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Pablo NerudaCocinando con los clásicos la Poesía
Ingredientes nerudianos

El gran cocinero de la materia, de los frutos de la tierra y el mar, esperanzas y luchas del hombre, fue Pablo Neruda. Otro tiempo, otra historia, otros vientos soplaron el fogón de su poesía. Cocimiento de greda, palabra Sur, seducción de los aromas, mosto de soleados viñedos, secreta rosa de una colgante luna. El poeta comenzó con las cerezas pálidas, juveniles en los muelles del alba, sus canciones desesperadas como aromos en flor. A fuego lento, sobre la superficie del pequeño horizonte de la ventana del atardecer crepuscular de Maruri, el poema se hizo carne deseada. Rangún, el fruto de la soledad, la gran materia de la poesía, su desvencijada textura, la carroza rosa del atardecer.

Yo creo en la cacería del tulipán negro. La rosa inválida de la noche, sus rotas espinas. Menú de mar revuelto la espuma del cochayuyo, de patios desolados en la luz mínima de sus himnos, la Carta del poeta bajo los hongos de la muerte. Fueron amores y residencias, ciegos relojes, campanarios. Fue nerudiano el ombligo de la poesía, caracol, alba, Sur, trenes, naufragios, astros a lo lejos y vino España muerta, degollada, lorquiana. De los hongos muertos de sus muñones alzados en las Plazas de Toros, crecieron banderas rojas: fue fugitivo el poeta, su canto atravesó América y sería otro el cocimiento de su caldo.

América en América, la honda huella y la semilla de lo nuevo aún volando. Maíz de Norte a Sur, alimento ancestral. Sol amarillo de la tierra, sagrado, maíz de la vida de frontera a frontera.

Con su fuego sagrado, invierno de copihues, entró en la madera, en el corazón de las pequeñas cosas. El poeta trató la materia como algo único, personal, íntimo y de todos. Neruda nos sentó a la mesa de su poesía. Fiesta de la palabra y de la vida. Hizo fiesta también con los elementos esenciales de una buena cocina poética. Lo elemental, como sus Odas, el día a día. Redonda rosa de agua, así bautizó a la ejemplar, útil, irreemplazable cebolla, el Vate de Isla Negra. En Chile, nadie ignora este maravilloso bulbo si quiere encontrar un punto de sabor a su comida o guiso. La cebolla se multiplica en afectos culinarios y Neruda le reconoce su fecundo amor e influencia en la ensalada. Tan popular la cebolla, que el poeta la llama estrella de los pobres, por su mágica esencia. Él degustaba los platos de su inagotable Verbo, frutos del mar y de la tierra, que Chile los tiene en abundancia y calidad.

Degustaba el caviar ruso Neruda en unos grandes potes a cucharadas, dicen sus biógrafos más cercanos. Lo primero que visitaba en un país eran sus mercados, donde recogía el sabor de la ciudad y se perdía entre los objetos que le fascinaban. Su poesía da cuenta de su universo viajero, percepción real, material, de la vida. Creía en una poesía basada en la solidaridad del hombre, abandonado en la esclavitud de otros hombres en Nuestra América. Y la Casa americana de la poesía debía ser diferente, porque estaba impregnada por la nieve y el sol abrasador. Ingredientes vitales, en su opinión, de la poesía que él escribía donde se encontrara y viviera, porque no variaban sus puntos cardinales, ni los de su Verbo Sur. En su “Oda al caldillo de congrio”, el autor de Residencia en la Tierra nos entrega no sólo una receta espléndida, sino el fruto de su cocina poética. Comulga la poesía nerudiana con una de las dos grandes fronteras de Chile, el mar, que es parte viva del espíritu de su gente, de Norte a Sur, pero sus materiales responden a la geografía física y humana de esa loca geografía. Con las piedras de Chile, la esperanza, alegría, el sufrimiento y los sueños de los pobres, el desierto, los pájaros, árboles, la naturaleza humana y geográfica sin excepción, Neruda cocina su cantar de Chile, América y universal. Llena la copa vacía una y mil veces, brinda por la vida. Dijo que quiso ser el poeta del amor.

Neruda escribió hasta después de muerto sobre la vida y se siguió viviendo. Su poesía, alabada y criticada, permanece en el corazón del lector anónimo en tiempos en que la prosa banal se apodera de los escaparates del espíritu. Siento que un corazón digital titila a lo lejos....

 

Oda al caldillo de congrio

En el mar tormentoso de Chile vive el rosado congrio, gigante anguila de nevada carne. Y en las ollas chilenas, en la costa, nació el caldillo grávido y suculento, provechoso. Lleven a la cocina el congrio desollado, su piel manchada cede como un guante y al descubierto queda entonces el racimo del mar, el congrio tierno reluce ya desnudo, preparado para nuestro apetito. Ahora recoges ajos, acaricia primero ese marfil precioso, huele su fragancia iracunda, entonces deja el ajo picado caer con la cebolla y el tomate hasta que la cebolla tenga color de oro. Mientras tanto se cuecen con el vapor los regios camarones marinos y cuando ya llegaron a su punto, cuando cuajó el sabor en una salsa formada por el jugo del océano y por el agua clara que desprendió la luz de la cebolla, entonces que entre el congrio y se sumerja en gloria, que en la olla se aceite, se contraiga y se impregne. Ya sólo es necesario dejar en el manjar caer la crema como una rosa espesa, y al fuego lentamente entregar el tesoro hasta que en el caldillo se calienten las esencias de Chile, y a la mesa lleguen recién casados los sabores del mar y de la tierra para que en ese plato tú conozcas el Cielo.

 

Oda al secreto amor

Tú sabes que adivinan el misterio: me ven, nos ven, y nada se ha dicho, ni tus ojos, ni tu voz, ni tu pelo, ni tu amor han hablado, y lo saben de pronto, sin saberlo lo saben: me despido y camino hacia otro lado y saben que me esperas. Alegre vivo y canto y sueño, seguro de mí mismo, y conocen, de algún modo, que tú eres mi alegría. Ven a través del pantalón oscuro las llaves de tu puerta, las llaves del papel, de la luna en los jazmines, el canto en la cascada. Tú, sin abrir la boca, desbocada, tú, cerrando los ojos, cristalina, tú, custodiando entre las hojas negras una paloma roja, el vuelo de un escondido corazón, y entonces una sílaba, una gota del cielo, un sonido suave de sombra y polen en la oreja, y todos lo saben, amor mío, circula entre los hombres, en las librerías, junto a las mujeres, cerca del mercado rueda el anillo de nuestro secreto amor secreto. Déjalo que se vaya rodando por las calles, que asuste a los retratos, a los muros, que vaya y vuelva y salga con las nuevas legumbres del mercado, tiene tierra, raíces, y arriba una amapola, tu boca: una amapola. Todo nuestro secreto, nuestra clave, palabra oculta , sombra, murmullo, eso que alguien dijo cuando no estábamos presentes, es sólo una amapola, una amapola. ¡Amor, amor, amor, oh flor secreta, llama invisible, clara quemadura!