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Poemas de la otra vida

Poemas de la otra vida

El tres de julio recién pasado terminé unos poemas nuevos y edité un artículo en el blog sobre el trópico, donde vivo. El día no era diferente a otros, en su ritmo, obligaciones, trabajo e intensidad. El sol caía vertical en la mañana y la atmósfera convocaba a un silencio absoluto, si no fuera por el piar de unos pájaros. El bosque selvático, todo contribuye con su entorno a descolgarse de lo que ocurre en la ciudad, unas pocas cuadras hacia El Dorado. La naturaleza recoge en esta zona su espíritu real y lo transmite. Cada día me desplazo a un escenario totalmente contrastado: El Sótano. A un par de kilómetros y algo más, con un fuerte tráfico, aunque existe una ruta alterna más despejada llena de vueltas, laberíntica, que suelo usar, viendo más verde y residencias bonitas de alto nivel. La otra arteria es la de una avenida principal y se llama Tumba Muerto. Vaya nombre. Escribí mucho ese día y sólo puse los textos en prosa: El día que nació Kafka y La persiana desnuda. Los poemas quedaron flotando en mi mesa redonda rodeada de planos, descrita en mi artículo Panama SKY: dossier de una ciudad, y que es donde habitualmente trabajo en el estudio de arquitectos más importante de Panamá y Centroamérica, y uno de los más grandes de América Latina. Crucé la ciudad el 3 de julio sobre mi sedán blanco, como de costumbre, con un tráfico pesado, la ciudad bullente, chirriando en sus dobles tracción, de uno hacia otro punto, los grandes elefantes motorizados.

En El Sótano, dentro de él, bajo la ciudad, se vive otro mundo. Un lugar para topos que dibujan la ciudad, la trazan, diseñan. Allí no se sabe qué ocurre en la ciudad, la superficie. Si llueve, hace sol, si el tiempo, si nada, es un submundo propio y apropiado por sus habitantes que se desplazan normalmente en medio de computadoras, planos, plotter, escalímetros, celulares, y las luces que dan vida al lugar. El Sótano tiene vida propia hasta altas horas de la noche desde la prima mañana. El Sótano duerme y descansa poco. Es visitado por prominentes clientes, nacionales y extranjeros. Diariamente, quienes se desplazan sobre su reluciente piso negro de granito. Sobresalen las maquetas, cuadros, pinturas, sus paredes de ladrillos y el espacio de los arquitectos cerrado en vidrio y columnas negras. Para interrumpir esta especie de dimensión desconocida frente a la normalidad, se asciende a la superficie por una escalera o ascensor. Y en su gran frontis, la fachada del Sótano que mira de frente hacia la Universidad de Panamá, suele verse a los jóvenes arquitectos sentados con sus celulares, conversando entre ellos, aireándose y tomando contacto con la realidad real. En las proximidades existen todos los negocios y restaurantes para comprar y comer, farmacia, etc. A unos pasos de la Avenida Argentina, los cafés y todo lo que se necesita para desestresarse, “coger un cinco” como se dice literalmente en Panamá. La oficina del arquitecto Ignacio Mallol, al fin del Sótano, alargada, extensa, como una nave en curso, con una mesa amplia de trabajo, es un museo de viajes y trabajo. Más de un centenar de sillas, las más inimaginables miniaturas del descanso, se encuentran en ese espacio. Relojes, la última maqueta del hotel del Casco Viejo y su entorno, decenas de planos, revistas, libros, Renzo Piano y todos los grandes arquitectos del mundo. Renders de colores en atriles de los proyectos en curso. Luces, muchas luces indirectas como un escenario cinematográfico. Ahí nunca pareciera caer el telón.

