Hombre de premios
post, Reina Sofía (España, 1992), Octavio Paz (México, 1998), José
Hernández (Argentina, 1999).
No ha sido un poeta prolífico, torrencial, porque entre 1948, cuando lanzó
su primer libro La miseriadel hombre, sumó a 1979, con Transtierro,
solo 305 textos, de acuerdo con uno de sus mayores estudiosos, Marcelo Coddou.
Nunca la cantidad puede darnos la dimensión, profundidad, permanencia de un
poeta, y menos es un dato que nos permitirá para evaluar su obra, y en su caso
aun menos, porque su poesía es un pulso constante de la vida contra la muerte,
una ventura en la hoja en blanco sin concesiones, a capella con la vida por
delante. Hay ríos que se llevan en la memoria, cautelosos, sabiamente
contenidos en el flujo y reflujo heraclitiano, y uno de ellos es Gonzalo Rojas,
Rojas es poeta, en vida, muerte y resurrección constante en el aire de su
texto y contexto, en la intertextualidad, en lo que dice a las claras, en lo que
nos hace creer que calla, en lo que compromete al lector, porque es un poeta
cómplice, y quizás nadie se lo haya dicho hasta ahora. Usted, Gonzalo Rojas,
ha sido mi cómplice en este oficio de la lectura, relectura, de compartir el
mundo, de ser vicio y juego de lo profundo del ser, lo existencial cotidiano en
el amor y la carne, el pequeño brindis mortal del coito y la esperanza que
sufraga la palabra exacta sobre la realidad y los sueños conjugan.
La poesía no es un saco de luz roto, ni la rótula desvencijada, ni la
espalda confesa de toda innecesaria partida, el aire quizás de la respiración,
un compromiso con la palabra, el verbo, la sustancia, la realidad, la vida, la
alquimia imperfecta de este reciclaje que inició el verbo a prima noche en el
alba de la palabra inesperada.
Yo no hablo de poesía, sino de Gonzalo Rojas, poeta esencial de Chile,
“oscuro, oscuramente provinciano de Chile”, un falucho lanzado del sur
al mar del poema, en su veta primigenia, opaca, profunda, subterránea, vaso
comunicante del ser, la opacidad y el brillo, esplendor incandescente, buzo de
la profundidad en el rescate.
Es un río subterráneo la poesía de Gonzalo Rojas en su gran creciente de Contra
la muerte, pero ahí está en el nacer y yacer, la resurrección constante
es uno de los elementos rojianos, dolor, tiempo, hueso, carne, libertad y amor
como una permanencia, lejos de lo libresco e inanimado, del vicio pedante de la
cita inmaculada. Un solo poema tal vez en el azar, el círculo magnético de su
palabra, la rueda que gira, la palabra bumerang que se recoge a sí misma y
marca un nuevo sendero, con la huella anterior que suma a una sola señal: el
poema.
Poeta del aire con los pies en la tierra, con la respiración contenida en el
reflujo, es una voz de amplio registro crecida en libertad, no asistida por las
muletas de escuelas, de poetas manada, de roperos de un solo espejo, porque
Gonzalo Rojas se moviliza en un discurso propio en diálogo con el poema y el
lector. No hay principio ni fin aparente en esta relación con el poema, sino un
continuo devenir, ser, retroalimentación, un parto por nacer con cada lectura.
Del relámpago dice que viene este sureño, y si llegara por estas fechas al
Istmo, se encontrará con tormentas eléctricas, secas, deslumbrantes, juegos
artificiales en la gratuidad natural del cielo. Poeta del relámpago, del
asombro, relámpago sin principio ni fin, un principio heraclitiano.
Rojas nos aclara su origen y desarrollo, su aire, respiración, cuando nos
dice: “Si por la oreja derecha me entraba lo áureo de la clasicidad, por
la oreja izquierda lo hacía la modernidad, produciéndose así en la punta de
mi cabeza de muchacho otra música y otro vértigo, otro cruce de zumbido y
sentido, otra ventolera, otra síntesis”. Sí, es poeta de muchas
síntesis, de lo provincial chileno y universal, ejercicio que ejerce con un
pequeño ejército muy bien equipado de palabras en el poema. La asimilación
natural de una historia poética sin complejos con pleno reconocimiento que la
poesía tiene muchas ramas, es un árbol frondoso de múltiples frutos, pero que
es necesario abonar bien el propio.
Como toda gran poesía, la de Gonzalo Rojas es deudora de muchas corrientes y
de ninguna, porque termina lamiéndose con su propia saliva, rascándose con sus
uñas, pariendo sus propios hijos.
Poeta de la escritura y reescritura, de la meta poesía, definitivamente se
toma la palabra desde muy temprano en Chile, hombre que no reniega del oficio,
sino lo redescubre, recrea, busca la luz en la oscuridad y viceversa. Hombre de
muchos comienzos sin un final clásico. Hay un gusto y regusto por la palabra en
su poética, una voz crecida en su oleaje, que avanza al ritmo de la lectura y
hace orilla en los sentimientos, el paisaje que vislumbra el lector.
Es un Arca su poesía con una variada especie que se da cita en la hoja en
blanco para hacer el poema en un auto rescate, porque si afuera llueve, en el
poema no escampa.
Hijo de Lebu (Leufu, Torrente hondo en mapuche), en el indomable
Arauco, pero sobre todo de los dioses, epicentro geográfico de su nacimiento,
materia también de sus recurrentes idas y venidas y permanencia, porque Gonzalo
Rojas sin proponérselo nos ha estado dictando la cátedra de la poesía desde
la provincia.
