Comparte este contenido con tus amigos

Nicanor ParraParra on-line

Ningún escritor que se respete quiere hablar de sus Obras Completas y menos editarlas. Nicanor Parra publicó, en los tiempos de esplendor de la Antipoesía, Obra gruesa (1969), que en términos de la construcción en Chile significa los cimientos de una obra. Parra nos daba a entender que su poesía estaba en permanente construcción y se renovaría por ciclos. En el ocaso de su interminable ocaso, a los 92 años, con su aire de viejo bardo inglés, el físico de mecánica racional y exponente de la Antipoesía lanza sus Obras completas I & algo + en la Feria del Libro de Chile, como detenido en el tiempo o como si viniera del futuro. Nos recuerda su aire de alquimista, a esos profesores en medio de su laboratorio, que no es otro que el de la Antipoesía, la atmósfera de la palabra que quisiera ser escrita y dicha por todos. ¿Parra es el último juglar? Parra pareciera tomar nota del futuro y tocar su infinito órgano de cáustico, escéptico cronista de su tiempo. Recicla la pantomima con su parrantomima. Se le ve sonriente, de oreja a oreja, y no es parra-menos: haber sobrevivido a toda la poesía del siglo XX. Siglo contaminado de dos grandes guerras, surrealismo, una tercera que fue fría y dejó hirviendo el siglo XXI. Revoluciones en los pueblos y en la ciencia, espacio, arriba y abajo. Parra se ha instalado en el medioevo de lo cotidiano oscuro y luminoso, con su maquina babélica recicladora, y nos deja ver los diferentes pisos de la poesía. Seremos breves, no tenemos las Obras Completas, pero nos hemos enterado de que fueron editadas en España y tienen un prólogo del profesor y crítico norteamericano Harold Bloom. Alguien comentó que uno de los “descubridores de Parra”, el sacerdote y crítico literario chileno Ignacio Valente, fue prácticamente olvidado en estas páginas. Gajes del oficio.

El poeta llegó 55 minutos atrasado a su última performance en la Feria del Libro. Lo esperaba su público y su presentador de lujo, el ex presidente de la República, el profesor Ricardo Lagos. La Antipoesía al más alto nivel de representación semioficial. Un abogado y economista hablando de Antipoesía. ¿La economía es una ciencia más inexacta que la poesía? ¿El antipoeta no confía en los poetas? ¿O a estas alturas de su retórica se montó en el stablishment? ¿Parra sigue siendo parte del inventario irreverente de Chile? Al Antipoeta lo presentó un ex presidente que terminó por globalizar a Chile como si fuera un globo terráqueo, siendo un largo gusano con puerto Sur. Tanta agua y más ha pasado bajo el río Mapocho como de la Antipoesía, y Parra inmutable en el centro de las ruinas, pero debemos reconocer entre el show mediático y la Antipoesía. No es fácil en estos tiempos de revoltijo cosmético de literatura y vida. Afortunadamente para Parra y sus lectores, la Antipoesía se defiende y está escrita. Esta antología supera las mil páginas, y ya su crítico más perseverante, Ignacio Valente, advierte en El Mercurio que el libro está inflado en su excesivo número de páginas (Editorial Galaxia Gutenberg).

Parra es uno más en la voz de todos y de nadie en especial. Se traga el Yo en la noche del poema, y devora cuanto puede hacia una realidad que va construyendo. Parra se divierte, con su ironía, verdades, registros, crónicas, carteles, sus musarañas, y sobre todo, con su mirada absolutamente personal, innovadora, profundamente humana, desgarrada, en el límite de las paralelas que nunca se juntarán. Parra se ha sobrevivido a sí mismo. Ha tenido tiempo para editar sus Obras Completas y más, poner fin a lo que él considera posible un camino sin fin. La Antipoesía como una herramienta de exploración de la vida. Ha visto pasar el tiempo, a sus compañeros de juego como decía Pound, y él, quedarse bajo la carpa de la Antipoesía. ¿Parra deja abierta la puerta de escape? ¿Una sola Parra para el gran viñedo de la poesía chilena?