Ese día 3 de julio me desplacé hacia la amplia y moderna cocina italiana a servirme mi tradicional mokaccino. Serían poco más de las 7:30 pm, noche en verdad, y quedaba una sola mesa de trabajo operando intensamente, con un grupo de clientes importantes, en las proximidades, un par de metros donde me desplazaba. Todo normal. Algunas máquinas ocupadas. Gran silencio, sólo el ruido del intercambio en esta última mesa de trabajo. La cocina extrañamente estaba con bastante agua en el piso. Alguien había dejado corriendo agua de una cafetera. Entré con una persona y a la salida le dije cuidado con el agua en los pies al subir la escalera. Y al poco me vi precisado subir la escalera negra de granito de 21 escalones altos, más de lo tradicional al parecer. Al subir resbalé y como iba con las dos manos ocupadas, en fracciones de segundos sentí como se me abría al cabeza. Me partí la vida en el filoso peldaño, cuyo material es como un cuchillo de roca. Un inmenso calor y la sangre brotando a mares. De ahí a la clínica con el arquitecto Mallol, 16 puntos, radiografías, etc. Reposo absoluto. Observación. Y ahora ante mis lectores nuevamente. En la mesa flotante están mis papeles, poemas, recuerdos. La foto es gráfica de ese día. Incluyo esos poemas y el breve texto en prosa. Los edito porque en uno de los poemas, En Santiago la liviana vuela, se advierte una premonición del accidente. Agradezco a mis amigos y lectores por su sincera preocupación por mi vida, a aquellas dos mujeres argentinas que convocaron las energías espirituales por mi recuperación y salud, en Santa Fe y en Ancona, Italia, tierra de mis antepasados, donde me hicieron una misa. He seguido modestamente los pasos de Jorge Luis Borges, quien tuvo un accidente en la cabeza, casi mortal con la esquina de una ventana. Agonizó literalmente el viejo, célebre, extraordinario gran maestro de las letras universales. Yo sigo sus pasos tras ese accidente, escribiendo para probar cómo he quedado. Él pensó que perdería su inteligencia y escribió El Aleph. Se puso una tarea alta para comprobarse a sí mismo que estaba lúcido. Mi relato La persiana desnuda concluye con esta frase: La mañana está cargada de luz, siento cómo se abre mi persiana desnuda.

 

En Santiago la liviana vuela

No eres más, no eres menos
en esta calle de sangre,
mis muelas estallan
en los ventanales esta mañana.
Soy una mancha en el frío cristal,
termómetro blanco mis huesos rotos.
Santiago en el setentitantos,
fachada del paraíso perdido,
la vida llega en un ulular de ambulancias,
tus palabras muertas,
los amigos muertos han muerto
y no descansan en paz
aunque los cementerios florezcan,
huelan a aromos, cerezos en flor.

 

2

Me aturde la tarde, la inútil espera,
como un guante blanco,
el gato de la tía Blanca cruza la mañana,
el mundo bajo sus pies
es una pluma que danza al vacío.
La noche en Santiago
es un ataúd virgen,
una mancha roja en la nieve blanca,
cielo negro, río negro, historia negra.
Aún no estamos ciegos para ver.

 

3

Oh Chile brumoso,
esqueleto de florecientes llagas,
llámame y ahí estaré
junto a tus altares insepultos,
copihues, cruces rotas, desierto,
franja de piedra loca y mar,
paisaje eterno de viento y sal,
fugaz muro, fugaz.

 

4

Si esta noche ardes
en cuerpo y alma,
a su vereda va el poema,
invoca la luz que arroja,
el muerto, el vivo, el verbo.

 

5

La poesía es fuego,
ceniza azul el poema,
asciende en su blanca hoja,
sin palabras, la liviana vuela,
el poema siento que se queda,
no me abandona.

 

Me llama poeta río

Un río,
es un río,
su memoria, mi memoria.
Mi lengua es su escritura.
Cuerpo de largas aguas
el río viaja insobornable,
el río permanece inmutable.

 

2

Es un dinosaurio herido
de muñecas grises,
espinazo verde podrido.
Su música es la de un muerto.
Ciegan sus ojos,
las luces huérfanas,
sólo se siente solo
el ronco sonido de su ataúd.
Fluye el río envenenado,
río abajo, río arriba,
un tronco a la deriva.

 

3

Río que nace río,
sigue siendo río.
¿O morirá el río
en tus manos
antes de haber nacido?

 

Del amor

El amor es
impredecible,
pero ocurre
que es
imprescindible.

El amor
no duda
ante la duda.

El amor espera,
pero no atrasa
el reloj.

El amor que
riega el viento,
se vuela

El amor
se reconoce
en el fruto
que crece ciego.

El amor
que ama en silencio
no supera la afonía.

El amor real
le declara
la guerra
al miedo.

El amor es
el primer
paso
hacia la conquista
de la Utopía.

El amor
que regresa
nunca se ha ido.

El amor tiene
un sólo ingrediente:
Tú.


13 en la cábala

¿La muerte es un fin,
una meta o un principio?

¿La muerte es un tren,
una piedra
o una lápida
sin nombre?

¿La muerte
es un subsidio
para la otra vida?

¿La muerte
nació muerta?

 

5

¿Quién garantiza
trabajo eterno
a la muerte?

¿Quién alienta
a la muerte
a seguir con nuestravida?

¿Por qué la muerte
se cree la muerte?

¿La muerte
no tiene más respaldo
que la vida?