Ha escrito poemas a la mujer, por citar una costilla vital de su poesía, no
sólo memorables por su calidad poética, sino por la presencia real de las
huellas del amor en la carne, el cuerpo, el espíritu, la piel de las propias
palabras, y aun más, en el deseo. Oscuridad hermosa. Anoche te he tocado y
te he sentido / sin que mi mano huyera más allá de mi mano, / sin que mi
cuerpo huyera, ni mi oído: de un modo casi humano / te he sentido. Palpitante,
/ no sé si como sangre o como nube / errante, / por mi casa en puntillas,
oscuridad que sube / / oscuridad que baja corriste, centelleante. / Corriste por
mi casa de madera / sus ventanas abriste / y te sentí latir la noche entera, /
hija de los abismos silenciosa, / guerrera tan terrible, hermosa / que todo
cuanto existe / para mí, sin tu llama no existiera.
He ahí la poesía de Rojas desde lo oscuro y el silencio, su inspiración,
el numen de lo que tanto él habla, porque tres dice el autor que son las vetas
de su poesía: numinosa o metafísica, del amor y la ética-cívica. Profesor
universitario en Chile, Estados Unidos, Alemania, Venezuela, un estudioso y
lector consagrado, de la poética propia y ajena, es sin duda uno de los ríos
profundos de la poesía chilena, con su propio caudal, aunque haya arrastrado
aguas ajenas, que por torrenciales, son imposibles de soslayar: Mistral, Neruda,
Huidobro, De Rokha, además de bien asimiladas, reconocidas por Rojas, pero
sobre todo proyectadas en su propia y personal visión.
El viejo ojo mistraliano, el olfato de esos valles entre cerros, la
singularísima visión e inteligencia mistraliana, y desde luego, la generosidad
espléndida frente al reconocimiento y la poesía, de la autora de Tala,
le rescató en los orígenes de su primer poemario La miseria del hombre,
cuando dijo la desolada de Chile:
Se podrán decir muchas cosas de la poesía de Gonzalo Rojas, antologista de
su propia poética, larvario, hombre de la no adhesión, un gran copión de la
realidad, del futuro, en la oscura sombra de un silencio más alto que un pozo
profundo. Conoció la antropofagia de su propia especie, tan dado el hombrecito
medieval que nos mira con un solo ojo de la Santa Inquisición, detrás de una
luna que no es de queso, más bien rata podrida en el pecado ya nada original de
la persecución troglodita.
Pocos como Gonzalo Rojas en Chile en el arte del reconocimiento de la
poética ajena, desde luego derrochador incansable de los afectos, de la
empatía, porque ha sabido de exilios dentro y fuera, propios y extraños, del
filo de la cuchilla en los abismos, poeta ya en la historia, quevediano
insaciable, de firme osamenta y de lengua instalada.
Poeta confesional en el poema y también en la palabra abierta cuando dice:
“Yo creo en mi Dios y le hablo despacito”. Agrega que en él funciona
un juego medio místico. Considera el acto sexual como algo sagrado. Son sus
palabras dichas en algún momento.
Julio Cortázar en 1968, en un Congreso Internacional de La Habana, dijo algo
muy preciso sobre su poesía y no puede pasar desapercibido: “Estoy
hablando de Gonzalo Rojas, que le devuelve a la poesía tantas cosas que le han
quitado”. Ahí le bautiza poeta del rescate. Poeta del origen, digo yo, de
las fuentes clásicas, porque es revelador en Gonzalo Rojas que no practica la
poesía cíclope, de un solo ojo, de las capillas, ni ardientes, ni dolientes,
de escuelas violetas y seguidores de celofán. En su poema Concierto,
Gonzalo Rojas nos dice que la poesía no es cabeza de un solo sombrero, aunque
algunos son colas de ratón de Bretón.
Entre todos escribieron el Libro, Rimbaud
pintó el zumbido de las vocales, ¡ninguno
supo lo que el Cristo
dibujó esa vez en la arena!, Lautréamont
aulló largo, Kafka
ardió como una pira con sus papeles
. Lo
que es al fuego el fuego; Vallejo
no murió, el barranco
estaba lleno de él como el Tao
lleno de luciérnagas; otros
fueron invisibles; Shakespeare
montó el espectáculo con diez mil
mariposas; el que pasó ahora por el jardín hablando
solo, ése era Ezra Pound discutiendo un ideograma
con los ángeles, Chaplin
filmando a Nietzsche; de España
vino con noche oscura San Juan
por el éter, Gota,
Picasso
vestido de payaso, Kavafis
de Alejandría; otros durmieron
como Heráclito echados al sol roncando
desde las raíces; Sade, Bataille,
Breton mismo; Swedenborg, Artaud,
Holderlin saludaron con
tristeza al público antes
del concierto:
¿qué
hizo ahí Celan sangrando
a esa hora
contra los vidrios?
Los que quieran usar traje de marinero o boy scout, arlequines, que lo hagan.Bufones de medio pelo, no están permitidos en la corte de la
poesía. Gonzalo Rojas es la conciencia de la palabra escrita, alejada de la
estridencia, del esnobismo, las vanguardias coquetonas de la última palabra, un
oficio para la conciencia, no hay máscaras, sí un continuo aprendizaje en el
verbo, la herencia del Torrente hondo, Leufu.