Lo cierto es que el profesor Lagos comparó la poesía de Parra con la obra de Picasso, por ser ambos rupturistas respecto de sus pares y de sí mismos. Son varios los poetas rupturistas chilenos, Pezoa Véliz, Huidobro, Neruda, De Rokha, Lihn, Teillier, Hahn, Millán... La viña es de muchos poetas, señor Parra. Y viene más, os lo prometo. Que el Cristo de Elqui nos agarre confesados. Larga vida para usted, Nicanor, su gracia, que es la gracia del Chile querido, para su AntiPoesía, con mayúscula y lo que ya nos ha legado, desde la simple majestad de su palabra.

 

Cambios de nombre

A los amantes de las bellas letras
hago llegar mis mejores deseos
voy a cambiar de nombre a algunas cosas.

Mi posición es ésta:
el poeta no cumple su palabra
si no cambia los nombres de las cosas.

¿Con qué razón el sol
ha de seguir llamándose sol?
¡Pido que se le llame Micifuz
el de las botas de cuarenta leguas!

¿Mis zapatos parecen ataúdes?
Sepan que desde hoy en adelante
los zapatos se llaman ataúdes.
Comuníquese, anótese y publíquese
que los zapatos han cambiado de nombre:
desde ahora se llaman ataúdes.

Bueno, la noche es larga
todo poeta que se estime a sí mismo
debe tener su propio diccionario
y antes que se me olvide
al propio Dios
hay que cambiarle nombre
que cada cual lo llame como quiera:
ese es un problema personal.

 

Es olvido

Juro que no recuerdo ni su nombre,
mas moriré llamándola María,
no por simple capricho de poeta:
por su aspecto de plaza de provincia.
¡Tiempos aquellos!, yo un espantapájaros,
ella una joven pálida y sombría.
Al volver una tarde del Liceo
supe de la su muerte inmerecida,
nueva que me causó tal desengaño
que derramé una lágrima al oírla.
Una lágrima, sí, ¡quién lo creyera!
y eso que soy persona de energía.
Si he de conceder crédito a lo dicho
por la gente que trajo la noticia
debo creer, sin vacilar un punto,
que murió con mi nombre en las pupilas,
hecho que me sorprende, porque nunca
fue para mí otra cosa que una amiga.
Nunca tuve con ella más que simples
relaciones de estricta cortesía,
nada más que palabras y palabras
y una que otra mención de golondrinas.
La conocí en mi pueblo (de mi pueblo
sólo queda un puñado de cenizas),
pero jamás vi en ella otro destino
que el de una joven triste y pensativa.
Tanto fue así que hasta llegue a tratarla
con el celeste nombre de María,
circunstancia que prueba claramente
la exactitud central de mi doctrina.
Puede ser que una vez la haya besado,
¡quién es el que no besa a sus amigas!
Pero tened presente que lo hice
sin darme cuenta bien de lo que hacía.
No negaré, eso sí, que me gustaba
su inmaterial y vaga compañía
que era como el espíritu sereno
que a las flores domésticas anima.
Yo no puedo ocultar de ningún modo
la importancia que tuvo su sonrisa
ni desvirtuar el favorable influjo
que hasta en las mismas piedras ejercía.
Agreguemos, aun, que de la noche
Fueron sus ojos fuente fidedigna.
Mas, a pesar de todo, es necesario
que comprendan que yo no la quería
sino con ese vago sentimiento
con que a un pariente enfermo se designa.
Sin embargo, sucede, sin embargo,
lo que a esta fecha aún me maravilla,
ese inaudito y singular ejemplo
de morir con mi nombre en las pupilas,
ella, múltiple rosa inmaculada,
ella que era una lámpara legítima.
Tiene razón, mucha razón, la gente
que se pasa quejando noche y día
de que el mundo traidor en que vivimos
vale menos que rueda detenida:
mucho más honorable es una tumba,
vale más una hoja enmohecida,
nada es verdad, aquí nada perdura,
ni el color del cristal con que se mira.
Hoy es un día azul de primavera,
creo que moriré de poesía,
de esa famosa joven melancólica
no recuerdo ni el nombre que tenía.
Sólo sé que pasó por este mundo
como una paloma fugitiva:
la olvidé sin quererlo, lentamente,
como todas las cosas de la vida.

Nicanor Parra