¿Por qué la muerte
no se compra un seguro de vida?

¿Por qué la muerte
no saca a bailar
a su hermana?

¿Por qué la muerte
se declara victoriosa
de una batalla perdida
de antemano?

¿La muerte vivirá
muerta
por siempre?

¿Por qué no le damos
muerte
a la muerte?

 

La persiana desnuda

El trópico es este misterio insondable, la lechuza que adivina ciega el hilo de la noche. La luz que recoge un viento azul, tibio, como si fuera una raíz invisible en el escenario diario, el espacio de la vida. Todo se vuelve trópico en el trópico, cómo explicar la lluvia que borra mi mano, el sol que se siente entrar en la noche o la humedad que reescribe mi historia en la piel. El horizonte crece en la línea de mi mano y si tuviera que dibujar el futuro, tendría la forma de una ventana. Por ahí entra y sale la tibieza del espíritu, eso que el día toca con su mano y se expande en el asombro de las pequeñas cosas.

En esta época se estaciona un mar de estrellas en el techo de la casa y las luciérnagas comparten su luz en la oscuridad. Es un juego divertido permanecer a oscuras y que la luz quede en manos del vuelo suspendido de una luciérnaga. Así la noche no se siente agredida y la luciérnaga confirma la importancia de la luz en la pirotecnia de su vuelo y majestad de su lenguaje.

En el trópico crece todo, la misma noche se agranda en el silencio o la transparencia del día ocupa su espacio infinito. Y todo se detiene para no ser lo mismo. Un reflejo de lo que ya no es o podría ser.

Las hormigas unen su cerebro de hormiga, lo colectivizan, cargan con su equipaje para garantizar su sustento cotidiano y manejan el camino de sus vidas ida y vuelta.

El Oso Perezoso tiene una vida difícil en la alterada ciudad que devora la selva y con el cemento se traga la naturaleza. Es el Neo-trópico, donde las chatarras adquieren vida y los desechos nos abrazan en las calles o en algún lugar de la casa. Con su dentadura perfecta, el Oso Perezoso se alimenta de termitas y equilibra con sus fuertes garras el tiempo que le rodea y reafirma en el círculo de ocio y vida.

Entonces se inicia el reino de sus lentos movimientos para maravillarnos en el ballet de su mundo selvático y, sobre todo, ante lo vertiginoso de estos tiempos. Se abraza al árbol, es lo que vemos, pero siento que en verdad es un encuentro con el tiempo y todas las lentitudes y espacios de la espera se reúnen allí en ese gesto repetido. Es su espacio, de una rama a otra rama, ahí el tiempo pulsa su paciencia. La desesperación cae de rodillas, pesada como una manzana que nadie recoge, pero alguien siente desprender del árbol. Fruto lejano en el olvido de una mano.

Ritual de nuestra época, un tiempo que se aferra a sí mismo y es estampida al mismo tiempo, sal y agua en nuestras manos. Cuando cruzo la carretera rodeada de la selva, por el área del Canal de Panamá, a la orilla de la berma, en los hombros de asfalto y a veces en el centro de la propia avenida, y veo muerto un Oso Perezoso, siento que el futuro se ha detenido.

Manejo uno, dos o tres kilómetros con la imagen del Oso Perezoso vivo, en su danza en cámara lenta por algún bosque con la alegría del tiempo que no sucede, y entonces por reflejo detengo el motor y bajo a mirar el bosque, a buscar un Oso Perezoso para reafirmar que el tiempo se ha detenido. Me interno en algún camino desconocido, ese recodo perfecto que me conduce a un gran silencio. Estamos perdiendo la batalla por el presente perpetuo. La realidad es una gran aficionada al fracaso. Es perversamente demostrativa.

Como si el tiempo lloviera tiempo, así cae la lluvia en el trópico, en un intento vano por borrar mi pasado, por limpiar tal vez el futuro o eliminar la sombra que abandona el sol al atardecer y oscurece el día. Estos son mis pasos perdidos, que esconden mis días.

El automóvil es el fetiche del hombre de ciudad y la máquina se sabe admirada, adorada y ocupa su lugar.

La ciudad le pertenece y cada día y hora convierte las avenidas en un mar de carrocerías y llantas en movimiento. Los animales y el hombre pierden su vida debajo de sus gomas humeantes o frente a sus latas desmiembran sus cuerpos.

Es lo más veloz que circula por la ciudad, a no ser que seamos el viento. Pero esas cuatro ruedas necesitan de manos y pie para desplazarse contra nosotros mismos.

La mañana está cargada de luz, siento cómo se abre mi persiana desnuda.